de la República
Popular China: Efectos en la seguridad marítima en Iberoamérica
Centro de Estudios
Estratégicos, Ejército del Perú - Diciembre 9, 2021
Andrés González Martin
(Instituto Español de Estudios Estratégicos)
En su definición
más amplia, la guerra política es el empleo de todos los medios y mecanismos
que puede movilizar el Estado, sin llegar a la guerra, para alcanzar sus
objetivos nacionales. La guerra política emplea tanto operaciones encubiertas
como operaciones claramente identificadas, que los adversarios no pueden o no
están en condiciones de percibir como una agresión directa, que inevitablemente
provocaría resistencia a los propósitos del agresor.
El problema
fundamental que debe afrontar la guerra política es evitar que el enemigo
sienta que, delante de cada uno de los secuenciales desafíos cuidadosamente
articulados que la iniciativa del agresor le presenta, las únicas opciones
disponibles para él son la retirada o el combate. El juego estratégico es
implicar al adversario sin que perciba el peligro de jugar. Todavía más
virtuoso es conseguir que el enemigo entienda que son favorables para sus
intereses la interrelación y los intercambios propuestos por el agresor con su
plan de guerra política. En el momento que el oponente llega al convencimiento
de que podrá gestionar favorablemente la evolución y las decisiones de su
agresor, persuadido de que el tiempo juega a su favor, sus percepciones pueden
ser manipuladas con facilidad. Cualquier avance o ventaja del agresor, derivada
de la aplicación de su proyecto de guerra política, el agredido lo entenderá
como un avance de sus posiciones.
Los Estados Unidos
(EE. UU.) durante mucho tiempo han querido ver a la RPCh como un competidor, un
colaborador y un potencial adversario simultáneamente, ignorando la
irrenunciable aspiración revisionista de China. No pocos analistas y estrategas
han estado plenamente convencidos que la posibilidad de acercarse a la RPCh,
favoreciendo su desarrollo económico e insertándola en el proceso de
globalización, generaría no solo interesantes beneficios para todos sino que
provocaría con el paso del tiempo un reajuste social y cultural en China que
terminaría generando el impulso necesario para que el propio Partido Comunista
de China (PCCh) abriese las puertas primero a una cada vez más abierta economía
de mercado y segundo a una reforma política progresivamente democrática y más
respetuosa con los derechos humanos.
En el largo
telegrama firmado desde Moscú por el señor X, George Kennan apostaba por
aplicar una estrategia de contención contra la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas (URSS) asociada a políticas inteligentes de largo alcance, pacientes
y vigilantes. Kennan estaba convencido de que la ineficacia del sistema
soviético provocaría su colapso interno en una carrera por el dominio mundial.
La URSS era un estado dirigido por una rígida ideología totalitaria que
intentaba afrontar las circunstancias y sus cambios sin un plan que permitiese
su evolución. La URSS era incapaz de aprender y adaptarse como sistema político
y económico a una nueva ola tecnológica y por eso caería. Kennan interpretó
acertadamente la tendencia de cambios a las que se enfrentaría el mundo y
entendió que los EE. UU. estaban mejor dotados para aprovecharlas.
La RPCh ha
demostrado que su fórmula de socialismo chino es capaz de soportar las
paradojas y las contradicciones internas para aprender de cada una de las
pruebas. No importa que el gato sea negro o blanco lo que importa es que cace
ratones porque enriquecerse es glorioso. No parece fácil entender que Deng
Xiaoping, un anciano líder comunista, propiciara un cambio desde arriba que
supondría una restructuración continua de los equilibrios internos, obligando
al PCCh a una continua reformulación de su discurso y a una revisión de sus postulados
para acomodarlos a las sucesivas fases de desarrollo a las que se tendría que
enfrentar. El PCCh llegó a la conclusión de que los cambios exigían importantes
reajustes y era el partido quien debía ponerlo en marcha utilizando un sistema
de voladuras controladas.
La sabiduría
heredada de una vieja y sofisticada civilización ha permitido a los líderes
comunistas chinos descubrir que en las distintas fases de su ascenso era
necesario utilizar nuevas palabras para cambiar la percepción de la realidad y
la propia realidad sin alterar el relato. La clave de la gran estrategia china
ha sido el acertado dominio del tiempo para en cada momento representar un
papel adecuado a sus capacidades y sus potenciales avances.
En cada etapa de
la evolución de su creciente capacidad de penetración e influencia en su
entorno y en el mundo, la RPCh ha modulado un discurso político adecuado a sus
posibilidades, conteniendo sus ambiciones revisionistas, pero manteniendo la
continuidad de un relato nacional de rejuvenecimiento. Todo esto sin despertar
los recelos de los que seguían confiando que el sistema comunista chino
colapsaría por sus contradicciones. La guerra política de la RPCh ha sido hasta
ahora una forma de guerra prolongada en la que la otra parte esperaba que la próxima
ronda fuese la definitivamente favorable para su juego. El resultado final es
precisamente el contrario al esperado por los ideólogos occidentales. Solo
desde la ideología puede entenderse la obstinación de un error de cálculo
estratégico de las actuales dimensiones.
En este contexto,
la competencia entre las potencias no se manifiesta en forma de
comportamientos, como la conquista territorial o la guerra, sino como la
acumulación de influencia política, económica, militar y cultural y, a menudo,
como la aplicación sutil de la coerción para obtener ventajas geopolíticas. El
resultado sería un mecanismo permanente de guerra política por debajo del
umbral del uso directo de la fuerza, colocándonos en un ambiente donde la zona
gris se expande.
La guerra política
busca llegar sin estridencias a una situación de “fait accompli”, término del
francés que se ha vuelto a poner de moda entre los analistas y periodistas.
“Fait accompli”, traducido al español es hecho consumado, pero esta traducción
creo que no es del todo exacta. Una interpretación más completa de la idea
sería una composición de una situación que se ha alcanzado, es decir un hecho
consumado, y una situación que se alcanzará necesariamente, sin que se pueda
revertirse. “Fait accompli”, reuniría tanto a los hechos consumados como a los
hechos que inevitablemente terminará por consumarse, sin que podamos ya hacer
nada por evitarlo.
En la guerra
política una acertada identificación del contexto y de la dirección de las
tendencias es la base del éxito. George Kennan en su largo telegrama desde
Moscú en 1948 acertó en identificar que los cambios futuros soplaban a su
favor, pero la RPCh no es la URSS.
El deslumbrante
ascenso de la RPCh se ha producido en un contexto y con unas normas que China
no ha elegido, pero que ha sabido aprovechar. China se propuso controlar las
cadenas de suministros de las materias primas que necesita su tejido productivo
y lo ha conseguido. Ha penetrado con sus inversiones y prestamos la economía,
finanzas y mercados de los países productores de materias primas para de esta
manera asegurarse la continuidad del suministro. La RPCh ha conseguido, sin que
esto sea nuevo, que la relación de mutuo beneficio, que ofrecen los mercados de
materias primas, no sea equilibrado porque controla muchos resortes internos de
sus proveedores que le permiten ejercer tanta presión como sea necesaria para
imponer un intercambio ajustado a su interés.
Mientras tanto, la
RPCh ha avanzado en el dominio de las cadenas de producción mundial tanto como
para convertirse en la fábrica del mundo. La reducción del ritmo de producción
china o las dificultades de transporte de sus mercancías inmediatamente tienen
efectos en los sectores productivos más rentables del resto del mundo.
El resultado es
que la RPCh cabalga sobre las tendencias de la globalización según sus propias
pautas autorreguladas. Contener el avance de China para alcanzar la condición
de primera potencia del mundo supondría contener la globalización y por lo
tanto desengancharse no solo de China sino de un proceso de interdependencia
global que ahora China domina en gran medida.
El siguiente logro
que está en marcha con el plan “Made in China 2025” es el dominio de las
cadenas de valor mediante un salto tecnológico y científico que permita a la
RPCh convertirse en el foco principal de las ideas y normas que regulen el
futuro que emerge con la 4º revolución industrial. La RPCh aspira a
rentabilizar sus inversiones en ciencia y tecnología dual mediante los
dividendos generados por unos mercados que demandarán nuevos productos y
sistemas desarrollados y producidos en China. La condición dual de estos
avances permitirá también obtener réditos de poder al aplicar la revolución
tecnológica a sus industrias de armamento. La nueva etapa de la guerra política
de la RPCh persigue el dominio del umbral de la 4º revolución industrial.
Identificar este dominio, el científico y tecnológico, como el centro de
gravedad de la competición entre grandes potencias durante la próxima década
podría ser el primer paso necesario para aspirar a requilibrar las dinámicas en
las que cabalgan los grandes protagonistas de la actual disputa por la
hegemonía mundial.
La RPCH ha
respetado los límites de las normas del sistema internacional tanto como era
preciso, sin nunca ponerlas del todo en cuestión. Mientras tanto, ha aplicado o
vulnerado, según sus intereses, el sistema de normas internacionales, adecuando
su nivel de cumplimiento o de incumplimiento en cada momento tanto como podía
pero sin terminar nunca de provocar tanta tensión como para desajustar un
modelo de gobernanza mundial. Es necesario saberlo para poder ampliar el
conocimiento propio y protegerlo de los ataques a la propiedad intelectual que
ha utilizado con gran éxito el PCCh. El nuevo frente principal de lucha es el
del conocimiento y como todo lo intangible puede ser degradado con acciones
prolongadas en la zona gris o en la zona blanca.
La RPCh es la
potencia ganadora de la globalización. La globalización no es un proceso que la
RPCh haya puesto en marcha, haya estimulado o haya regulado. Para la RPCh la
globalización ha sido y sigue siendo un contexto incontestable en el que debía
desempeñar su papel de potencia revisionista. La RPCh se incorporó al sistema
de gobernanza mundial y al proceso de globalización para desde dentro poder
instrumentalizarlo al servicio de sus intereses. Intentar pararla ahora sería
intentar parar al mundo, pero lo que está por venir es una verdadera revolución
industrial y de sistemas de producción que exigen un cambio en la estructura
productiva en sintonía con los nuevos avances. Reconocer que la tendencia clave
ahora no tiene que ver con el comercio sino con el desarrollo de un nuevo
modelo productivo y de hacer negocios puede dar una oportunidad a los EE. UU. y
sus aliados de competir por dominar el umbral y luego la puerta tecnológica de
una nueva era.
La guerra política
de la República Popular China en el mar del sur de China
Mientras tanto, en
otros frentes menos sutiles, la RPCh mantiene con habilidad la competencia. El
ritmo creciente de agresiones en el mar del sur de China no parece adaptarse a
la delicada y perspicaz fórmula estratégica que hasta ahora ha aplicado con
maestría la RPCh. De repente, todo parece estar claro y los objetivos se anuncian
con suficiente claridad sobre todo si los relacionamos con unos hechos que
confirman la intención de alcanzarlos. La interesante concepción del arte de la
guerra como el arte del engaño sostenida por la RPCh parece haberse diluido.
La oscura
reclamación sobre prácticamente el 85 por ciento del mar del sur de China, la
reclamación de las islas Senkaku en el mar del este de China y sobre todo el
objetivo de reunificación nacional se presentan como propósitos finales de un
modo estratégico de acción directa que rompería con el modo estratégico de
lucha oculta y prolongada de la guerra política. En estos momentos el cálculo
de los balances militares es el centro de atención de muchos y la gran
preocupación norteamericana es reforzar su capacidad de disuasión convencional
en la región.
China no ha
precisado con detalle cuáles son sus demandas dentro de las aguas delimitadas
por la conocida línea de nueve puntos. Es cierto que China ha señalado
reiteradamente que es soberana sobre las islas dentro de la línea de nueve
puntos y sus aguas adyacentes, pero no sabemos exactamente qué quiere decir con
precisión por emplear términos diferentes a los utilizados por la Convención de
Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (COVENMAR). La ambigüedad china no es
casual y responde a una clara intención de ocultar lo que entiende como estado
final deseado mientras actúa en silencio para ganar posiciones paso a paso pero
cada vez más sostenida por la militarización del mar.
En el mar del sur
de China, la RPCh ha demostrado implícitamente que no necesita hacer la guerra
para lograr sus objetivos. Los seculares derechos pesqueros en los que Beijing
fundamenta sus reclamaciones dentro de la línea de nueve puntos no precisan de
ser legitimados por nadie, ni siquiera necesitan ser legitimados por una
victoria. El Tribunal Internacional del Derecho del Mar se ha pronunciado
negando la validez de los presuntos derechos históricos chinos, pero no es una
instancia a la que la RPCh otorgue autoridad respecto a lo que entiende es parte
de su suelo azul.
Beijing ha
decidido aplicar una guerra política de pasos graduales para ampliar su control
de facto sobre los territorios en disputa, utilizando la económica, la
diplomacia, las vacunas, en definitiva su capacidad de influencia sobre los
países que disputan la jurisdicción de las aguas, unidas a la coerción, para
obtener posición, momento y generar una dinámica incontestable.
La continuada
presencia en las Zonas Económicas Exclusivas de barcos de pesca y de supuestos
barcos de pesca de la milicia marítima china, la permanente actividad de los
guarda costas, las acciones de denegación del uso del mar dentro de la Zona
Económica Exclusiva (ZEE) de otros países, la construcción de islas
artificiales, la militarización de las islas artificiales, la navegación de
barcos de la armada China son acciones sintonizadas con la presión sobre los
intereses económicos y comerciales vinculados con inversiones chinas o el
comercio con China. El resultado ha sido en la mayoría de las ocasiones un
dejar hacer acompañado de protestas diplomáticas.
En enero de 2021,
la 25ª reunión del comité permanente de la asamblea popular nacional aprobó la
ley de Guardacostas china. La nueva ley ha levantado todas las alarmas en los
países del Pacífico Oriental y también en los EE. UU. porque autoriza a los
guardacostas chinos a utilizar su armamento contra las embarcaciones
extranjeras que incumplan las leyes chinas dentro de sus aguas de jurisdicción.
China nunca es del todo clara y juega aquí también con la ambigüedad. La RPCh
podría entender que todo lo que hay en la columna de agua y el subsuelo del mar
del sur de China delimitado por sus límites impuestos es parte de su zona de
influencia y por lo tanto es una zona donde se aplica la legislación de Beijing
con cierta discrecionalidad.
La nueva ley
permite a los guardacostas chinos disparar contra embarcaciones extranjeras en
aguas disputadas y demoler estructuras construidas por otros países. Los
pescadores filipinos asustados por las posibles consecuencias de esta ley
entendían que para ellos era una verdadera declaración de guerra. El ministro
de asuntos exteriores filipino, Teodoro Locsin, señalaba que la ley en el caso
del mar del sur de China es una amenaza verbal de guerra para cualquier país
que la desafíe, por lo que la única opción segura es no cuestionarla y aceptar
la sumisión a la imposición del más fuerte.
También, el 1 de
septiembre, entró en vigor la nueva ley china de seguridad de tráfico marítimo.
La ley ha seguido incrementando las crecientes preocupaciones de los países del
área y de los EE. UU. sobre las intenciones chinas en sus mares colindantes.
Desde ahora los barcos extranjeros que entren en las aguas territoriales chinas
deben comunicar nombre, indicativo de llamada, posición actual, destino, hora
estimada de llegada y carga a las autoridades de la RPCh. Estas medidas se
aplicarían a cinco tipos de barcos extranjeros: Submarinos, barcos de
propulsión nuclear, transportes de materiales radioactivos, buques que
transportan petróleo, productos químicos, gas licuado o cualquier sustancia
tóxica, así como, los que puedan poner en peligro la seguridad del tráfico
marítimo de China.
La ley podría
entenderse justificada en el caso de que no hubiese controversias sobre lo que
China y el resto del mundo entiende por aguas territoriales de la RPCh. La
diplomacia china y sus legisladores utilizan las palabras con el significado
chino que ellos asignan a su traducción al resto de los idiomas. No podemos
estar seguros que entiendan las aguas territoriales como el resto del mundo las
entiende. La aplicación de esta nueva ley puede ser un problema que el gobierno
chino administrará discrecionalmente en función de la situación y sus intereses
estratégicos. La aplicación de las leyes para China no es lo más importante.
Desde luego no será fácil el control de los barcos que pueden pasar por lo que
China quiera entender como aguas territoriales. Ahora bien, el hecho de que
China se otorgue la autoridad de regular el control de la navegación por medio
de leyes nacionales otorga a Beijing un soporte de legitimidad para justificar
sus intervenciones frente a su opinión pública y la del resto del mundo. China
está escribiendo un discurso político apoyado en un soporte legal para dar
cobertura a su cada día más frecuente envite en el mar.
La aplicación de
la legislación china creará situaciones controvertidas que -adecuadamente
administradas- permitirán proyectar dentro y fuera del país una narrativa
escrita de antemano donde el agresor será el agredido y viceversa. El siglo de
humillación que ha vivido China, sus derechos históricos, su nuevo papel en el
mundo como superpotencia y su rejuvenecimiento nacional servirán de anclaje a
un relato victimista y reivindicativo de derechos que habían sido usurpados por
potencias extranjeras imperialistas. El respeto de las leyes internacionales y
las normas establecidas no será puesto en cuestión solo se manipulará para
culpabilizar a los que se opongan a la implantación de su hoja de ruta.
China está
acostumbrada a violar sistemáticamente y de forma planeada las normas
internacionales de comercio, de propiedad intelectual, del derecho del mar, los
derechos humanos, los compromisos con el medio ambiente, las normas sanitarias,
en fin todo tipo de limitaciones que impongan restricciones permanentes a la
aplicación de sus políticas. Desde dentro del sistema que ha posibilitado la
globalización, China ha degradado su vigencia parasitando al resto del mundo.
Las respuestas cuando han llegado lo han hecho tarde y se han presentado por la
propaganda del PCCh como un movimiento reactivo injustificado contra un ascenso
legítimo de China. La dinámica que ha empleado se fundamenta en una lógica
inteligente que seguirá utilizando y para la que ahora mismo el resto del mundo
debería estar preparado. El PCCh ha demostrado su sobresaliente capacidad para
emplear las contradicciones del sistema a su favor. La debilidad del sistema de
gobernanza global ha permitido a China un sistemático incumplimiento de las
normas, que asociado a un reparto general de dividendos ha permitido acallar
las voces críticas que se opusieran a sus prácticas depredadoras y criminales.
La Estrategia
Naval de los Estados Unidos y el creciente papel de la Guardia Costera
A finales de marzo
de 2019, dos barcos estadounidenses cruzaron el estrecho de Taiwán, una franja
de mar que separa la isla del continente. La armada de los EE. UU. con
frecuencia y cierta regularidad navega en tránsito por el mar del Sur de China.
El propósito de estas acciones es demostrar a la RPCh que los EE. UU. están
dispuestos a sostener la libertad de navegación en el área del Pacífico
Occidental.[1]
Habitualmente la
armada norteamericana atraviesa el estrecho de Taiwán una o dos veces al año.
Sin embargo, el viaje de marzo de 2019 era el sexto en siete meses. La
frecuencia de la presencia militar estadounidense había aumentado. El
incremento del ritmo de actividad de la armada se ha sostenido desde entonces
pero sin seguir una pauta determinada como venía siendo habitual. La mayor
presencia naval de los EE. UU. es un asunto de suficiente interés pero lo
verdaderamente destacado de aquella operación concreta, de marzo de 2019, fue
el tipo de barcos que participaron. En esta ocasión no solo eran barcos de la
Armada. Por primera vez un barco de la Guardia Costera de los EE. UU. navegaba
por el mar del Sur de China acompañando a un destructor armado con misiles
crucero.
La presencia de un
guarda costas es todavía más provocadora que la de un barco cargado de misiles.
Las misiones de la Guardia Costera se relacionan con la defensa y seguridad
marítima de las costas de los EE. UU. Desde el punto de vista chino, un guarda
costas estadounidense no tiene nada que decir o hacer en las aguas de otros
países, especialmente las que ellos consideran suyas, tanto las próximas al
continente como las que rodean las islas y arrecifes del mar del Sur de China,
incluida Taiwán.
La presencia de un
guarda costas, acompañando a un destructor, va más allá de la reclamación de un
derecho de navegación. Puede asociarse a un derecho de vigilancia del
cumplimiento de las leyes internacionales en una zona llena de tensiones. La
posibilidad apuntada no puede ser aceptada por China, que coloca sus
reclamaciones de soberanía por encima de cualquier restricción impuesta por
leyes internacionales o disposiciones del sistema de gobernanza mundial.
La Guardia Costera
estadounidense desplegada en esta zona o en cualquier otra multiplica las
opciones de respuesta y supone un destacado apoyo diplomático a los países
costeros que no aceptan someterse, sin más, a las imposiciones unilaterales. La
estrategia naval de los EE. UU. desde 2007 sostiene un enfoque integral que
vincula en un único destino a tres servicios navales; la armada, la infantería
de marina y los guardacostas norteamericanos.
La nueva
estrategia naval estadounidense “Ventaja en el mar: Prevalecer con el poder
naval integrado en todos los dominios”, destaca cinco puntos clave. Uno de
ellos es especialmente interesante y novedoso porque apunta a la necesidad de
que las fuerzas navales estadounidenses actúen en una línea más asertiva para
prevalecer en la competición del día a día. La nueva disposición invita a
esperar un aumento de la tensión en el mar en el juego de competencia entre los
EE. UU. y China. Evitar el peligro de una escalada militar no deseada como
consecuencia de un incidente o un accidente requiere un mayor protagonismo de
los guardacostas norteamericanos y los de los aliados.
Por otra parte, el
propósito expreso de legitimar la acción naval norteamericana en el mar,
mediante la defensa de un modelo de relación con sus competidores basado en el
respeto de las normas y las leyes internacionales, obliga a disponer de nuevos
recursos, nuevas capacidades complementarias y nuevas opciones, seguramente no
tan brillantemente impresionantes como un portaviones de propulsión nuclear
navegando, cargado de aviones de última generación, en compañía de su completo
grupo de escoltas.
La guardia costera
de los EE. UU. ofrece una posibilidad nueva de presencia y actuación en la zona
gris de los mares, donde China actúa utilizando sus pesqueros como instrumentos
sutiles de presión y chantaje a los países rivereños. El resultado es el mejor
uso de las capacidades complementarias de los servicios navales aliados,
constituyendo un sistema integrado dispuesto para actuar en todo el espectro
del conflicto.
Sin embargo, la
competición en la zona gris, tan propia de la guerra política de la RPCh, no ha
despertado todavía el suficiente interés como para reequilibrar las fuerzas y
capacidades en este ámbito no del todo oscuro. La guardia costera china es la
mayor del mundo y sus barcos son los de mayor tonelaje, quien además de la
milicia marítima china, dependiente del Ejército de Liberación Nacional, no
tienen competidores que puedan neutralizarlos, quizá solo Vietnam podría hacer
alguna cosa. La preocupación marcada por la urgencia de lograr el reequilibrio
convencional en la región está justificada, pero no debería olvidarse la
conveniencia de disponer de mecanismos de respuestas en la disputada zona gris
donde la RPCh dispone de una ventaja incontestable.
La pesca mecanismo
de dominio de China Popular
La RPCh aspira a
dominar unos 3 millones de kilómetros cuadrados del mar del sur de China, que
representa el doble de la extensión de todo el Mediterráneo. Las aspiraciones
chinas son puestas en cuestión por los demás países ribereños (Filipinas,
Vietnam, Malasia y Brunéi); sin embargo, ninguno tiene suficiente fuerza para
oponerse a una lenta pero decidida estrategia de penetración en el mar y en sus
economías.
Las razones que
fundamentan las reclamaciones chinas de prácticamente todo el mar Meridional son
históricas. Aquí es cuando empieza a aparecer la pesca como argumento básico de
legitimidad para fundamentar la demanda china de derechos de soberanía. Las
autoridades chinas sostienen que, desde más de seiscientos años atrás, los
pescadores de la isla Hainan utilizaban rutas de navegación que les permitían
llegar hasta las zonas en disputa, pescar y regresar a casa. La tradición oral
y algunos supuestos pero desaparecidos libros de navegación son la base de un
presunto derecho de dominio del mar porque los pescadores chinos llegaron
primero.
Desde hace décadas
la RPCh ha utilizado a sus pesqueros como punta de lanza para ejercer su
presencia y aspirar al dominio de gran parte de los mares interiores a la
primera cadena de islas del Pacífico Occidental. China es omnipresente en estas
aguas. Las actividades de los pesqueros chinos se traducen también en
presencia, información, seguimiento, control y en un argumento político en la
región más disputadas y caliente del mundo. De esta manera, los barcos de pesca
chinos pueden convertirse en un mecanismo de escalada o de tanteo de la
capacidad de respuesta de los Estados que disputan con Beijing la soberanía del
mar o los derechos de explotación de sus recursos.
La presión sobre
las tierras cultivables chinas, la sobreexplotación de los caladeros de su ZEE
y el volumen de su población favorecen una inclinación a expandir su flota en
aguas distantes, especialmente en alta mar. Los recursos biológicos marinos se
consideran la mayor reserva de proteínas del mundo, por lo tanto, poseer y
dominar el océano significa garantizar la soberanía alimentaria china.
La pesca para la
RPCh no es solamente una industria estratégica, es también un instrumento de
proyección de poder e influencia. Garantizar el suministro de proteínas es
importante pero, además, China ha expresado, en sus mares adyacentes, que el
hecho de pescar en aguas más allá de los límites de su ZEE lo entienden, con el
paso del tiempo y el uso prolongado, como una forma de transformar su presencia
en el mar en derechos irrevocables de dominio.
Desde las aguas de
Indonesia, Vietnam, Filipinas y Corea del Norte hasta las de México, Costa
Rica, Colombia, Ecuador, Perú, Chile y Argentina, en Iberoamérica, o las del
golfo de Guinea, Angola, Senegal, Mozambique y Somalia, en África, los
pesqueros chinos se han convertido en los nuevos dueños de los caladeros.
Greg Poling,
director de la Iniciativa de Transparencia Marítima en Asia vinculada al
prestigioso think tank norteamericano Center for Strategic and International
Studies (CSIC), afirma que la escala y agresividad de la flota pesquera china
está permitiendo ejercer el control efectivo de las pesquerías del mundo. Pero
todavía más preocupante es que muy pocos países están dispuestos a imponerse
ante las incursiones de los pesqueros chinos en sus aguas nacionales.
Entre los 15
países con mayor superficie marina de ZEE del mundo hay tres iberoamericanos.
Argentina debería ser el cuarto, pero el Reino Unido ocupa las islas Malvinas,
las islas Georgias del Sur y las Sandwich del Sur, que figuran reconocidas como
territorios dependientes y no autónomos. Brasil, Chile y Méjico cuentan con más
de tres millones de kilómetros cuadrados de superficie marina en su ZEE.
El caso chileno es
especialmente relevante porque la extensión de su zona de influencia en el mar
es cinco veces superior a su territorio. Además, el área marítima de
responsabilidad nacional de Chile en la búsqueda y salvamento marítimo (área
SAR) supera los 26 millones de Kilómetros cuadrados, superficie equivalente a
todo el continente africano. Chile es el quinto país del mundo con un área SAR
más extensa.
Conclusiones
El desafío que
impone la conservación de los recursos marinos en las ZEE de los países
Iberoamericanos y en la alta mar adyacente, frente a la actividad predatoria y
la pesca ilegal de la inmensa flota de pesca de aguas distantes china, requiere
cooperación entre los Estados y con las organizaciones internacionales. Por
otra parte, es imprescindible contar con los medios necesarios para sostener la
investigación y la protección de la biodiversidad y la sostenibilidad de los
caladeros.
El papel de los
guardacostas y de los buques oceanográficos es clave en una misión, que a la
vista de la inmensidad de la zona a proteger y el grado de la amenaza, requiere
un esfuerzo adicional de los Estados reforzando sus armadas, servicios costeros
de vigilancia, sus medios de investigación y control de los caladeros y zonas
protegidas y, en definitiva, sus capacidades de acción marítima. Evidentemente,
la colaboración internacional refuerza el potencial de cada uno en una acción
combinada que debe ir acompañada de una campaña de comunicación estratégica.
Un estudio de los
intereses comunes frente a la sobrepesca de la flota de altura de la RPCh
podría ayudar a una interesante aproximación a los océanos que rodean
Iberoamérica, para de esta manera descubrir su valor como soporte de la
integración regional y global, más allá de los intereses particulares.
No obstante, es
posible que estos esfuerzos pudieran fracasar. Los intereses empresariales,
comerciales, financieros, personales y políticos compartidos con la RPCh pueden
restringir las opciones de las repúblicas iberoamericanas a la hora de defender
sus recursos en el mar. Una posición más asertiva y coordinada de Iberoamérica
vendría asociada al riesgo de sanciones o amenazas de una potencia con una gran
presencia e influencia en el interior.
Los argumentos de
todas formas existen. No se trata de impedir el uso de los recursos marinos,
especialmente la pesca, se trata de protegerlos de una explotación ilegal o
abusiva. No es un esfuerzo por oponerse a una flota en particular ni a todas en
general por el hecho de pescar en aguas lejanas. Es la defensa de los propios
intereses pesqueros de todos los que imponen la necesidad de acordar
limitaciones para permitir una explotación sostenible. Pero sobre todo es la
voluntad de defender los legítimos derechos soberanos de las repúblicas
iberoamericanas los que obligan a marcar límites a las prácticas abusivas e
ilegales chinas para evitar que la costumbre acabe generando un uso entendido
como un derecho.
Las aguas que
rodean a América más allá de la milla 201 no pueden convertirse nunca en parte
del suelo azul de la RPCh ni de ninguna otra lejana potencia.
Notas finales
Ronald O’Rourke, “U.S.-China Strategic
Competition in South and East China Seas: Background and Issues for Congress”,
Congressional Research Service, Background and Issues for Congress R42784,
(March 18, 2021), CRS Report 42784 https://assets.documentcloud.org/documents/20522334/us-china-strategic-competition-in-south-and-east-china-seas-background-and-issues-for-congress-march-18-2021.pdf
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