Carlos A. Manfroni
La Nación, 15 de
diciembre de 2020
Una vez más, como
quien quiere tirar la moneda tantas veces hasta que salga "ceca", el
Congreso debate sobre el aborto. Así de fácil, lo mismo que tirar una moneda al
aire, se discute sobre la vida de otro, o, más bien, sobre la vida de miles de
"otros".
Igual de
disparatado, pero tal vez menos injusto, sería que debatieran sobre la vida de
cualquiera de los que se disponen a aprobar el aborto, quienes, como mínimo,
tendrían el derecho a hacer un alegato en su defensa, a diferencia de un bebé
inocente y sin posibilidades de esquivar el instrumento o la droga que lo mata
inesperadamente en su propio santuario. Sería un teatro del absurdo, claro,
pero la Argentina es el país donde el absurdo aparece como algo normal a costa
del incesante repiqueteo de la propaganda.
¿Qué tuvo que ocurrir, cuántas batallas debió perder
el lenguaje, qué veneno debió haber trastornado a la lógica para que la muerte
de un bebé sea algo políticamente correcto y, en cambio, la defensa de la vida
sea una actitud fascista? ¿No era el culto a la muerte lo que caracterizaba
precisamente al fascismo, como escribió Pablo Giussani? Un culto,
efectivamente, no una opinión
Una opinión es el
argumento de alguien que se presenta en un programa de televisión o escribe en
un periódico a fin de sostener su posición en favor del aborto. Pero no es una
opinión la marea verde que se agita en las calles, que danza, que pintarrajea
catedrales, que proclama estar librando una batalla, que pinta grafitis contra
"los fetos" o que se jacta de maltratar en la vía pública a muñecos
con forma de bebés.
¿No es esa, acaso,
la confesión expresa de la existencia de una vida distinta a la de la madre?
¿No es ese el reconocimiento de que no es la compasión lo que mueve esa ola?
También lo es la persecución a los médicos que convencen a la madre de no
abortar y conducen el embarazo hasta el nacimiento. El ensañamiento con quienes
salvan la vida es el revés mismo de la compasión.
El aborto, una
bandera histórica de la izquierda, fue rechazado en su momento por el gobernador
socialista de Santa Fe Hermes Binner, y por el entonces presidente de Uruguay,
también de izquierda, Tabaré Vázquez. Médicos ambos, no quisieron violar el más
puro de los juramentos, que es la defensa de la vida.
Al tiempo de enviar el proyecto, el presidente de la
Nación sostuvo que, desde la recuperación de la democracia, se registraron más
de 3000 muertes por abortos clandestinos.
Si tan bien contabilizaron los casos ¿dónde están las
denuncias? ¿Alguien lleva a los tribunales a los responsables de esas clínicas
clandestinas, desde los gobiernos o desde la militancia proaborto?
La legalización de
un crimen con el argumento de que se comete de peor manera en la clandestinidad
sería equivalente a sostener que, como los violadores asesinan a sus víctimas
para no ser descubiertos, habría que despenalizar la violación, de modo que ya
esos depravados no tengan que asesinarlas. Absurdo y repugnante.
La noche posterior
al ingreso del proyecto en el Congreso, el Cabildo de Buenos Aires y el
Ministerio de Salud fueron iluminados con luces verdes por Amnesty
International, una organización que, como casi todas las dedicadas a los
derechos humanos, defiende la vida, la libertad y la integridad física de todo
tipo de personas, incluyendo terroristas y narcotraficantes, a fin de que
obtengan un juicio justo o que, una vez condenados, reciban un trato humano, lo
cual está bien.
Lo que no está
bien, lo paradójico, lo que repugna al sentido común es la contradicción de
defender los derechos de los culpables y presionar en favor de la muerte de los
inocentes.
No es una
sorpresa. En 2018, cuando en la Argentina se debatió tristemente un proyecto
similar, también Amnistía Internacional publicó un aviso de una página entera
en la contratapa de The New York Times a fin de apoyar la iniciativa.
Ninguna propaganda
apareció aquí, al menos recuadrada. ¿Debemos suponer que el aparato
internacional que se mueve en pos del aborto invirtió cientos de miles de
dólares a 8500 kilómetros de distancia y no desembolsó un peso donde se votaría
el proyecto?
El silencio frente
a esa pregunta es demasiado pesado y su peso sofoca el grito inaudible de los
inocentes, que son las víctimas del aborto.
El caso de
Amnistía Internacional es un ejemplo entre miles. Si lo que se desea es saber
quiénes tienen en el mundo interés en promocionar el aborto, lo mejor es
recordar el lema del FBI: "Siga al dinero".
De acuerdo con una noticia del diario The Irish Times,
en 2017, la Comisión The Standards in Public Office de Irlanda, un equivalente
a la Oficina Anticorrupción de la Argentina, ordenó a Amnesty International
devolver ?137.000 que le había donado Open Society, la fundación de George
Soros, para promover el aborto en ese país. La directiva se apoyó en la
violación de la Constitución y de las reglas de ética electoral.
Como Amnistía
Internacional, hay millares de organizaciones en el planeta que trabajan día y
noche en favor del aborto. La gran mayoría de ellas reciben financiación,
precisamente, de Open Society, que cuenta con decenas de miles de millones de
dólares para fines filantrópicos. Y algunos lo son, realmente. Las mentiras
únicamente se digieren cuando se combinan con unas cuantas verdades.
Pero la fundación
Open Society, con la que el Ministerio de Educación de la Nación firmó en marzo
un acuerdo, promueve, por otro lado, el aborto como política de Estado; la
legalización de las drogas y, especialmente, la despenalización de su
comercialización minorista; llama a poner fin a la guerra contra el
narcotráfico; alienta acciones contra la represión policial a la venta de
estupefacientes; financia a movimientos populistas; a través del BDS Movement
impulsa el boicot contra Israel, un Estado aliado de los Estados Unidos y de
los valores occidentales y democráticos en Oriente Medio; patrocina políticas
abolicionistas en materia penal y apoya a movimientos indigenistas, como los de
los mapuches radicalizados en el sur argentino. Una colección de acciones
contra las democracias de Occidente, cuyas estructuras se propone transformar
desde sus entrañas.
Soros destinó US $32.000
millones de su fortuna a Open Society. ¿Se comprende, entonces, de dónde salen
los "verdes"?
La conocida
periodista israelí Rachel Ehrenfeld, que preside el American Center for
Democracy en Nueva York, a propósito de la campaña de Open Society en favor de
la despenalización de la droga, escribió que "Soros usa su filantropía
para cambiar -o más precisamente deconstruir- los valores y las actitudes
morales del mundo occidental.".
Una cultura de la droga demanda una sociedad de la
angustia, de la culpa, de la pobreza y de la desesperanza; el derrumbe de los
pilares de la nación, de la familia y de la concordia social.
Al otro lado de la
discusión, están los movimientos provida, algunos de carácter religioso, otros
laicos y otros incluso feministas, como en la Argentina Feministas de la Nueva
Ola o la organización Feminist for Life en Estados Unidos. Pero no alcanzan
contra el dinero del aborto.
"No me preocupa -decía Martin Luther King- el
grito de los violentos y los deshonestos. Lo que más me preocupa es el silencio
de los buenos".
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