La inminente
privatización de la violencia legítima en Neuquén
Alfil, 26 abril,
2021
Por Pablo Esteban
Dávila
Max Weber definió
al Estado, acertadamente, como la organización que monopoliza la violencia
legítima. Esto significa que es
el único, entre la pléyade de actores que integran la vida social de un país,
que se encuentra autorizado para preservar el orden mediante sus fuerzas de
seguridad (cuando las amenazas provienen desde adentro) o las fuerzas armadas,
en el caso de un conflicto externo.
En la Argentina,
sin embargo, hace rato que el Estado ha abdicado de esta prerrogativa, que es
tanto un derecho como un deber. Ni las
fuerzas federales ni las provinciales parecen capaces de llevar adelante ningún
tipo de acción tendiente a garantizar derechos constitucionales ante
determinados grupos que, bajo diferentes pretextos, impiden la libre
circulación de bienes y personas o se arrogan potestades sobre el espacio
público que no claramente no poseen.
Esta abdicación
equivale al caos. A nadie le gusta ejercer la violencia legítima -especialmente
a los gobiernos democráticos- pero existen ocasiones en que esta resulta
inevitable, toda vez que la prolongación de conflictos de dudosa etiología hace
que el no hacer nada sea infinitamente peor que hacer lo que corresponde.
Este es,
ciertamente, el caso de los trabajadores “autoconvocados” de la salud en la
provincia de Neuquén quienes, desde hace quince días, mantienen aislado al
estratégico enclave energético de Vaca Muerta y otras poblaciones mediante una
docena de cortes de rutas. Sin ingresar al examen detallado del conflicto, que
no es el propósito de esta columna, dígase que los manifestantes reclaman al
gobernador Omar Gutiérrez un aumento del 40% del sueldo básico del personal
sanitario, entre otras demandas.
El atributo de
“autoconvocados” confiesa, per se, la falta de una conducción orgánica entre
los manifestantes. Esto significa que su sistema de toma de decisiones se basa
en un asambleísmo espontáneo en el que, previsiblemente, siempre triunfarán las
posiciones ultraístas. Esto es todo lo contrario al funcionamiento de la
representación gremial formal, cuyo propósito es acordar institucionalmente con
la patronal las mejores condiciones sin llegar a posiciones irreconciliables.
La Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) había pactado, precisamente,
mejoras salariales para el sector ya en marzo, algo que es rechazado por
aquellos.
Es obvio que la
algarada es una piedra en el zapato, tanto para el gobierno neuquino como para
ATE. Ni el gobernador quiere volver a negociar algo que entiende se encontraba
cerrado ni Carlos Quintriqueo, secretario general del sindicato, está dispuesto
a aceptar que otros trabajadores pongan en duda su representatividad. El
dispositivo que se ha estructurado entre autoconvocados sin vocación
negociadora y dirigentes sindicales interpelados por algunos de sus
representados asegura un tenso empate en las posiciones en pugna.
Es aquí en donde
debería aparecer la figura del Estado a través de sus poderes constituidos. El
cálculo es simple: el gobierno de Neuquén es legítimo (Gutiérrez triunfó en las
últimas elecciones por un margen amplísimo) y la paritaria de la salud fue
negociada en forma pacífica con representantes también legítimos de los
trabajadores. Desde un punto de vista formal, el asunto estaría concluido.
Obviamente que cualquier integrante de los equipos de salud podría protestar
por un arreglo que considerase insuficiente, pero esto no obliga a aceptar que,
bajo este pretexto, se conculcasen derechos de terceros, tal como ocurre
actualmente.
No obstante, el
Estado se encuentra ausente. Pese a lo manifiestamente ilegal de los cortes y
su extensión en el tiempo, nadie parece estar dispuesto a dar la orden de
despejar las rutas y cumplir con las debidas obligaciones constitucionales,
como si el gobernador y el presidente se hubieran resignado a asistir a los
acontecimientos en calidad de simples observadores.
Sin embargo el
poder, como se sabe, no tolera el vacío. Si quienes lo detentan abandonan sus
responsabilidades, otros los suplirán. Los autoconvocados están generando
desabastecimiento y quebrantos en un área estratégica para toda la Argentina,
no solamente para los intereses neuquinos. Hay centenares de empresas y miles
de trabajadores que están siendo afectados directamente por la protesta. No
debería ser motivo de sorpresa, por lo tanto, que estos últimos se propongan
intervenir por su cuenta ante la defección de los poderes públicos.
Esta posibilidad
se encuentra a la vuelta de la esquina. El mandamás del sindicato de
petroleros, Guillermo Pereyra, advirtió que “van a darles una lección” a los
que ocupan las rutas y que, para ello, va a movilizar a “20.000 o 30.000
trabajadores”. Otros gremios también poderosos se preparan para secundarlos. No
se sabe exactamente el alcance de la pedagogía a impartirse. ¿Consistirá en
palabras o en puños?
Todo puede
suceder. La persistencia de la protestas no solo agravia a los petroleros, sino
que amenaza con afectar al resto del país. En materia de producción, asegura el
portal Infobae, “ya hay una pérdida diaria de 3 millones de metros cúbicos de
gas y de 5.000 barriles de petróleo, y el volumen de pérdidas aumenta cada
día”. Se estima que hay unos 45 equipos de perforación, fractura y terminación
de pozos de petróleo y gas que no pueden operar y otros 10 que podrían
paralizarse en lo inmediato. Hay especialistas que señalan que esto repercutirá
en la balanza de pagos, obligando a importar gas licuado a través de buques
regasificadores por un monto cercano a los 200 millones de dólares. En
cualquier caso, las pérdidas diarias por el conflicto alcanzan los 13
millones de la moneda estadounidense, una cifra por demás preocupante.
Puede especularse
sobre los motivos por los cuales el presidente Fernández no atina a
involucrarse en el problema allende la gravedad del cuadro, pero el más
plausible es el ideológico. Detrás de esta protesta se encuentran elementos del
kirchnerismo más duro, al igual que las usurpaciones de tierras por supuestos
mapuches, avalados implícitamente por diferentes organismos de la propia
administración nacional y la teórica responsable de ponerles fin. También debe
computarse dentro de este morral el temor reverencial del Frente de Todos a
“criminalizar la protesta”, el pretexto siempre a mano para justificar la
omisión de restaurar el orden perdido.
El asunto se
vuelve todavía más absurdo al recordar que Vaca Muerta es el objeto de deseo de
la Argentina potencia. Se trata de una auténtica reserva mundial de gas y
petróleo no convencionales que ha merecido, nominalmente, la caracterización de
una política de Estado por parte de las administraciones de Cristina Fernández
y de Mauricio Macri sucesivamente. Ahora resulta que el propio Estado es
incapaz de cumplir con esta declaración teniendo los medios y, lo que resulta
más incomprensible, la legitimidad para hacerlo. Si a esto se le suman los
últimos dimes y diretes sobre los biocombustibles es inevitable concluir se
hace difícil tomar en serio este tipo de propósitos trascendentes.
La deriva sugiere
un horizonte inquietante, esto es, que los responsables de liberar las rutas y
de asegurar, mediante tal recurso, la continuidad de Vaca Muerta, sean los
sindicatos perjudicados por la protesta. Este extremo equivale a suponer que se
privatizará tanto el ejercicio de la violencia legítima como una de las
políticas estatales de mayor impacto para el futuro próximo. ¿Realmente Gutiérrez y Fernández presenciarán
semejante espectáculo de brazos cruzados? La hipótesis de enfrentamientos entre
trabajadores en las rutas de Neuquén es una posibilidad cierta, que puede
verificarse de un momento a otro. No deja de ser risible que esto ocurra en
las narices de un gobierno que hace del culto al Estado el norte de su gestión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario