cambia de política
en el Golfo, un punto de inflexión para Irán
Gianandrea Gaiani
Brújula cotidiana,
10-02-2021
Aún no está claro
si las iniciativas de la administración Biden hacia la crisis del Golfo que
involucran a Irán, las monarquías sunitas y el conflicto en Yemen constituyen
un cambio de rumbo robusto con respecto no solo a la administración Trump, sino
también a la de Barack Obama; o si se trata de una acción fugaz necesaria del
dogma dominante en la casa demócrata para “cancelar a Trump” y todas las
iniciativas de su presidencia.
Joe Biden delineó
los objetivos a breve término de su política exterior, anunciando sin rodeos
que “la guerra en Yemen debe terminar”, calificándola de “catástrofe
humanitaria y estratégica”. Y para lograr el objetivo, el presidente
estadounidense ordenó el fin del apoyo a la ofensiva saudí, basada sobre todo
en la ayuda logística, la formación para compartir datos de inteligencia y el
suministro de armas y vehículos.
En los últimos
días, el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken, en su primera
conversación telefónica con el canciller saudí, Faisal bin Farhan, destacó que
una de las “prioridades clave de la nueva administración estadounidense” es “la
cuestión de los derechos humanos y el fin del conflicto en Yemen”. Blinken apostó más al eliminar a los hutíes
de la lista de organizaciones terroristas, donde Trump los había relegado.
La orden de la
Casa Blanca de suspender el apoyo militar a saudíes y emiratíes también
contrasta con la política de Obama que, desde 2015, cuando comenzó el conflicto
yemení tras la insurrección de los chiitas hutíes apoyados por Irán, nunca
escatimó apuestas multimillonarias de soldados y apoyo de inteligencia a la
campaña militar dirigida por los saudíes, emiratíes y egipcios. Trump
intensificó ese apoyo como parte de una estrategia más amplia para acorralar a
Irán, apuntando a sus aliados regionales (desde las milicias chiítas iraquíes
hasta los hutíes) y denunciando el acuerdo nuclear de Teherán que firmó Obama.
La decisión de
Biden plantea algunas dudas, sólo porque el conflicto yemení es ahora de menor
intensidad, especialmente para los civiles (las víctimas entre la población se
redujeron en un 73% entre 2019 y 2020). Además, interrumpir el conflicto,
garantizando que los hutíes permanezcan con armas, significa dejar una amenaza
constante dirigida a las monarquías árabes en el corazón de la Península
Arábiga. Si EE.UU. aboga por tal desarrollo de la guerra de Yemen, o no tienen
las ideas claras o no lo considera indispensable para evitar la
desestabilización de la región.
En su informe sobre la situación en Yemen del 16 de
junio de 2020, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, eliminó a la
coalición liderada por Arabia Saudita de la lista negra de quienes han
asesinado y lesionado a niños en Yemen, confirmando en cambio el movimiento
chiita hutí y el Gobierno yemení. Después de todo, la ONU ha denunciado a los
hutíes en varias ocasiones por el arresto de observadores de la ONU y el
reclutamiento de niños soldados, y el resto de los insurgentes yemeníes son
alcanzados por misiles balísticos contra ciudades saudíes.
Las fuerzas de
Emiratos Árabes Unidos se han retirado casi por completo de Yemen, aspecto que
hace parecer un pretexto el stop de la venta en Abu Dhabi de 50 cazas F-35 y 18
drones armados MQ9 Reaper por 23 mil millones de dólares, autorizada por Trump
a unas pocas horas antes de salir de la Casa Blanca y también aceptado por
Israel tras la firma de los “Acuerdos de Abraham”. Los Emiratos es el Estado
más laico del mundo islámico: recibió al Papa, no aplica discriminación
religiosa y el 4 de febrero acogió el Día Internacional de la Hermandad Humana
por la Paz y la Convivencia Común con la participación del pontífice, el Gran
Imán de al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb y del Secretario General de las Naciones
Unidas
La Fuerza Aérea de
Arabia Saudita ha adoptado reglas de combate destinadas a reducir los “daños
colaterales”, un aspecto que llevó a Londres a dejar de vender bombas para los
aviones de Riyadh después de un año. En este tema, además, los estadounidenses
no deberían en ningún caso ser moralistas con los demás, teniendo en cuenta los
miles de civiles afectados en la larga “campaña de drones” en marcha en
numerosos estados entre Asia y África o incluso sólo los civiles iraquíes
asesinados por las bombas y misiles estadounidenses durante la liberación de
Mosul de las milicias de ISIS.
La decisión de
Biden va de la mano con un compromiso declarado de fortalecer los esfuerzos
diplomáticos con Irán para restaurar el acuerdo nuclear de 2015, al frenar las
ambiciones de Teherán en la región. El secretario de Estado Antony Blinken
anunció el nombramiento de un nuevo enviado especial para Irán, Rob Malley,
mientras que el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, dijo que restaurar
los límites al programa nuclear de Irán es una prioridad absoluta. Teherán ya
ha mostrado su aprecio por el avance de Biden con el Ministerio de Relaciones
Exteriores iraní, que calificó el cese de la venta de armas a las principales
monarquías árabes en el Golfo como “un paso adelante”. Un cambio de rumbo, sin
embargo, que corre el riesgo de enfriar las relaciones entre Washington y las
potencias árabes (que por ahora atenúan los desacuerdos con la administración
Biden), pero también con Israel, que había centrado el eje estratégico con
EE.UU. en el contraste con Irán.
Biden parece ser
consciente de ello y, de hecho, la Casa Blanca ha asegurado que seguirá
vendiendo “armas defensivas” a Riad y Abu Dhabi, un concepto sibilino que se
refiere a los costosos sistemas de defensa diseñados para proteger los cielos
del Golfo de los misiles y los drones. Un sector específico en el que Estados
Unidos no tiene el monopolio de los productos más efectivos, que probablemente
pertenece a Rusia, cuyo peso en el Golfo crece constantemente, también en
términos militares, debido a las excelentes relaciones que mantiene con árabes
e iraníes. Moscú, que ya comparte con
Riad y los estados del Golfo el interés de mantener los precios del petróleo a
un nivel aceptable, podría beneficiarse de un enfriamiento de las relaciones
entre Estados Unidos y sus tradicionales aliados regionales.
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