Eduardo Duhalde *
Perfil, 10-12-21
La tarea de salir
de la convertibilidad comenzó en 1997, cuando le solicité a Jorge Remes
Lenicov, en ese momento Ministro de Economía de la Provincia de Buenos Aires,
que nombrara a un integrante de su equipo para que se quedara en su lugar y así
él, como Diputado de la Nación, se pudiera dedicar exclusivamente a la misión
de estudiar qué debíamos hacer para que la Argentina saliera de la
convertibilidad.
Fue así que, dos
años después -y convencido de que ese era el rumbo- lo planteo como uno de los
ejes de mi campaña presidencial de 1999, pero precisamente pierdo esas
elecciones por decir abiertamente que debíamos salir de la convertibilidad.
Desgraciadamente,
hacia finales del año 2000 ya se vislumbraba la importante crisis por la que
estaba transitando el país debido a lo que ya había definido como un modelo
agotado.
Fue cuando junto a
Raúl Alfonsín, creamos el Movimiento Productivo Argentino (MPA), para así poder
llevarle al gobierno de Fernando de la Rúa una propuesta que lo ayude a salir
de la convertibilidad y así evitar la tragedia que el país ya tenía a sus
puertas.
Lamentablemente,
no fuimos escuchados.
Asunción. Cuando
me toca asumir como presidente de la Nación, el 2 de enero de 2002, planteo en
mi discurso frente a la Asamblea Legislativa que iba a requerir del
acompañamiento de todos y que ese sería un gobierno de transición, por lo que
en el mismo momento también expuse mi renuncia anticipada: “La responsabilidad
en el ejercicio de un gobierno de transición es incompatible con la pretensión
de competir por una candidatura presidencial en el año 2003”.
En ese mismo
discurso dije que mi gobierno se proponía 3 objetivos básicos: reconstruir la
autoridad política e institucional, pacificar el país y cambiar el modelo
económico social: “Mi compromiso a partir de hoy es terminar con un modelo
agotado que ha sumido en la desesperación a la enorme mayoría de nuestro pueblo
para sentar las bases de un nuevo modelo capaz de recuperar la producción, el
trabajo de los argentinos, su mercado interno y promover una más justa
distribución de la riqueza”, afirmé, y agregué: “Y decirles que el caos y la
anarquía en la que vivimos no se resuelve con balas ni con bayonetas, se
resuelve ocupándonos seria y responsablemente de los problemas que afligen a
millones y millones de excluidos en la República Argentina”.
Dos días después,
el 4 de enero, convoqué en la Residencia de Olivos a los empresarios y a los
dirigentes gremiales bajo el total convencimiento de que en sus manos estaba la
puesta en marcha de la Argentina.
En un tramo de mi
discurso les dije: “Ustedes, es decir la comunidad productiva, es la que debe
gobernar en el país. Yo vengo a decirles que debemos de terminar décadas en la
Argentina con una alianza que perjudicó al país, que es la alianza del poder
político con el poder financiero y no con el productivo. Voy a trabajar 2 años
y le voy a dejar, le vamos a dejar, al próximo presidente una Argentina
caminando. Milagros no hay, pero ordenada y en marcha”.
En todos mis
gobiernos –tanto a nivel municipal, como provincial y también a nivel nacional
- siempre conté con el apoyo del 90% de las fuerzas políticas. Pero en ese
momento era todo muy distinto. En las calles había un grito a voces, el “que se
vayan todos”, y sabía que también me alcanzaba a mí. Por eso mismo tuve el
convencimiento de que era necesario que todos mis actos de gobierno contaran
con la participación de la ciudadanía.
De esta manera, y
bajo el lema “¿Queremos ser Nación?, le pedí a los representantes de la Iglesia
católica que convocaran a todos los sectores de la sociedad argentina. Así,
representantes del campo, la industria, los trabajadores, los jubilados, las
organizaciones sociales y las iglesias, todos juntos se unieron con el único
objetivo de lograr un gran pacto nacional para luchar contra la crisis.
La Mesa del
Diálogo Argentino, presentada oficialmente el 14 de enero de 2002 fue la
respuesta adecuada. De esa manera, y sin mezquindades, se logró elaborar
acuerdos y coincidencias básicas con el apoyo y el respaldo moral de todas las
iglesias y de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Pero, además, tomé
la decisión de tener un contacto directo con la gente. Así, tres veces por
semana salía por Radio Nacional para contarle a la gente en primera persona los
avances que iba teniendo el gobierno.
Hay que destacar,
que todas las medidas más importantes fueron tomadas en este primer tramo del
gobierno, con Jorge Remes Lenicov y José Ignacio De Mendiguren como ministros
de Economía y de la Producción, respectivamente, los dos ministros que más
habían entendido y defendido el rumbo productivista que yo le quería imprimir
al gobierno. Sin embargo, sus frutos y reconocimientos tardaron en verse.
Durante el mensaje
de Apertura de Sesiones Ordinarias ante la Asamblea Legislativa del 1 de marzo
de 2002 pude marcar las primeras señales positivas que se estaban consiguiendo:
“En 45 días de funcionamiento de esta nueva política económica numerosos
sectores, esencialmente los vinculados a la exportación y a la sustitución de
importaciones, han comenzado a dar signos de recuperación. Esto se traducirá en
un importante aumento de las exportaciones y en un crecimiento del producto
bruto interno del 5% para el próximo año”.
Pero en ese mismo
mes de marzo el poder económico ya había decidido que me tenía que ir, por eso
la presión sobre el gobierno era cada vez más grande. Diarios como el Financial
Times decían: “el tiempo se está agotando. A menos que Duhalde pueda hacer un
progreso rápido y convincente, debería renunciar y llamar a elecciones”. Esta y
otras tantas cosas me hicieron notar que si no hacía algo de manera urgente
debía dejar la presidencia.
Al pedir la
renuncia a los ministros más atacados por el poder económico, hablo de Remes
Lenicov y de De Mendiguren, pude ganar tiempo y de esta manera armar un nuevo
gabinete en total coincidencia con Raúl Alfonsín. Uno de estos cambios,
realizados en el mes de abril, fue la llegada al Ministerio de Economía de
Roberto Lavagna, quien hasta ese momento se desempeñaba como Embajador ante la
Unión Europea.
El resultado de
los cambios realizados comenzó a verse, sobre todo, a partir del segundo
semestre de 2002. De esta manera se pudo continuar con la tarea y reafirmar el
rumbo inicial del gobierno.
Todo estaba
encaminado, pero yo noté que a esa altura el país necesitaba un gobierno
fortalecido por el voto popular para de esa manera llevar adelante las reformas
tendientes a un desarrollo sostenido. Así, y cumpliendo con mi compromiso
asumido el día que juré ante la Asamblea Legislativa le puse fecha a las
elecciones presidenciales que terminaron siendo 27 de abril de 2003. Con el 22%
de los votos Néstor Kirchner se convertía en el próximo presidente de la
Nación.
De esa manera el
25 de mayo de 2003 un hombre del justicialismo le entregaba el poder a otro de
su propio partido, dejándole en marcha un programa que se mostraba exitoso
-tanto en la macro como en la microeconomía- y una parte considerable del
gabinete en pleno funcionamiento.
Habíamos logrado
superar la peor crisis de nuestra historia. La democracia se había afianzado y
las instituciones estaban a salvo. Por eso mi sentimiento fue de orgullo.
(*) Ex presidente
de la Nación.
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