lunes, 20 de diciembre de 2021

MEMORIAS DEL 2002


Eduardo Duhalde *


Perfil, 10-12-21

 

La tarea de salir de la convertibilidad comenzó en 1997, cuando le solicité a Jorge Remes Lenicov, en ese momento Ministro de Economía de la Provincia de Buenos Aires, que nombrara a un integrante de su equipo para que se quedara en su lugar y así él, como Diputado de la Nación, se pudiera dedicar exclusivamente a la misión de estudiar qué debíamos hacer para que la Argentina saliera de la convertibilidad.

 

Fue así que, dos años después -y convencido de que ese era el rumbo- lo planteo como uno de los ejes de mi campaña presidencial de 1999, pero precisamente pierdo esas elecciones por decir abiertamente que debíamos salir de la convertibilidad.

 

Desgraciadamente, hacia finales del año 2000 ya se vislumbraba la importante crisis por la que estaba transitando el país debido a lo que ya había definido como un modelo agotado.

 

Fue cuando junto a Raúl Alfonsín, creamos el Movimiento Productivo Argentino (MPA), para así poder llevarle al gobierno de Fernando de la Rúa una propuesta que lo ayude a salir de la convertibilidad y así evitar la tragedia que el país ya tenía a sus puertas.

Lamentablemente, no fuimos escuchados.

 

Asunción. Cuando me toca asumir como presidente de la Nación, el 2 de enero de 2002, planteo en mi discurso frente a la Asamblea Legislativa que iba a requerir del acompañamiento de todos y que ese sería un gobierno de transición, por lo que en el mismo momento también expuse mi renuncia anticipada: “La responsabilidad en el ejercicio de un gobierno de transición es incompatible con la pretensión de competir por una candidatura presidencial en el año 2003”.

 

En ese mismo discurso dije que mi gobierno se proponía 3 objetivos básicos: reconstruir la autoridad política e institucional, pacificar el país y cambiar el modelo económico social: “Mi compromiso a partir de hoy es terminar con un modelo agotado que ha sumido en la desesperación a la enorme mayoría de nuestro pueblo para sentar las bases de un nuevo modelo capaz de recuperar la producción, el trabajo de los argentinos, su mercado interno y promover una más justa distribución de la riqueza”, afirmé, y agregué: “Y decirles que el caos y la anarquía en la que vivimos no se resuelve con balas ni con bayonetas, se resuelve ocupándonos seria y responsablemente de los problemas que afligen a millones y millones de excluidos en la República Argentina”.

 

Dos días después, el 4 de enero, convoqué en la Residencia de Olivos a los empresarios y a los dirigentes gremiales bajo el total convencimiento de que en sus manos estaba la puesta en marcha de la Argentina.

 

En un tramo de mi discurso les dije: “Ustedes, es decir la comunidad productiva, es la que debe gobernar en el país. Yo vengo a decirles que debemos de terminar décadas en la Argentina con una alianza que perjudicó al país, que es la alianza del poder político con el poder financiero y no con el productivo. Voy a trabajar 2 años y le voy a dejar, le vamos a dejar, al próximo presidente una Argentina caminando. Milagros no hay, pero ordenada y en marcha”.

 

En todos mis gobiernos –tanto a nivel municipal, como provincial y también a nivel nacional - siempre conté con el apoyo del 90% de las fuerzas políticas. Pero en ese momento era todo muy distinto. En las calles había un grito a voces, el “que se vayan todos”, y sabía que también me alcanzaba a mí. Por eso mismo tuve el convencimiento de que era necesario que todos mis actos de gobierno contaran con la participación de la ciudadanía.

 

De esta manera, y bajo el lema “¿Queremos ser Nación?, le pedí a los representantes de la Iglesia católica que convocaran a todos los sectores de la sociedad argentina. Así, representantes del campo, la industria, los trabajadores, los jubilados, las organizaciones sociales y las iglesias, todos juntos se unieron con el único objetivo de lograr un gran pacto nacional para luchar contra la crisis.

 

La Mesa del Diálogo Argentino, presentada oficialmente el 14 de enero de 2002 fue la respuesta adecuada. De esa manera, y sin mezquindades, se logró elaborar acuerdos y coincidencias básicas con el apoyo y el respaldo moral de todas las iglesias y de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

 

Pero, además, tomé la decisión de tener un contacto directo con la gente. Así, tres veces por semana salía por Radio Nacional para contarle a la gente en primera persona los avances que iba teniendo el gobierno.

 

Hay que destacar, que todas las medidas más importantes fueron tomadas en este primer tramo del gobierno, con Jorge Remes Lenicov y José Ignacio De Mendiguren como ministros de Economía y de la Producción, respectivamente, los dos ministros que más habían entendido y defendido el rumbo productivista que yo le quería imprimir al gobierno. Sin embargo, sus frutos y reconocimientos tardaron en verse.

 

Durante el mensaje de Apertura de Sesiones Ordinarias ante la Asamblea Legislativa del 1 de marzo de 2002 pude marcar las primeras señales positivas que se estaban consiguiendo: “En 45 días de funcionamiento de esta nueva política económica numerosos sectores, esencialmente los vinculados a la exportación y a la sustitución de importaciones, han comenzado a dar signos de recuperación. Esto se traducirá en un importante aumento de las exportaciones y en un crecimiento del producto bruto interno del 5% para el próximo año”.

 

Pero en ese mismo mes de marzo el poder económico ya había decidido que me tenía que ir, por eso la presión sobre el gobierno era cada vez más grande. Diarios como el Financial Times decían: “el tiempo se está agotando. A menos que Duhalde pueda hacer un progreso rápido y convincente, debería renunciar y llamar a elecciones”. Esta y otras tantas cosas me hicieron notar que si no hacía algo de manera urgente debía dejar la presidencia.

 

Al pedir la renuncia a los ministros más atacados por el poder económico, hablo de Remes Lenicov y de De Mendiguren, pude ganar tiempo y de esta manera armar un nuevo gabinete en total coincidencia con Raúl Alfonsín. Uno de estos cambios, realizados en el mes de abril, fue la llegada al Ministerio de Economía de Roberto Lavagna, quien hasta ese momento se desempeñaba como Embajador ante la Unión Europea. 

 

El resultado de los cambios realizados comenzó a verse, sobre todo, a partir del segundo semestre de 2002. De esta manera se pudo continuar con la tarea y reafirmar el rumbo inicial del gobierno.

 

Todo estaba encaminado, pero yo noté que a esa altura el país necesitaba un gobierno fortalecido por el voto popular para de esa manera llevar adelante las reformas tendientes a un desarrollo sostenido. Así, y cumpliendo con mi compromiso asumido el día que juré ante la Asamblea Legislativa le puse fecha a las elecciones presidenciales que terminaron siendo 27 de abril de 2003. Con el 22% de los votos Néstor Kirchner se convertía en el próximo presidente de la Nación.

 

De esa manera el 25 de mayo de 2003 un hombre del justicialismo le entregaba el poder a otro de su propio partido, dejándole en marcha un programa que se mostraba exitoso -tanto en la macro como en la microeconomía- y una parte considerable del gabinete en pleno funcionamiento.

 

Habíamos logrado superar la peor crisis de nuestra historia. La democracia se había afianzado y las instituciones estaban a salvo. Por eso mi sentimiento fue de orgullo.

 

(*) Ex presidente de la Nación.

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