ECONOMÍA Y POLÍTICA
César Lerena
El Economista, 16
de diciembre de 2021.
Como todos los
años la flota china, española, coreana y taiwanés ha vuelto al Atlántico Sur a
llevarse en alta mar los recursos pesqueros migratorios originarios de la Zona
Económica Exclusiva Argentina (ZEEA). Si bien parece el problema principal que
ocurre en el Atlántico, no lo es. Hay varios problemas significativos que están
interrelacionados. El primero, que da lugar a los restantes, es la ocupación
británica de 1.639.900 km2 de territorio marítimo argentino y, con motivo de
ello (fuera de las connotaciones soberanas), la extracción anual de 250.000
toneladas de recursos pesqueros argentinos por parte de buques extranjeros
licenciados ilegalmente por Gran Bretaña, contrario a lo establecido en la Res.
31/49 de las Naciones Unidas. Ello, provoca varios efectos: la
internacionalización del Atlántico; el desequilibrio del ecosistema; la quita
de recursos pesqueros y económicos a un país emergente como la Argentina y la
competencia desleal en el mercado internacional, en especial en la
comercialización española en la Unión Europea.
La presencia
británica en el Atlántico Sudoccidental, al margen de quebrantar la Zona de Paz
y Cooperación de los países africanos occidentales y americanos orientales que
lindan con éste, es el principal motivo de interés creciente de la pesca
extranjera sin control en sus aguas, por motivos económicos y geopolíticos, en
especial, cuando se trata de las flotas chinas y rusas.
El segundo, es la
internacionalización del Atlántico y la extracción de recursos en forma ilegal.
Entre 300 y 350 buques extranjeros extraen ilegalmente unas 750.000 toneladas
de recursos pesqueros, en su gran mayoría, originarios de la ZEEA. Y, si bien, por la Convención de las Naciones Unidas
sobre el Derecho del Mar (CONVEMAR), esta pesca es libre para los Estados de
Bandera, debe considerarse ilegal, porque se realiza sin control de ninguna
naturaleza, tanto en los aspectos relativos a la sostenibilidad, como los
biológicos, operativos, extractivos o de comercialización y, sin una clara
determinación de origen y trazabilidad. En este sentido, el destino de las
materias primas son los países de los buques pesqueros o a Unión Europea,
previo blanqueo del origen a través de puertos, como es el caso de Montevideo.
Por cierto, no es
de esperar que esta situación se modifique a corto plazo si se siguen
utilizando las ineficaces herramientas actuales, ya que los países que pescan a
distancia (China, la Unión Europea, en especial España, Korea, Taiwán, etc.) no
reducirán esta pesca cuando la están subsidiando.
Es obvio que esta
pesca en alta mar, sin acuerdo con los países ribereños, genere un
desequilibrio en el ecosistema del Atlántico Sudoccidental afectando gravemente
la sostenibilidad de los recursos, por cuanto, mientras la Argentina determina
anualmente las “Capturas Máximas Sostenibles”; establece cuotas de captura en
base a ellas y efectúa un control de la flota nacional en la ZEEA, no ocurre lo
mismo en alta mar donde, como dije, la flota extranjera pescan en forma creciente
sin prácticas sostenibles. Incluso eventuales disminución de barcos no
reducirán el esfuerzo, porque se incorporan buques más eficientes en las
capturas.
En tercer lugar,
los objetivos previstos en la CONVEMAR respecto a la sostenibilidad de los
recursos pesqueros no se compadecen con las reglas que se establecen en ella y,
entiendo, como muy favorables a los Estados de Bandera las regulaciones que
contiene, que dan lugar, al poco interés de estos de regular con los Estados
ribereños las capturas en alta mar. Ya me he referido que mientras Argentina
tiene importantes obligaciones respecto a la conservación de sus recursos en la
ZEEA, los Estados que pescan en alta mar lo hacen en forma libre y sin control
externo. Ello sólo, es una insensatez biológica sin rigor científico alguno.
En cuarto lugar,
la pesca en alta mar sin acuerdo con los países ribereños provoca una
distorsión en los mercados, ya que la extracción de los recursos pesqueros de
los citados buques extranjeros sin impuesto alguno, subsidiados y en algunos
casos con “trabajo esclavo”, generan una competencia desleal con los países
emergentes, cuyas empresas afrontan no solo los costos internos impositivos y
laborales, sino también los aranceles de importación de los propios países que
pescan en el Atlántico Sur. Este hecho, no solo es de carácter comercial, sino
que afecta las economías de los pueblos y ciudades pesqueras del litoral
marítimo.
En quinto
lugar, esto se ve facilitado por el
apoyo logístico que le prestan los puertos de Uruguay a la Pesca Ilegal, tanto
la proveniente del área de Malvinas como de alta mar que transita libremente
por la Zona Común de Pesca, resultante del Tratado del Río de la Plata y su
Frente Marítimo, firmado en 1973/4.
En este escenario,
no pueden esperarse mayores sorpresas. Los países desarrollados requieren
cantidades crecientes de proteína por satisfacer las necesidades alimenticias
de sus poblaciones y, en lugar de concertar un intercambio adecuado con los
países ribereños que disponen de las materias primas, van por ellas; ya no
invadiendo sus territorios como antaño, sino apropiándose de los recursos. Un
ejemplo de ello es China. No solo opera subsidiada, sino que reduce sus costos
al extremo; utilizando, incluso, mano de obra esclava.
El modelo que
utilizan las flotas que pescan a distancia es altamente prepotente, donde
subyace la presión hacia los Estados ribereños, donde sus economías son
dependientes de los países que pescan a distancia.
Sorprende sí, que
los países de Suramérica, entre ellos Argentina, no hayan generado mecanismos
para reducir la expoliación de sus recursos migratorios.
Ya me referí a que
las capturas de las ZEE y en alta mar deben abordarse en forma integral, como
bien refiere la FAO; ya que una u otra pesca indiscriminada afecta al conjunto
del ecosistema; rompiendo el ciclo biológico de las especies migratorias, su
desarrollo y reproducción. Accesoriamente a ello, las capturas sin control en
alta mar no permiten disponer de estadísticas de los descartes por pesca
incidental o no comercial; pero, si transpolamos datos conocidos en la ZEEA
podríamos inferir que estos descartes alcanzan al 30% de las capturas, razón
por la cual, podríamos estimar en 300 mil toneladas/año los descartes anuales.
Volumen que le permitía a la Argentina disponer de raciones proteicas diarias
para 3 millones de niños y adolescentes los 365 días al año. Por cierto, un
desaprovechamiento inadmisible, frente al hambre y pobreza mundial.
Hay además una
contaminación del medio marino por el descarte de residuos no orgánicos.
Los países que
pescan a distancia no están preocupados por lo que pasa fuera de sus
jurisdicciones y por el contrario subsidian estas actividades. Ello favorece la
práctica ilegal que se realiza en alta mar. La falta de control podría además
favorecer el trabajo esclavo a bordo; las prácticas relativas al narcotráfico;
la evasión fiscal y tareas ajenas a la explotación pesquera de los buques
extranjeros. Sin embargo, la CONVEMAR solo autoriza la aplicación de penas de
prisión y confiscación de los buques a los países titulares de estos. Ello ha
llevado a muchos países y comunidades a empiecen a analizar la aplicación de
sanciones penales.
No hay una sola
solución al problema, sino varias herramientas que deben converger en forma
simultánea con la participación de todos los Estados ribereños, en especial los
de Suramérica (Brasil, Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Argentina, etc.), ya que
este no es solo un problema del Atlántico sino también del Pacífico.
Sintéticamente menciono alguno de los temas sobre los que he trabajado en
profundidad, donde los Estados ribereños deberían actuar en forma mancomunada:
a) obtener el reconocimiento de los derechos en alta mar sobre los recursos
migratorios originarios de las ZEE; b) actuar ante la OMC para eliminar los
subsidios a la pesca a distancia o fuera de las jurisdicciones; c) propiciar
que el origen y la trazabilidad y su correspondiente certificación debería
estar en manos de los Estados ribereños para garantizar la sostenibilidad del
conjunto del ecosistema (ZEE-ALTA MAR); d) acordar que los puertos
suramericanos no presten ningún apoyo logístico a los buques que pesquen en
alta mar sin acuerdo del Estado ribereño; e) establecer que los observadores a
bordo y los inspectores al desembarque deben ser altamente calificados y
suficientemente remunerados para evitar la pesca ilegal, la sustitución de
especies y los descartes; f) firmar un Acuerdo complementario del MERCOSUR
(MERCOPES) para favorecería el interés de actuar en el Atlántico Sur por parte
de Brasil, Uruguay y Argentina. Por cierto, hay otras medidas complementarias.
Los países de
Suramérica deberían entender que la pesca no es solo una cuestión económica y
de generación de trabajo. Es una es herramienta estratégica de ocupación de
espacios marinos; de población y radicación industrial; de desarrollo de
regiones inhóspitas y de provisión de salud (los aminoácidos esenciales del
pescado son solo comparables con la leche materna). Nada que pueda verse
solamente desde una mirada productiva o ambiental. Los países desarrollados ya
lo saben y, empiezan a observar con lupa, la presencia de buques fuera de sus
jurisdicciones. Saquemos nuestras propias conclusiones y obremos en
consecuencia: No habrá Malvinas sin Pesca y, sin Pesca no habrá desarrollo del
litoral marítimo argentino.
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