Peter S. Goodman
La Nación, 29 de abril de 2018
Durante más de un año, Finlandia ha estado poniendo a
prueba el supuesto de que la mejor manera de promover el bienestar económico
puede ser la más simple: entregar dinero sin reglas ni restricciones en cuanto
a la manera en que la gente lo usa.
El experimento con el llamado ingreso básico universal
ha captado la atención global como una manera potencialmente prometedora de
restaurar la seguridad económica en momentos de preocupación por la desigualdad
social y los posibles efectos de la automatización de tareas. Ahora, el
experimento está terminado. El gobierno finlandés ha optado por no seguir
financiándolo más allá de este año, lo cual es un reflejo de la disconformidad
del público con la idea de la beneficencia oficial sin el requisito de que las
personas que reciben el dinero busquen activamente un trabajo.
De hecho, Finlandia ha revertido el curso del
beneficio en ese frente este año, adoptando reglas que amenazan con reducir los
pagos para las personas desocupadas a menos que busquen activamente empleo o se
capaciten laboralmente.
"Es una lástima que termine así", afirmó
Olli Kangas, que supervisa investigaciones en Kela, un ente gubernamental
finlandés que administra muchos programas de bienestar social y ha tenido un
rol líder en el experimento con el ingreso básico. "El gobierno ha optado
por probar un camino totalmente diferente. El ingreso básico es incondicional y
ahora se orientan hacia la condicionalidad".
El
fin del proyecto en Finlandia no acaba con el interés por la idea. Hay otras
pruebas en curso o en vías de exploración en el área de la bahía de San
Francisco, en la provincia canadiense de Ontario, en Holanda y en Kenia.
En
gran parte del mundo el concepto de ingreso básico retiene atractivo como una
manera potencial de distribuir de modo más justo la riqueza del capitalismo
global, protegiendo al mismo tiempo a los trabajadores contra la amenaza de que
los robots y la inteligencia artificial se queden con sus empleos.
Pero la decisión del gobierno finlandés de terminar
con el experimento, algo que hará a fines de este año, subraya un desafío para
el concepto mismo del ingreso básico. Mucha
gente en Finlandia -y también en otros países- se resiste a la idea de entregar
dinero sin requerir que la gente trabaje.
"Hay un problema con la gente joven que no tiene
educación secundaria y los informes que indican que no busca trabajo",
consideró Heikki Hilarno, profesor de Política Social de la Universidad de
Helsinki. "Hay un temor de que con el ingreso básico se quedarán en casa a
jugar juegos con la computadora".
Durante siglos, pensadores de todo el espectro
ideológico han abrazado la noción del ingreso básico. Fue apoyada por el filósofo
social Thomas More, el economista del laissez faire Milton Friedman y el líder
de los derechos civiles Martin Luther King Jr. Una diversidad de apoyos poco
usual que ha aumentado el atractivo de la idea como una solución de los tiempos
modernos para la ansiedad económica en gran parte del mundo.
Tecnólogos de Silicon Valley han sugerido que el
ingreso básico podría permitir a la humanidad explotar la promesa de los robots
de reducir la necesidad de trabajo sin el temor al desempleo masivo.
Defensores de los derechos laborales han considerado
el ingreso básico un medio para incrementar el poder de negociación de los
trabajadores, limitando la presión para que la gente acepte salarios de pobreza
en empleos sin perspectivas.
Otra gente ha defendido el ingreso básico como un modo
de permitir a los padres pasar más tiempo con sus hijos.
Los objetivos de Finlandia, sin embargo, han sido
modestos y pragmáticos. El gobierno esperaba que el ingreso básico llevara a más
gente a ingresar al mercado laboral para revivir la economía en baja.
¿Y por qué ello? Ocurre que bajo el programa
tradicional de desempleo de Finlandia, los que no tienen empleo se ven
efectivamente desalentados a aceptar puestos temporarios o a crear empresas,
porque al obtener mayores ingresos corren el riesgo de perder el subsidio.
La prueba con el ingreso básico, que comenzó a
principios de 2017 y que seguirá hasta fin de este año, ha otorgado estipendios
de 560 euros (US$685) a una muestra al azar integrada por 2000 personas
desocupadas de entre 25 y 58 años. Los recipientes han tenido libertad de hacer
lo que quisieran -crear nuevas firmas, buscar empleo alternativo, tomar clases-
con la seguridad de saber que el ingreso continuaría sin importar lo que
hicieran.
El gobierno finlandés estaba ansioso por ver qué haría
la gente en tales circunstancias. Se prevé que los datos serán revelados el año
entrante, dando a los académicos la oportunidad de analizar qué sucedió con el
experimento.
Mientras tanto, Finlandia ya ha avanzado hacia la
consideración de una reforma más amplia de sus programas de servicios sociales.
El país está estudiando una nueva forma de política de bienestar social ahora
vigente en Gran Bretaña: el llamado crédito universal, que unifica los
programas de ayuda pública en un solo pago mensual.
"El sistema de seguridad social está fragmentado
y tiene mucha burocracia", explicó Lisa Heinamaki, que supervisa un
proyecto que explora maneras de reorganizar el sistema. "El debate sobre el
ingreso básico no se terminó, pero ahora es parte de la discusión más
amplia", agregó.
En Gran Bretaña, el cambio al crédito universal tiene
a los pobres conmocionados, privando a muchos del apoyo del Estado mientras se
los pasa del viejo sistema al nuevo. Los beneficios se han incrementado para
alguna gente, pero otros muchos beneficiarios terminaron con menos.
En Finlandia, donde la red de seguridad social es
famosa por su generosidad, una estructura como la británica podría lograr
precisamente lo que se supone que debería alcanzarse con el ingreso básico: la
garantía de que todo miembro de la sociedad tenga asegurado su sustento y su
vivienda.
Esta puede ser la principal razón por la que el
ingreso básico ha perdido impulso en Finlandia: en los hechos, es redundante.
La
salud es cubierta por el Estado. La educación universitaria es gratuita. Los
desocupados obtienen generosos subsidios y tienen acceso a algunos de los
programas de capacitación más efectivos del mundo.
"En un sentido -concluyó Hiilarno, el profesor de
Política Social-, Finlandia ya tiene ingreso básico".
Traducción de Gabriel Zadunaisky