y una reparación histórica
POR JORGE MARTÍNEZ
La Prensa,
09.10.2022
Aunque cada vez se
investiga más sobre la gesta de Malvinas, todavía persisten notables vacíos
historiográficos. Con la intención de llenar uno de ellos, Sebastián Sánchez
escribió El altar y la guerra (Argentinidad), libro de reciente publicación en
el que reconstruye el papel que desempeñaron los 21 capellanes movilizados
durante la guerra de 1982.
Prologada por
Nicolás Kasanzew, es la obra seria y documentada de un historiador católico y
patriota que reconoce la actuación de la Providencia en la historia humana, y
que discierne en la guerra de Malvinas “un acontecimiento trascendente que
siguió una línea de continuidad y necesidad, de auténtica coherencia, con el pasado
y el talante tradicional argentinos”.
Profesor y doctor
en historia, autor de otros cuatro libros y colaborador frecuente de este
suplemento, Sánchez (Lomas de Zamora, 1968) quiso cumplir un acto de reparación
con estos religiosos que corrieron el mismo destino que el resto de los
veteranos: se los olvidó por corrección política, y para no recordar que la
Iglesia “contribuyó a través de sus sacerdotes en la concreción de una guerra
justa”. En las líneas que siguen se reproducen sus respuestas al cuestionario
escrito que le acercó este diario.
- ¿Cuándo empezó a
bosquejar el libro y qué razones lo empujaron a acometer la tarea?
- En 2017 comencé
la tarea de reunión de fuentes, bibliografía y testimonios; pero la redacción
hace unos tres años, con cierto impulso durante los tiempos de la malhadada
gestión pandémica. Varias razones me movieron a escribir este libro. En
principio, la intención de aportar un grano de arena a la historiografía sobre
Malvinas, lo cual era para mí una deuda antigua. Por otro lado, el advertir que
sobre los capellanes de la Gesta poco y nada se había escrito, más allá de
menciones acotadas. Se trata de un vacío a llenar, en principio por estricta
justicia, y es lo que he procurado con este libro.
LA PROVIDENCIA
- Al comienzo de
la obra se aclara que ha sido emprendida por un historiador católico. ¿Qué
significa en estos días formular esa definición y por qué cree conveniente
expresarla?
- Le cuento una
confidencia. Este es mi quinto libro, pero es la primera vez que me autodenomino
“historiador”. Es que cuando uno conoce la obra medular de los grandes
historiógrafos, no puede menos que manifestar cierto pudor al equiparse con
ellos. Hoy parece que basta con el título de profesor de historia o de
filosofía para convertirse en historiador o filósofo.
Como sea, yendo a
su pregunta, soy un católico dedicado a la historia. Con eso no me refiero a la
necesaria honradez intelectual, pues no hace falta ser católico para ello, sino
al modo de estudiar, pensar y enseñar la historia. Para los católicos,
Cristo, el Verbo encarnado en el tiempo, está en su hogar en la historia, de
modo que omitir su presencia es sencillamente una mutilación. El historiador
católico describe y explica hechos humanos, pero cree en la existencia del
milagro, en la Providencia actuando en y entre los hombres.
¿Sabe algo? No sé
si resulta conveniente definirse como historiador católico. Hace unos años,
Vittorio Messori decía -un poco en broma y mucho en serio- que no hay nada más
políticamente incorrecto que los cazadores, los fumadores y los católicos. Soy
dos de tres. No sé si será conveniente, oportuno o inoportuno, pero lo expreso
sin ambages.
- ¿Cuáles fueron
las fuentes de información -primarias o secundarias- que le resultaron más
provechosas para preparar El altar y la guerra?
- Por supuesto,
los testimonios de muchos veteranos resultan fuentes de indudable valor, que me
aportaron verdaderos tesoros. No es este un libro de base testimonial, pero no
podía desaprovechar el contar con tantos soldados que aún nos rodean.
Claro está, las
fuentes principales han sido los diarios de guerra de tres capellanes. El
Diario de un cura soldado, del P. Mafezzini, que fue el capellán de la Armada
que desembarcó el 2 de abril y que padeció bajo el kirchnerismo sólo porque era
amigo de Monseñor Baseotto. En segundo lugar, el diario del P. Martínez
Torrens, Dios en las trincheras, testimonio valiosísimo del último de los
capellanes con vida. Y, por último, el singular diario de guerra de fray
Domingo Renaudiere, el muy lúcido fraile dominico que fue voluntario a
Malvinas, frisando los sesenta años.
Por otro lado,
resultaron de enorme provecho las reflexiones de notables pensadores
argentinos. Pienso ahora en Patricio Randle -lucidísimo intelectual que solía
escribir en La Prensa- y sus reflexiones durante la Gesta recopiladas en
Malvinas, la guerra inconclusa. O Ricardo Paz, pluma vigorosa del
conservadurismo, en su fundamental Las dos Argentinas. O las cavilaciones
malvineras del recordado Enrique Díaz Araujo. Y también la obra de periodistas
de fuste, como Manfred Schönfeld -también articulista en vuestro diario- y, por
supuesto, Nicolás Kasanzew, que es quizás el argentino que más ha hecho por
malvinizar la Patria, y que contribuyó grandemente para que El altar y la
guerra viera la luz.
- Su libro llena
un evidente vacío historiográfico referido a los capellanes. ¿Por qué es
importante recordar la tarea que cumplieron estos hombres de Dios durante los
74 días de la gesta en Malvinas?
- La Operación
Rosario del 2 de abril dio inicio a una guerra justa. Sí, en ocasiones -mal que
les pese a los pacifistas a la violeta que aplauden las bombas debajo de la
cama pero no las lides contra los imperios infames- hay justicia en la guerra.
Pero el 1 de mayo, cuando cayeron las primeras bombas en el Puerto de la
Soledad de la Virgen (tal el nombre que le dio el P. Renaudiere a la capital de
las Islas) se inició la gesta. Y una gesta no es otra cosa -nos lo recuerdan
los medievales cantares castellanos- que una sucesión de hechos hazañosos. Y
eso fue Malvinas.
Pero en esos meses
se evidenció que la guerra justa, convertida a su vez en sucesión de hechos
hazañosos, era además una gesta católica y mariana. Lo demuestran los
centenares de miles de rosarios a la Señora desgranados en las trincheras, las
cabinas de los Pucará o el puente de nuestros buques. Lo manifiestan los miles
de sacramentos administrados cada uno de esos 74 días. Lo expresan las
conversiones allí acaecidas. Lo demuestran, en fin, centenares de misas de
campaña celebradas, muchas de ellas, bajo las bombas. El Altar fue el núcleo
místico de la Gesta. Y nuestros capellanes, actuando in persona Christi fueron
quienes hicieron posible la Presencia eucarística en aquel momento magno de
nuestra historia.
MANIPULACIONES
- El papel de los
capellanes en las islas no escapó al destino común de la guerra, que fue
distorsionada, manipulada y mutilada. Lo curioso es que a ello contribuyeron,
ya desde 1982, las propias Fuerzas Armadas y hasta la Iglesia. ¿Cómo se explica
esta actitud sostenida en el tiempo?
- A mi entender,
el “olvido” de los capellanes es una de las peores cosas que ha traído la
malhadada “desmalvinización”. Hasta cierto punto se comprende la distracción en
los mandos militares inficionados de liberalismo, pues llevaban el laicismo en
la sangre, pero resulta mucho más doloroso advertir este ocultamiento por parte
de la jerarquía eclesial. No fueron pocos los obispos que adhirieron
rápidamente a la “leyenda negra” sobre Malvinas y envolvieron a los capellanes
en ese paquete ideológico, arrojándolos al desván de la desmemoria. Había que
olvidarse de los capellanes de Malvinas, del mismo modo que había que hacerlo
con los sacerdotes que asistieron en la guerra contra la subversión. Para decirlo
más sencillamente: recordar a los sacerdotes en la guerra era -y es- política y
eclesiológicamente incorrecto.
Pero este ominoso
silencio trajo aparejadas consecuencias gravísimas: en estos cuarenta años de
posguerra no sólo se olvidó a los capellanes, también se postergó la atención
espiritual de los veteranos y sus familias. Nunca se creó una pastoral
destinada a los miles soldados de Malvinas, y mire que hay pastorales como para
tirar para arriba. Y esto, como católico, lo digo con todo el dolor y no con el
regocijo perruno que caracteriza a otros.
- Se sugiere en el
libro la conveniencia de recopilar todos los milagros y las intervenciones
providenciales que sucedieron durante el conflicto. ¿Podría referir algunos
ejemplos brevemente?
- Justamente, eso
caracteriza al historiador católico: no desconocer ni desdeñar la existencia
del milagro. Y esto sin duda estuvo presente en las Islas durante aquellos 74
días. Son muchos los testimonios acerca de intervenciones de la Virgen: desde
aquella madrugada del 2 de abril, cuando el bravo Atlántico Sur se apaciguó
poco antes del desembarco, hasta aquellos soldados que quedaron enterrados bajo
metros de tierra tras un bombardeo inglés y sobrevivieron indemnes. Hubo
milagros evidentísimos, como la ocasión que narra el P. Martínez Torrens en la
que, mientras celebraba misa y en el momento exacto de la consagración, se
lanzó sobre él y sus soldados un Harrier, que dejó su estela de bombas sin
herir a nadie.
Pero, además, el
milagro de todos los minutos, la Divina Providencia, se evidenció en las
conversiones que se dieron aquellos días, o en la tranquilidad con que muchos
soldados enfrentaron el combate y la muerte, o en las múltiples entregas que se
suscitaron en esos jóvenes, que no dudaron en dar la vida por sus amigos. Hay
un caso muy especial, que conocemos gracias a Kasanzew y que quizás, alguna
vez, pueda dar inicio a una causa de canonización. Me refiero a Carlos Mosto,
“el curita”, como le decían sus camaradas. Se trató de un conscripto,
estudiante de medicina, que se desvivió por sus amigos y que cayó en Moody
Brook asistiéndolos.
- ¿Qué otros
vacíos considera que siguen pendientes de ser llenados respecto de la historia
de la gesta?
- No sé si hay
vacíos, pues se ha escrito y se escribe mucho sobre la guerra, pero sí la
necesidad de estudiar con mayor profundidad algunos temas. Hay que investigar
mucho sobre cuestiones no saldadas; por ejemplo el proceso político que motivó
la decisión de recuperar las Islas -ya basta con el mito de que fue el
“manotazo de ahogado” del Proceso-. O los alcances de la colaboración chilena
con Gran Bretaña y la cooperación peruana con nuestra Patria. O la
participación de los partidos políticos en el proceso que llevó al 14 de junio.
En fin, hay todavía mucho por explorar, pero creo que vamos por buen camino.
Malvinas, que lleva 40 años siendo causa nacional, está concitando ahora
interés de académicos que investigan muchos aspectos poco estudiados, sin
prejuicios ni temores.
- En los últimos
años se ha escrito bastante sobre Malvinas en nuestro país, aunque de manera
especializada o parcial. Falta en cambio una obra integral y definitiva. ¿De
qué manera cree que debería emprenderse semejante trabajo?
- Es difícil
hablar de obras definitivas en historia. Siempre surgen nuevas fuentes que
llevan a nuevas interpretaciones. Los argentinos del 2082 escribirán -Dios lo
permita- historias sobre Malvinas mucho más completas y, quizás, de mayor
hondura que las nuestras. Todavía estamos muy cerca de la guerra temporalmente
hablando.
Respecto de una
historia integral, completa, de la gesta, creo que es posible sin duda. Se
trata de reunir historiadores intelectualmente honestos, sin desprecio
apriorístico por su objeto de estudio, que comprendan la significación de una
obra de esas características. Me refiero a la importancia que tiene para los
argentinos el conocer y sopesar el sentido auténtico de la guerra. En
Inglaterra hay historiadores oficiales de la guerra, Lawrence Freedman es uno
de ellos, que se han ocupado de investigar el conflicto con resultados
óptimos... óptimos para Gran Bretaña. Aquí eso, además de indeseable, es
impensable. ¿Se imagina una historia integral de la guerra de Malvinas
pergeñada por historiadores "orgánicos" rentados por la partidocracia
del país? No, la historia de Malvinas debe ser investigada y narrada por
estudiosos honestos, dispuestos a la verdad, que no se atrevan a mentir,
falsear u ocultar.
- Se deslizan al
pasar en el libro cuestiones que exceden su tema pero que son apasionantes. Una
es la sospecha de que la recuperación de las islas de algún modo coincidió con
una provocación planificada de ingleses y norteamericanos que respondía a
vastos motivos geopolíticos. Otra se refiere a la decisión de cesar el combate,
que ocurrió en un momento -el 14 de junio- en que la situación militar sobre el
terreno no la justificaba del todo. ¿Cuál es hoy su opinión de historiador
sobre esos dos puntos?
- En 1711 en
Inglaterra vio la luz un libelo anónimo titulado Una propuesta para humillar a
España, que justamente proponía la desmembración del Río de la Plata. En el
mismo sentido, Malvinas terminó siendo una enorme oportunidad para humillar a
la Argentina. Esa ignominia delineada por los poderes mundiales se evidenció
con expresiones como las que recuerda Kasanzew: Winston Churchill, nieto del
Primer Ministro, dijo apenas terminado el conflicto que “a la Argentina hay que
revolcarla en el fango de la humillación”.
Más allá de los
detalles geopolíticos del asunto, no dudo en afirmar que la derrota en Malvinas
fue una oportunidad para dejar exánime al país. ¿Por qué? Pues porque, aunque
los argentinos lo desconozcamos, o lo despreciemos, nuestra Patria ha sido
ejemplo de autonomía, de independencia frente a los poderosos del mundo. Baste
pensar nuestras guerras victoriosas libradas contra varios imperios -Brasil,
Inglaterra, Francia-, o el hecho de haber sido neutrales en las dos guerras
mundiales. En otros tiempos Argentina tuvo una sólida política exterior -lo cual
es signo de la grandeza de una nación, no la cantidad de vacas que posee- y
había que dominar ese ímpetu para ponerla de rodillas. El 14 de junio permitió
a los poderosos imponer su agenda en la Argentina.
Por supuesto, eso
no se hizo sin la connivencia de parte importante de la clase dirigente del
país. Desde el 2 de abril, más allá de los aplausos iniciales, gran parte de la
partidocracia se involucró en el inficionamiento del veneno del derrotismo. No
me refiero sólo a las cúpulas militares -que marcharon a la guerra pensando que
no habría guerra- sino también a los políticos y sindicalistas que, mientras
nuestros soldados enfrentaban al Imperio, negociaban con el “Proceso” el
Estatuto de los Partidos Políticos.
De todos modos, a
pesar de todo lo que han mentido y ensuciado, Malvinas es causa nacional. La
gesta es un dolor, sin duda, pero es un dolor fecundo y esperanzador.
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