Autor: Irrazábal,
Gustavo
Criterio digital,|
4 abril, 2022
La doctrina sobre
la “guerra justa”, que legitima moralmente el recurso a la fuerza armada bajo
ciertas condiciones, ha sido sostenida de modo constante en la teología y el
magisterio hasta tiempos recientes, aunque con una interpretación cada vez más
restrictiva, que en la práctica la reduce a muy pocos supuestos, principalmente
el de la guerra defensiva. En Fratelli tutti 258, sin embargo, el papa
Francisco parece ir más allá al afirmar que “hoy es muy difícil sostener los
criterios racionales madurados en otros siglos para hablar de una posible
«guerra justa»”.
Se ha prestado
hasta ahora poca atención a esta afirmación inédita. Pero, por lo pronto, no
pretende ser una condena indiscriminada a la posibilidad de la “guerra
defensiva”, fundada en el derecho de una comunidad política a procurar su
propia supervivencia, aunque aún este supuesto requiera el cumplimiento de
“condiciones rigurosas de legitimidad moral” (Catecismo 2309), ya que aquella
puede transformarse en un verdadero suicidio colectivo, cuando no hay
posibilidades de éxito y los daños que produce la resistencia son mayores que
aquellos que trata de evitar.
Sin embargo, como
señala el Papa, la doctrina de la “guerra justa” −incluso en su restrictiva versión actual− corre el riesgo de ser sometida a interpretaciones
“demasiado amplias”. Es difícil olvidar que, en la guerra de Malvinas, tanto la
Iglesia católica argentina como la británica respaldaron las iniciativas
bélicas de sus respectivos países con la invocación de la misma doctrina, lo
cual llevó a una periodista inglesa a preguntar con ironía: “Just whose side is
God on in this «just war»?” (“¿Del lado de quién está Dios en esta «guerra
justa»?”).[i]
Aun así, la
renuncia total a la idea de una guerra justa puede no significar en todos los
casos una contribución a la paz. ¿Es posible que la doctrina de la guerra justa
ayude a pensar desde el punto de vista ético la actual invasión rusa a Ucrania?
El profesor John Davenport piensa que sí.[ii] A su juicio, Ucrania tiene
derecho a entrar en las alianzas defensivas que considere necesarias (en este
caso, la OTAN), y ello no sería una “causa justa” para una invasión. Ucrania
tiene derecho a repeler una agresión que ya había comenzado con la anexión de
Crimea y, en estas últimas semanas, las de Luhansk y Donetsk. Es, además, un
crimen de agresión que Putin haya fomentado la guerra civil en estas regiones,
donde no existían situaciones de opresión o peligros de “limpieza étnica”.
También deben contarse como agresión militar los ciberataques perpetrados por
Rusia contra Ucrania desde 2014, a un costo de billones de dólares. Finalmente,
Ucrania devolvió a Rusia las armas nucleares situadas en su territorio en 1994
a cambio de que aquélla se abstuviera de atentar militarmente contra su
integridad territorial. Por otro lado, diferir el ingreso de Ucrania a la OTAN
no ha apaciguado a Putin, por lo cual la OTAN está legitimada para ayudar
militarmente a Ucrania a combatir la agresión.
Un enfoque
distinto, que busca superar los límites de la doctrina de la “guerra justa” a
través del concepto más amplio de la “paz justa”, es presentado por el
especialista Eli McCarthy.[iii] Para este autor, en vez de buscar
justificaciones para el uso de la fuerza, es necesario llegar a las raíces del
conflicto. Lo que procura Rusia es el reconocimiento de sus necesidades en
materia de seguridad, y el respeto de su esfera de influencia geopolítica,
frente a la política expansionista de la OTAN (que desde 1997 incorporó 14
países, incluyendo ex-miembros del Pacto de Varsovia y ex-estados soviéticos) y
a la intervención de Occidente en la derrota electoral del anterior gobierno
pro-ruso. Para la OTAN y los Estados Unidos, en cambio, el valor prioritario es
el derecho a la autodeterminación de las naciones y el acceso a los recursos
económicos (incluyendo la posibilidad de continuar con la venta de armas).
Reconocer en esta confrontación de valores la raíz del conflicto, permitiría, a
juicio de McCarthy, afrontarlo de un modo constructivo.
Si bien sus
propuestas fueron formuladas antes del comienzo de la invasión, siguen
mereciendo una consideración atenta. Ante todo, es fundamental evitar el
lenguaje deshumanizante (por ej., calificar a los rusos de “asesinos”), lo que
cierra todo camino al diálogo y la cooperación. También, sería útil que los
Estados Unidos y la OTAN ofrezcan reducir su presencia militar en Europa del
Este, a cambio del retiro de las tropas rusas de Ucrania. Asimismo, habría que
cumplir el acuerdo II de Minsk (2015), que establecía la desmilitarización de
Donbas. Además, se podría ofrecer poner fin al envío de armas a Ucrania a cambio
del fin de las hostilidades. Más audaz es la propuesta de que los Estados
Unidos reconozcan el apoyo financiero y público brindado a la oposición en
Ucrania en las elecciones del 2014, a cambio de que Rusia reconozca su apoyo
militar a los partisanos de Ucrania del Este, y su interferencia en otras
elecciones (por ej., la del candidato anti-americano en México). Se podría
anunciar una moratoria en la incorporación de Ucrania a la OTAN y explorar
otras posibilidades, como la neutralidad, a cambio del cese de la invasión.
Finalmente, McCarthy presenta la propuesta más polémica: la posibilidad de
sustituir la defensa armada por una resistencia civil no violenta. El diálogo
entre las Iglesias de ambos países, e incluso la participación de la Santa
Sede, junto con instituciones de la sociedad civil de ambos países, podrían
abrir el camino del diálogo.
En este último
aspecto, señala otro artículo reciente[iv] que el Papa Francisco ha recibido un
pedido de intervenir en el conflicto (respecto del cual ha demostrado una
especial preocupación) por parte de Pax Christi International.[v] Según los
autores, si bien la mayoría de los ucranianos son de fe ortodoxa, también hay
presencia de católicos de rito oriental, y entre unos y otros parece haber un
consenso muy positivo sobre la figura de Francisco, como “la autoridad moral
más importante en el mundo hoy”. Por otro lado, también el Papa ha estrechado
los vínculos con la Iglesia ortodoxa rusa, muy cercana al Kremlin. Su encuentro
en Cuba, en 2016, con el patriarca Kirill es el primero de este tipo desde el
Cisma del 1054. Otros, sin embargo, entienden que el acercamiento del Papa a
las autoridades políticas y religiosas rusas ha sido excesivo, despertando
fuertes recelos entre los creyentes ucranianos, lo que comprometería la
posibilidad de asumir un rol mediador.[vi]
Como sea, aunque
podamos sentirnos más cercanos por pensamiento y sensibilidad a una u otra
perspectiva, la confrontación de las doctrinas de la “guerra justa” y de la
“paz justa” no puede ser considerada como una alternativa, sino más bien como
una tensión fecunda, que permite evitar tanto el peligro de los sueños utópicos
como también el de las justificaciones fáciles, haciendo posible una visión
ética en torno a los conflictos armados que sea realista, prudente y
constructiva.
[i] M. Maison Oxford, Catholic Herald, 4 de
mayo de 1982. (http://archive.catholicherald.co.uk/article/14th-may-1982/4/just-whose-side-is-god-on-in-this-just-war
[consulta: 27-10-12])
[ii] “Just war theory and Ukraine: Why military
action against Russia is justifiable”, América, 25 de enero de 2022.
[iii] “10 ways to avoid a devastating war in
Ukraine”, América, 22 de febrero de 2022.
[iv] Jackie Turvey Tait, Tobias Winright, “Pope
Francis may be our last hope for stopping war in Ukraine”, America, 15 de
febrero de 2022.
[v] Appeal to Pope Francis for Peace in
Ukraine, en: https://paxchristi.net/wp-content/uploads/2022/01/Letter-from-Pax-Christi-International-about-Ukraine.pdf
[vi] Zanatta, L.,
“La tradición secular como antídoto contra la lógica tribal de Putin”, La
Nación, 3 de marzo de 2022. En la misma línea, S. Magister, “Tra Mosca e Kyiv
il papa ha smarrito la strada”, en: http://magister.blogautore.espresso.repubblica.it/2022/03/03/tra-mosca-e-kyiv-il-papa-ha-smarrito-la-strada/
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