martes, 14 de junio de 2022

ORGULLO Y DESENCANTO


 de un soldado


POR AGUSTÍN DE BEITIA


La Prensa, 12.06.2022

 

­La resistencia de once soldados salteños, sitiados durante horas por una columna de ciento veinte guerrilleros del ERP en Tucumán, en 1975, es un episodio electrizante de esos que en otro país suelen alimentar al mejor cine bélico. En la Argentina no. Con la industria cultural en manos de la izquierda, no es raro que ese hecho siga siendo incluso desconocido. Pasaron ya 47 años del Combate de Manchalá y pocos van quedando de los protagonistas de ese enfrentamiento, que fue un punto de inflexión en la guerra revolucionaria que asoló la Argentina en los setenta. Los que sobreviven lo hacen en el anonimato, muchos de ellos como simples jornaleros, que viven al día, en la misma patria por la que alguna vez dieron la vida y que hoy les da la espalda.

 

José Adolfo Romero (Salta, 1954) es uno de esos salteños. En una entrevista con La Prensa revive aquellos hechos dejando la agridulce sensación de que asistió a un momento de grandeza fugaz, seguido de un largo desencanto.

 

Romero está dando en estos días las últimas puntadas a un pequeño libro en el que narra por primera vez el desarrollo de ese feroz combate, que tuvo lugar el 28 de mayo de 1975 en una escuela rural cercana a la localidad tucumana de Río Colorado, en momentos en que los atacantes se dirigían a dar un gran golpe contra el comando del Ejército situado en la cercana Famaillá. Un golpe en pleno gobierno constitucional de Isabel Perón.

 

Escrito a mano en cuadernos de unas cincuenta hojas cada uno, el texto está ahora en proceso de corrección, antes de ser entregado para su impresión. Su título, nacido del orgullo y el desengaño, es ¿Quién ganó en Manchalá?.

 

El autor, hoy de 67 años, jubilado, dice que escribió el libro porque "ya murieron cinco de los soldados que protagonizaron ese combate". Un número importante de fallecidos si se piensa que inicialmente fueron solo nueve soldados, a las órdenes de dos suboficiales.

 

"La primera motivación para escribir fue dejar asentado lo que vivimos para nuestras propias familias, pero también como un legado para los demás, para demostrar lo equivocado que estaba el adversario y lo que nosotros hicimos por la patria", dice Romero.

 

GOLPE

 

"Lo principal es lo que iba a pasar: la intención de crear una zona liberada en Tucumán. El golpe contra el comando de Famaillá era el más importante que habían planificado ellos. Pocos resaltan que el combate que libramos impidió que dieran ese gran golpe", continúa.

 

Tampoco suele recordarse que el enfrentamiento dejó expuesta la utopía del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Porque, como sucedería luego en Formosa y en otros lugares, los más humildes, lejos de anhelar una supuesta liberación de los guerrilleros, eran quienes los repelían a balazos. Hasta hoy se muestran orgullosos de eso.

 

Sobre el combate mismo, lo primero que Romero recuerda es la intensidad. "Cuando empezó el tiroteo había fogonazos por todos lados" y fue tal la magnitud de la agresión que "creímos que era un ataque conjunto contra otros lugares también".

 

El salteño relata que enseguida se desplegaron en semicírculo bajo las órdenes del cabo Gerardo Lafuente. "A mí me mandó al techo y a Rodolfo Demayo le ordenó que intentara escapar en un Unimog para pedir refuerzos, algo que no pudo cumplir porque recibió dos andanadas de disparos que hicieron pedazos al vehículo", explica.

 

Romero logró llegar al techo, pero como los árboles que rodeaban al patio de la escuela eran muy altos no encontraba ángulo de tiro, por lo que debió bajar. Pero los atacantes estaban tan cerca que, desde abajo, alcanzaban a ver sus caras, según cuenta.

 

"Estábamos a sólo 15 metros de ellos. Se veían muy bien. Ahí lo reconocí por ejemplo a (Hugo) Irurzún", alias Capitán Santiago, quien estaba al mando de la Compañía de Monte del ERP.

 

Los atacantes contaban con armas pesadas. "Tenían dos ametralladoras MAG 7.62 que habían dispuesto a derecha e izquierda de la escuela. Con una de ellas tiraron sin parar desde las 17.30 hasta después de las 20, También nos tiraron gran cantidad de granadas, muchas de las cuales no explotaron", prosigue.

 

El autor está convencido de que se salvaron de milagro. "Dios nos dio una gran mano", reflexiona. "Hay cosas inexplicables. Donde estábamos Osvaldo Alcalá y yo había una reja que terminó perforada. A nuestro alrededor había más de cien disparos. En todos los árboles donde había soldados a cubierto había muchos disparos. A Demayo, cuando trata de escaparse, un impacto le pega en la "marmita" que llevaba atada a la cintura", comenta, en alusión al juego de platos y utensilios de campaña, que son de acero.

 

"Después -continúa- está la llegada fortuita, a eso de las 19 horas, de dos camiones con diferencia de 15 minutos". Traían, entre los dos, una decena de hombres, pero "el adversario lo tomó como el arribo de refuerzos, lo que provocó una disminución del ataque", prosigue.

 

TENSION

 

Las horas que siguieron hasta las once de la noche, en que llegaron los verdaderos refuerzos desde Famaillá, fueron de "una tensión insoportable", con los salteños replegados, en medio de la oscuridad, y esperando que el enemigo lanzara el asalto final.

 

"Fue tremendo. Esperar crea hasta fantasías. A mí me quedaban solo 13 disparos, de los 280 disparos con que contaba al inicio. Y la orden era cuidar esos disparos: dejarlos avanzar hasta que estuvieran muy cerca", revela.

 

Romero explica que en su libro sigue los pasos de cada uno de los soldados desde que salieron de sus hogares y fueron despedidos por sus padres, hasta los 45 días de instrucción que recibieron en la entonces Compañía de Ingenieros de Montaña 5 de Salta, para luego continuar con su movilización a Tucumán y su llegada a la escuela rural de Manchalá, donde realizarían tareas de mantenimiento como parte de la Operación Independencia.

 

Para narrar el enfrentamiento también dice que procuró seguir la actuación de todos y quiso ser muy descriptivo. "Por ejemplo describo la nubosidad que quedó flotando después del combate en el patio de la escuela, a media altura, con un olor parecido al azufre, que nunca más volví a sentir", expresa.

 

Su reconstrucción sale al paso de una serie de errores y mentiras que circulan desde hace años. "Dicen que un suboficial corrió 17 kilómetros para ir en busca de ayuda. Eso es mentira. ¿Cómo iba a escapar alguien? ¡Si estábamos rodeados!", exclama riendo con sorna. "¿Otra mentira? En su parte sobre el combate en la revista Estrella Roja, el ERP dice que nosotros tuvimos 28 bajas", continúa. Veintiocho llegaron a ser en total con la llegada de los dos camiones. No tendría que haber sobrevivido ninguno.

 

"Asi es con todo", dice riendo. "Cierta vez fui a Tucumán y tuve que escuchar a una persona que vendía libros que decía que nosotros éramos comandos disfrazados de soldados y que habíamos emboscado a los otros. Qué raro: 11 milicos emboscando a 120".

 

HECHO FORTUITO

 

Su libro comienza en 2005 con un hecho fortuito, cuando Romero estaba esperando el ómnibus en Salta con otro hombre a su lado y, como la demora ya era larga, ambos deciden compartir un viaje en remise. En el trayecto, el otro pasajero se lamenta de que los jóvenes de hoy están todo el día en internet, mientras que en su generación tenían ideales.

 

"Estábamos decididos a todo -dijo el desconocido-. Yo hice muchas cosas en este bendito país por los que estaban excluidos y hoy no tengo un mango, pero mis compañeros están con mucha plata". A lo que Romero respondió que era la misma historia que la suya, que también hizo mucho por la patria y no tenía ni un vehículo para ir a trabajar. En medio de esa conversación, el hombre admitió que había estado en Tucumán y que había pertenecido a una organización armada.

 

Romero comenta que ambos se quedaron mirándose mutuamente. "Yo estoy seguro de que lo vi en Manchalá", afirma. Pero, más allá de eso, reflexiona: "Entre los combatientes de ellos, algunos están mal, como este hombre, que se las rebusca todos los días. Y en el caso nuestro, yo también me las rebusco todos los días".

 

Al respecto, el autor expresa el desánimo que le produce ver cómo sus camaradas y él mismo han sido siempre olvidados y cómo les han cerrado muchas puertas. "La rebeldía ante tantas injusticias" fue otra de sus motivaciones para escribir, asegura.

 

"Carranza era un peón rural. Quería ser policía. Un general le prometió que lo iba a ayudar a lograrlo. Murió el año pasado y nunca lo ayudaron", expone. "Juan Sulca fue herido en combate, tuvo dos balazos en el abdomen, y vive de changas. Nunca le dieron ni un peso. Sergio Oñativia se suicidó, harto de que no le alcanzara la plata".

 

DESAIRES

 

El propio autor es otro caso similar. Cuando fue a Tucumán tenía 20 años, provenía de una familia de clase media baja y estaba cursando el primer año de Medicina. Al volver empezó a trabajar en YPF en el sector de seguridad. Años después pidió que lo trasladaran a Córdoba, donde podría retomar sus estudios y seguir trabajando, con la posibilidad de que también le facilitaran un lugar donde vivir. Pero su superior en YPF, un general del Ejército, se lo negó. Ese rechazo, según cuenta, lo "liquidó", tanto a él como a su familia. Tiempo después le negarían también un crédito para ampliar su vivienda. Así fue como continuó en YPF hasta que se retiró en 1991, y luego pasó a vender planes de ahorro. Hoy solo cuenta con su jubilación.

 

"Hay una ingratitud demasiado grande. Nadie pedía que le regalaran nada sino una ayuda que podría habernos cambiado la vida. Pero hemos tenido dos enemigos. El adversario y el enemigo nuestro", asegura.

 

Por esa indiferencia, Romero dice que llegó un momento en que no quería ir más a los actos de homenaje por Manchalá. "Éramos cinco los que no queríamos saber nada más. Porque siempre era lo mismo. Una palmada en la espalda, un papelito que decía que hemos combatido y chau. Nos usaron", dice.

 

Su libro termina con la incógnita que figura en el título. "Este muchacho que menciono en el comienzo volvió ese día a su casa con unos pocos pesos. Yo volvía a esa hora también a mi casa no sabiendo qué plata iba a llevar a mi casa. Entonces: ¿Quién ganó en Manchalá? ¿Ellos, nosotros, o los de arriba que hicieron mucha plata?", se pregunta.

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