martes, 11 de octubre de 2022

MALVINAS

 


 y una reparación histórica

 

POR JORGE MARTÍNEZ

 

La Prensa, 09.10.2022

 

Aunque cada vez se investiga más sobre la gesta de Malvinas, todavía persisten notables vacíos historiográficos. Con la intención de llenar uno de ellos, Sebastián Sánchez escribió El altar y la guerra (Argentinidad), libro de reciente publicación en el que reconstruye el papel que desempeñaron los 21 capellanes movilizados durante la guerra de 1982.

 

Prologada por Nicolás Kasanzew, es la obra seria y documentada de un historiador católico y patriota que reconoce la actuación de la Providencia en la historia humana, y que discierne en la guerra de Malvinas “un acontecimiento trascendente que siguió una línea de continuidad y necesidad, de auténtica coherencia, con el pasado y el talante tradicional argentinos”.

 

Profesor y doctor en historia, autor de otros cuatro libros y colaborador frecuente de este suplemento, Sánchez (Lomas de Zamora, 1968) quiso cumplir un acto de reparación con estos religiosos que corrieron el mismo destino que el resto de los veteranos: se los olvidó por corrección política, y para no recordar que la Iglesia “contribuyó a través de sus sacerdotes en la concreción de una guerra justa”. En las líneas que siguen se reproducen sus respuestas al cuestionario escrito que le acercó este diario.

 

- ¿Cuándo empezó a bosquejar el libro y qué razones lo empujaron a acometer la tarea?

 

- En 2017 comencé la tarea de reunión de fuentes, bibliografía y testimonios; pero la redacción hace unos tres años, con cierto impulso durante los tiempos de la malhadada gestión pandémica. Varias razones me movieron a escribir este libro. En principio, la intención de aportar un grano de arena a la historiografía sobre Malvinas, lo cual era para mí una deuda antigua. Por otro lado, el advertir que sobre los capellanes de la Gesta poco y nada se había escrito, más allá de menciones acotadas. Se trata de un vacío a llenar, en principio por estricta justicia, y es lo que he procurado con este libro.

 

­LA PROVIDENCIA­

 

­- Al comienzo de la obra se aclara que ha sido emprendida por un historiador católico. ¿Qué significa en estos días formular esa definición y por qué cree conveniente expresarla?

 

- Le cuento una confidencia. Este es mi quinto libro, pero es la primera vez que me autodenomino “historiador”. Es que cuando uno conoce la obra medular de los grandes historiógrafos, no puede menos que manifestar cierto pudor al equiparse con ellos. Hoy parece que basta con el título de profesor de historia o de filosofía para convertirse en historiador o filósofo.

 

Como sea, yendo a su pregunta, soy un católico dedicado a la historia. Con eso no me refiero a la necesaria honradez intelectual, pues no hace falta ser católico para ello, sino al modo de estudiar, pensar y enseñar la historia. Para los católicos, Cristo, el Verbo encarnado en el tiempo, está en su hogar en la historia, de modo que omitir su presencia es sencillamente una mutilación. El historiador católico describe y explica hechos humanos, pero cree en la existencia del milagro, en la Providencia actuando en y entre los hombres.

 

¿Sabe algo? No sé si resulta conveniente definirse como historiador católico. Hace unos años, Vittorio Messori decía -un poco en broma y mucho en serio- que no hay nada más políticamente incorrecto que los cazadores, los fumadores y los católicos. Soy dos de tres. No sé si será conveniente, oportuno o inoportuno, pero lo expreso sin ambages.

 

- ¿Cuáles fueron las fuentes de información -primarias o secundarias- que le resultaron más provechosas para preparar El altar y la guerra?

 

- Por supuesto, los testimonios de muchos veteranos resultan fuentes de indudable valor, que me aportaron verdaderos tesoros. No es este un libro de base testimonial, pero no podía desaprovechar el contar con tantos soldados que aún nos rodean.

 

Claro está, las fuentes principales han sido los diarios de guerra de tres capellanes. El Diario de un cura soldado, del P. Mafezzini, que fue el capellán de la Armada que desembarcó el 2 de abril y que padeció bajo el kirchnerismo sólo porque era amigo de Monseñor Baseotto. En segundo lugar, el diario del P. Martínez Torrens, Dios en las trincheras, testimonio valiosísimo del último de los capellanes con vida. Y, por último, el singular diario de guerra de fray Domingo Renaudiere, el muy lúcido fraile dominico que fue voluntario a Malvinas, frisando los sesenta años.

 

Por otro lado, resultaron de enorme provecho las reflexiones de notables pensadores argentinos. Pienso ahora en Patricio Randle -lucidísimo intelectual que solía escribir en La Prensa- y sus reflexiones durante la Gesta recopiladas en Malvinas, la guerra inconclusa. O Ricardo Paz, pluma vigorosa del conservadurismo, en su fundamental Las dos Argentinas. O las cavilaciones malvineras del recordado Enrique Díaz Araujo. Y también la obra de periodistas de fuste, como Manfred Schönfeld -también articulista en vuestro diario- y, por supuesto, Nicolás Kasanzew, que es quizás el argentino que más ha hecho por malvinizar la Patria, y que contribuyó grandemente para que El altar y la guerra viera la luz.

 

- Su libro llena un evidente vacío historiográfico referido a los capellanes. ¿Por qué es importante recordar la tarea que cumplieron estos hombres de Dios durante los 74 días de la gesta en Malvinas?

 

- La Operación Rosario del 2 de abril dio inicio a una guerra justa. Sí, en ocasiones -mal que les pese a los pacifistas a la violeta que aplauden las bombas debajo de la cama pero no las lides contra los imperios infames- hay justicia en la guerra. Pero el 1 de mayo, cuando cayeron las primeras bombas en el Puerto de la Soledad de la Virgen (tal el nombre que le dio el P. Renaudiere a la capital de las Islas) se inició la gesta. Y una gesta no es otra cosa -nos lo recuerdan los medievales cantares castellanos- que una sucesión de hechos hazañosos. Y eso fue Malvinas.

 

Pero en esos meses se evidenció que la guerra justa, convertida a su vez en sucesión de hechos hazañosos, era además una gesta católica y mariana. Lo demuestran los centenares de miles de rosarios a la Señora desgranados en las trincheras, las cabinas de los Pucará o el puente de nuestros buques. Lo manifiestan los miles de sacramentos administrados cada uno de esos 74 días. Lo expresan las conversiones allí acaecidas. Lo demuestran, en fin, centenares de misas de campaña celebradas, muchas de ellas, bajo las bombas. El Altar fue el núcleo místico de la Gesta. Y nuestros capellanes, actuando in persona Christi fueron quienes hicieron posible la Presencia eucarística en aquel momento magno de nuestra historia.

 

­MANIPULACIONES­

 

­- El papel de los capellanes en las islas no escapó al destino común de la guerra, que fue distorsionada, manipulada y mutilada. Lo curioso es que a ello contribuyeron, ya desde 1982, las propias Fuerzas Armadas y hasta la Iglesia. ¿Cómo se explica esta actitud sostenida en el tiempo?

 

- A mi entender, el “olvido” de los capellanes es una de las peores cosas que ha traído la malhadada “desmalvinización”. Hasta cierto punto se comprende la distracción en los mandos militares inficionados de liberalismo, pues llevaban el laicismo en la sangre, pero resulta mucho más doloroso advertir este ocultamiento por parte de la jerarquía eclesial. No fueron pocos los obispos que adhirieron rápidamente a la “leyenda negra” sobre Malvinas y envolvieron a los capellanes en ese paquete ideológico, arrojándolos al desván de la desmemoria. Había que olvidarse de los capellanes de Malvinas, del mismo modo que había que hacerlo con los sacerdotes que asistieron en la guerra contra la subversión. Para decirlo más sencillamente: recordar a los sacerdotes en la guerra era -y es- política y eclesiológicamente incorrecto.

 

Pero este ominoso silencio trajo aparejadas consecuencias gravísimas: en estos cuarenta años de posguerra no sólo se olvidó a los capellanes, también se postergó la atención espiritual de los veteranos y sus familias. Nunca se creó una pastoral destinada a los miles soldados de Malvinas, y mire que hay pastorales como para tirar para arriba. Y esto, como católico, lo digo con todo el dolor y no con el regocijo perruno que caracteriza a otros.

 

- Se sugiere en el libro la conveniencia de recopilar todos los milagros y las intervenciones providenciales que sucedieron durante el conflicto. ¿Podría referir algunos ejemplos brevemente?

 

- Justamente, eso caracteriza al historiador católico: no desconocer ni desdeñar la existencia del milagro. Y esto sin duda estuvo presente en las Islas durante aquellos 74 días. Son muchos los testimonios acerca de intervenciones de la Virgen: desde aquella madrugada del 2 de abril, cuando el bravo Atlántico Sur se apaciguó poco antes del desembarco, hasta aquellos soldados que quedaron enterrados bajo metros de tierra tras un bombardeo inglés y sobrevivieron indemnes. Hubo milagros evidentísimos, como la ocasión que narra el P. Martínez Torrens en la que, mientras celebraba misa y en el momento exacto de la consagración, se lanzó sobre él y sus soldados un Harrier, que dejó su estela de bombas sin herir a nadie.

 

Pero, además, el milagro de todos los minutos, la Divina Providencia, se evidenció en las conversiones que se dieron aquellos días, o en la tranquilidad con que muchos soldados enfrentaron el combate y la muerte, o en las múltiples entregas que se suscitaron en esos jóvenes, que no dudaron en dar la vida por sus amigos. Hay un caso muy especial, que conocemos gracias a Kasanzew y que quizás, alguna vez, pueda dar inicio a una causa de canonización. Me refiero a Carlos Mosto, “el curita”, como le decían sus camaradas. Se trató de un conscripto, estudiante de medicina, que se desvivió por sus amigos y que cayó en Moody Brook asistiéndolos.

 

- ¿Qué otros vacíos considera que siguen pendientes de ser llenados respecto de la historia de la gesta?

 

- No sé si hay vacíos, pues se ha escrito y se escribe mucho sobre la guerra, pero sí la necesidad de estudiar con mayor profundidad algunos temas. Hay que investigar mucho sobre cuestiones no saldadas; por ejemplo el proceso político que motivó la decisión de recuperar las Islas -ya basta con el mito de que fue el “manotazo de ahogado” del Proceso-. O los alcances de la colaboración chilena con Gran Bretaña y la cooperación peruana con nuestra Patria. O la participación de los partidos políticos en el proceso que llevó al 14 de junio. En fin, hay todavía mucho por explorar, pero creo que vamos por buen camino. Malvinas, que lleva 40 años siendo causa nacional, está concitando ahora interés de académicos que investigan muchos aspectos poco estudiados, sin prejuicios ni temores.

 

- En los últimos años se ha escrito bastante sobre Malvinas en nuestro país, aunque de manera especializada o parcial. Falta en cambio una obra integral y definitiva. ¿De qué manera cree que debería emprenderse semejante trabajo?

 

- Es difícil hablar de obras definitivas en historia. Siempre surgen nuevas fuentes que llevan a nuevas interpretaciones. Los argentinos del 2082 escribirán -Dios lo permita- historias sobre Malvinas mucho más completas y, quizás, de mayor hondura que las nuestras. Todavía estamos muy cerca de la guerra temporalmente hablando.

 

Respecto de una historia integral, completa, de la gesta, creo que es posible sin duda. Se trata de reunir historiadores intelectualmente honestos, sin desprecio apriorístico por su objeto de estudio, que comprendan la significación de una obra de esas características. Me refiero a la importancia que tiene para los argentinos el conocer y sopesar el sentido auténtico de la guerra. En Inglaterra hay historiadores oficiales de la guerra, Lawrence Freedman es uno de ellos, que se han ocupado de investigar el conflicto con resultados óptimos... óptimos para Gran Bretaña. Aquí eso, además de indeseable, es impensable. ¿Se imagina una historia integral de la guerra de Malvinas pergeñada por historiadores "orgánicos" rentados por la partidocracia del país? No, la historia de Malvinas debe ser investigada y narrada por estudiosos honestos, dispuestos a la verdad, que no se atrevan a mentir, falsear u ocultar.

 

- Se deslizan al pasar en el libro cuestiones que exceden su tema pero que son apasionantes. Una es la sospecha de que la recuperación de las islas de algún modo coincidió con una provocación planificada de ingleses y norteamericanos que respondía a vastos motivos geopolíticos. Otra se refiere a la decisión de cesar el combate, que ocurrió en un momento -el 14 de junio- en que la situación militar sobre el terreno no la justificaba del todo. ¿Cuál es hoy su opinión de historiador sobre esos dos puntos?

 

- En 1711 en Inglaterra vio la luz un libelo anónimo titulado Una propuesta para humillar a España, que justamente proponía la desmembración del Río de la Plata. En el mismo sentido, Malvinas terminó siendo una enorme oportunidad para humillar a la Argentina. Esa ignominia delineada por los poderes mundiales se evidenció con expresiones como las que recuerda Kasanzew: Winston Churchill, nieto del Primer Ministro, dijo apenas terminado el conflicto que “a la Argentina hay que revolcarla en el fango de la humillación”.

 

Más allá de los detalles geopolíticos del asunto, no dudo en afirmar que la derrota en Malvinas fue una oportunidad para dejar exánime al país. ¿Por qué? Pues porque, aunque los argentinos lo desconozcamos, o lo despreciemos, nuestra Patria ha sido ejemplo de autonomía, de independencia frente a los poderosos del mundo. Baste pensar nuestras guerras victoriosas libradas contra varios imperios -Brasil, Inglaterra, Francia-, o el hecho de haber sido neutrales en las dos guerras mundiales. En otros tiempos Argentina tuvo una sólida política exterior -lo cual es signo de la grandeza de una nación, no la cantidad de vacas que posee- y había que dominar ese ímpetu para ponerla de rodillas. El 14 de junio permitió a los poderosos imponer su agenda en la Argentina.

 

Por supuesto, eso no se hizo sin la connivencia de parte importante de la clase dirigente del país. Desde el 2 de abril, más allá de los aplausos iniciales, gran parte de la partidocracia se involucró en el inficionamiento del veneno del derrotismo. No me refiero sólo a las cúpulas militares -que marcharon a la guerra pensando que no habría guerra- sino también a los políticos y sindicalistas que, mientras nuestros soldados enfrentaban al Imperio, negociaban con el “Proceso” el Estatuto de los Partidos Políticos.

 

De todos modos, a pesar de todo lo que han mentido y ensuciado, Malvinas es causa nacional. La gesta es un dolor, sin duda, pero es un dolor fecundo y esperanzador.

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