vs.
Revolución Francesa
Federico Gastón Addisi
Centro Pieper, 28-10-19
[...]
Nuestra Revolución de Mayo
nada tiene que ver con la Revolución Francesa. Ni como causa, ni influencia, ni
como modelo. Más bien, que si hubo una visión, fue la del rechazo. Y aquí lo
probaremos.
¿Es que acaso alguien en su
sano juicio puede comparar la Revolución Francesa, que comenzó en 1789,
efectuada mayormente por burgueses, de carácter republicana y por ende
antimonárquica, contra los privilegios de la nobleza, que llevó a la guillotina
a su rey, persiguió a la Iglesia y expropió todos sus bienes, implantó el
régimen del Terror del cual el genocidio de La Vendee fue sólo una muestra, y
finalmente hizo perder a los franceses todos sus derechos a manos del Emperador
Bonaparte en 1804, en total 15 años de convulsiones, con nuestra Semana de
Mayo?.
La Revolución Francesa se
hizo contra el absolutismo de los reyes y los privilegios de los nobles y
también en contra de la Iglesia. En el Río de la Plata, no había ni nobles ni
reyes. Gobernaba el país un Virrey que no tenía nada de absoluto y un Cabildo
que era una genuina y antiquísima autoridad de origen popular (que por supuesto
también era herencia de España) que la parte principal elegía libremente.
La Semana de Mayo o
Revolución de Mayo fue esencialmente realizada por una parte del pueblo (la
parte sana e ilustrada), los militares (allí estaban los Patricios con Don
Cornelio Saavedra al mando, respaldando la revolución), y sobre todo católica.
Es decir que fue una revolución hecha por verdaderos señores, angustiosos de
gobernarse a sí mismos por los sucesos ocurridos en la Península, pero
dispuestos a mantener su tradición y cultura, a punto tal, que nuestra
revolución fue en sus inicios abiertamente monárquica.
Y
como bien expresara Hugo Wast: “¿A esta revolución sin crímenes que fuera
nuestra se pretende encontrar un retoño de la francesa que se prostituyó sólo
en la diosa razón y fusiló, guillotino, a millares de ciudadanos, hombres y
mujeres y hasta niños?”.
La Revolución Francesa fue
republicana, mientras que la nuestra fue en sus comienzos abiertamente
monárquica.
La Revolución de Mayo fue
católica al punto tal que el 30 de mayo de 1810, a 5 días de la revolución,
concurrió la Junta Gubernativa en pleno a una misa de acción de gracias
celebrando el cumpleaños del Rey y la instalación del nuevo gobierno.
Cuando estalló la Revolución
de Mayo habían pasado veinte años de la Revolución Francesa y en 1810 estaba
harto desacreditada en el mundo y especialmente en la América española, tanto
por sus crímenes como por sus resultados. Por lo tanto esta revolución no tenía
nada de admirada, más bien producía horror.
En ningún documento de la
época, en ningún manifiesto de las autoridades, ni en ningún periódico de los días
de la revolución argentina hay la más leve mención de la Revolución Francesa como
inspiradora de la nuestra.
Más bien todo lo contrario.
En el periódico “La Abeja
Argentina” se señalaba que “la Revolución Francesa defraudó a sus seguidores,
por lo cual ellos debían evitar seguir los pasos de esa Revolución”.
En sesión del Cabildo de
Buenos Aires, del 5 de febrero de 1811, se tomó la resolución de prohibir la
circulación entre los escolares de 200 ejemplares del “Contrato Social” de
Rousseau, que Moreno había recomendado. El acta del Cabildo decía:
“Reflexionaron dichos Cabildantes que la parte reimpresa del Contrato Social de
Rousseau no era de utilidad a la juventud y antes bien pudiera ser
perjudicial…y en vista de todo creyeron inútil, superflua y perjudicial la
compra que se ha hecho de los doscientos ejemplares de dicha obra.
Determinaron, en consecuencia, que se llame al impresor y se le proponga si
quiere recibirse de ellos para expenderlos de su cuenta…”.
La Gazeta de Buenos Aires en
su número 49 del 16 de mayo de 1811 reproducía en sus páginas: “Se ha dicho que
la revolución dará la vuelta al mundo; y por desgracia podrá esto ser verdad;
pero la Revolución Francesa es un saludable ejemplo para precaver las
revoluciones ulteriores. Los crímenes y atrocidades de los revolucionarios de
Francia, sus absurdos despropósitos, teorías, etc, son el mejor antídoto para
los demás pueblos, que seducidos por intrigantes infames, o por ambiciosos
viles, o por extraviados ilusos, tengan la desgracia de sufrir consecuencias
políticas: las que Buenos Aires, Santa Fe, Quito, Caracas y Querétaro han
experimentado, no son de aquella naturaleza”.
Asimismo, La Gazeta del 28
de octubre de 1810 publicó la “Canción Patriótica” que en sus estrofas rezaba:
“No
es la libertad
que
en Francia tuvieron
crueles
Regicidas
Vasallos
perversos.
Allí
la anarquía
Extendió
su imperio
Lo
que es nosotros
Natural
derecho
El
mismo derecho
Que
tiene la España
De
elegir gobierno:
Si
aquella se pierde
Por
algún evento,
No
hemos de seguir la suerte de aquellos.
Nuestro
Rey Fernando
Tendrá
en nuestros pechos
Su
solio sagrado
Con
amor eterno:
Por
Rey lo juramos
Lo
que cumpliremos
Con
demostraciones
De
vasallos tiernos
Amor,
paz y unión
Sea
nuestro objeto,
Y la
religión
Del
Dios verdadero”.
Pero como si todo lo dicho y
documentado fuera poco, recurriremos a la doctrina que el eminente historiador,
Enrique Díaz Araujo, hizo en su documentado “Mayo revisado”. Allí Araujo
efectuó una recopilación de distintos historiadores y sus respectivos juicios en
lo que hace a la supuesta relación causal entre la Revolución Francesa y la
Revolución de Mayo.
Así, sostenía André Marius: “Toda la América Española
sentía horror por las ideas revolucionarias francesas, permaneciendo fiel a su
rey”; el peruano Francisco Javier de Luna Pizarro mencionaba: “el ejemplo
horrible de Francia, en el cual el tribunal de sangre establecido por la
Convención había resultado superior a ella”; Ricardo Caillet-Bois admitía que:
“la muerte de Luis XVI y la persecución sufrida por el clero francés provocaron
un vuelco de la opinión pública; a partir de ese instante el movimiento francés
fue mirado con cierto horror”; los historiadores argentinos –nada revisionistas
ni hispanistas, por cierto- Carlos Alberto Floria y César García Belsunce
reconocían: “…en la retina de las generaciones posteriores al 89 o situadas en
parajes distantes y con distintas costumbres y mentalidad, como las
rioplatenses, la imagen revolucionaria era difusa e indeseable.
No sería
extraño, pues, que Francia –al menos la Francia de la revolución- fuera anatema
para los representantes del antiguo régimen o para los creyentes en los valores
tradicionales…”; Sergio Villalobos en tanto, acepta que la Revolución Francesa:
“provocó reacciones en contra.
La prisión y muerte de la
familia real, perteneciente a la misma casa reinante en España, la violencia y
los desbordes populares, el aplastamiento de la nobleza y los rasgos de
impiedad del movimiento, causaron horror en todos los círculos.
La orgía de
sangre y el trastorno del orden, en contraste con la estabilidad del régimen
monárquico, suscitaba comparaciones muy desfavorables”; el profesor y
catedrático de la Universidad de Londres decía: “A medida que la Revolución
Francesa se volvía más radical y se conocía mejor, atraía menos a la
aristocracia criolla. La vieron como un monstruo de democracia extrema y
anarquía”; el autor francés Raymond Ronze reconocía: “Los franceses son
execrados en España y sus amigos españoles, los afrancesados, caen bajo la
misma maldición. A Buenos Aires no le agradan ni los unos ni los otros”; y
finalmente, Eduardo Aunós expresaba:
“…Porque si la América española se
sublevó, no lo hizo en manera alguna a favor de la Revolución (Francesa), sino
resueltamente en contra de ella. Fue, al principio, un estallido de patriotismo
y de fidelidad. Siguiendo el ejemplo metropolitano, la América española se alzó
para rechazar la dinastía extranjera e impuesta… el repudio del invasor era tan
enérgico en América como en la Península”.
Ya sin seguir la justísima
recopilación de Díaz Araujo nosotros mencionamos también al Dr. Ricardo Levene
quien sostenía: “La Revolución de 1810 está enraizada en su propio pasado y se
nutre en fuentes ideológicas hispanas e indianas. Se ha formado durante la
dominación española y bajo su influencia, aunque va contra ella, y sólo
periféricamente tienen resonancia los hechos y las ideas del mundo exterior a
España e Hispano-América, que constituía un orbe propio. Sería absurdo
filosóficamente concebir la Revolución de Mayo como un acto de imitación
simiesca, como un epifenómeno de la Revolución francesa o de la Revolución
norteamericana. El solo hecho de su extensión y perduración en veinte Estados
libres es prueba de las causas lejanas y vernáculas que movieron a los pueblos
de América a abrazar con fe la emancipación…”.
Y rematamos con un
insospechado de hispanófilo, el liberal Juan Bautista Alberdi quien admitía:
“Antes de la proclamación de la República, la soberanía del pueblo existía en
Sud-América como hecho y como principio en el sistema municipal, que nos había
dado España (…) Los cabildos o municipalidades, representación elegida por el
pueblo, eran la autoridad que administraba en su nombre, sin ingerencia del
poder. Este sistema, que es hoy la base de la libertad y del progreso de los
Estados Unidos de Norte América, existía en gran parte en América del Sur antes
de la revolución republicana, la cual, extraviada por el ejemplo del despotismo
moderno de la Francia que le servía de modelo, cometió el error de suprimirlo”.
Creemos que es suficiente
como para aclarar lo que aquellos interesados en falsear la historia pretenden
instalar como verdad revelada. Y damos como suficientemente probado la nula
influencia y/o relación entre nuestra revolución con la regicida Revolución Francesa.
Bibliografía:
WAST, Hugo, Año X, Thau
Editores, Bs As, 1961.
DIAZ ARAUJO, Enrique, Mayo
revisado I, Santiago Apóstol, Buenos Aires, 2005.
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