Monseñor Héctor
Aguer
Como católico, me
apena reconocer que las declaraciones y actitudes de nuestros hermanos los
cristianos evangélicos han sido más claras, elocuentes y firmes –sin vueltas-
que las del Episcopado argentino. Se acepta en la Iglesia argentina como hecho
irreversible la secularización de la sociedad, contradiciendo la enseñanza del
Concilio Vaticano II
Infocatólica –
05/02/21
Nuestro país, la
Argentina, vive momentos duros, difíciles de sobrellevar. Calamidades, esto es,
desgracias, infortunios que afectan a muchísimas personas, a la mayoría del
pueblo. La plaga del coronavirus causa diariamente miles de contagios y cientos
de muertes, lo cual demuestra el fracaso rotundo de la política sanitaria, a
pesar de una temprana y severa cuarentena. El Ministro de Salud de la Nación,
reconocido por sus gaffes, tuvo la osadía de afirmar al inicio de la alarma
mundial, que el virus no llegaría hasta nosotros; luego se jactó varias veces
de un éxito inexistente comparando otros países con el nuestro. Ahora no puede
negar el desastre: hemos alcanzado los peores índices del mundo. Este es el más
reciente, pero no el único de nuestros males.
Indiquemos otro
elemento, innegable, de nuestra suerte adversa: la pobreza en que está sumida
poco menos de la mitad de la población, y dentro de ese porcentaje un registro
elevado de estrechez suma, de miseria. Se discute si hay en la Argentina gente
que pasa hambre, en un país como el nuestro, que podría alimentar varios
cientos de millones de personas. Alivian la situación los comedores y
merenderos populares, instalados por los movimientos sociales y las parroquias,
así como la «tarjeta Alimentar» distribuida por el gobierno. No cabe duda que
para muchas personas y familias se cumple aquel verso del tango compuesto por
Ennrique Santos Discépolo, que Carlos Gardel cantó maravillosamente en 1929 ó
1930: no tienen ni fe, ni yerba de ayer secándose al sol (para los extranjeros
digamos que la frase del eximio poeta popular alude al mate, ese inocente vicio
argentino). El plan económico oficial consiste en culpar al gobierno anterior,
que fue por cierto muy malo, o a la pandemia; a causa de la cuarentena han
cerrado sus puertas miles de comercios y se han fundido una multitud de
pequeñas y medianas empresas. Las dimensiones del Estado han crecido por la
creación de inútiles ministerios, secretarías y subsecretarías, para medro de
los políticos, sus hijos, enterrados y amigos; el trabajo genuino ha sido reemplazado
por la limosna estatal sostenida con una emisión monetaria mal disimulada, que
seguramente agravará la crónica inflación. Volveré sobre este asunto: la
calamidad política, que es la fundamental.
Sobre lo que sigue
me he ocupado abundantemente en mi libro La educación en clave católica. La
escuela de gestión estatal ha llegado a límites históricos de ineficiencia e
ideologización. Es sabido que la mayoría de los alumnos concluyen el ciclo
primario sin leer y escribir correctamente. El cierre de las escuelas a causa
de la pandemia –cuyo alcance total se discute- ha agravado, sin duda, la
situación, pero ya antes las reivindicaciones sindicales provocaron frecuentes
paros con interrupción de la actividad escolar. Las familias, en cuanto pueden,
huyen hacia los institutos de gestión privada; los más humildes colegios
parroquiales exhiben largas listas de espera de quienes se inscriben para
obtener vacante, ya que la capacidad es obviamente limitada, La sucesión de
diversas teorías pedagógicas en las últimas décadas ha mostrado la inclinación
a copiar malamente lo que puede resultar exitoso en otras latitudes y en otros
contextos culturales; aquí esa copia es un signo de declinación. Otra dimensión
gravísima: la escuela se convierte en un antro de imposición de un pensamiento
oficial. El laicismo de antaño desplazaba de la escuela la religión y su
influjo sobre el conjunto de la enseñanza, pero respetaba una visión
antropológica clásica y no tenía la fuerza necesaria para concretar una
transformación cultural. Actualmente, la fuente de inspiración es el
pensamiento gramsciano. Antonio Gramsci fue un pensador italiano fallecido en
1937, autor de una sobresaliente reinterpretación del marxismo que aspira a
apoderarse de la cultura y modelar así la orientación de la sociedad. De hecho,
este planteo impregna ampliamente los ámbitos educativos y los medios de
comunicación, aun cuando se ignore que Gramsci existió; en nuestro país
desplaza tanto los restos de tradición nacional como el liberalismo; reina en
las universidades estatales y de ese ámbito suelen proceder las autoridades
educativas. Los programas y contenidos de la escuela estatal, en los niveles
primario y secundario responden a esa ideología, especialmente en las
asignaturas Historia, Educación Ciudadana o Construcción de Ciudadanía y
Educación Sexual. ¿Conocen los padres de los alumnos lo que se enseña a sus
hijos? ¿Están en condiciones de juzgar acerca de ello? Se llama Historia a un
relato oficial impuesto como única interpretación, Educación Ciudadana a la
engañifa de un desorden social contrario a la naturaleza, en beneficio de la
casta política. Protesta Aristóteles desde la eternidad. Sobre Educación Sexual
me he pronunciado en diversas publicaciones en lugar de ESI (Educación Sexual
Integral), la llamo PSI, con la P de Perversión. Muchas veces los protagonistas
ignoran las raíces de los criterios que emplean, y los políticos, cuya
ignorancia filosófica es proverbial, sirven a esos designios culturales, que ya
se han convertido en una especie de «vulgata». La progresía católica, a todos
los niveles, es incapaz de comprender la gravedad del fenómeno y el sentido
auténtico de la evangelización de la cultura. La Iglesia actual chapotea en
seco en el arenal movedizo del relativismo.
La calamidad más
reciente, y gravísima, es la legalización del aborto, en una dimensión que
supera la de los países más avanzados en la aprobación de ese delito; en
algunos casos la ley permite liquidar al niño poco antes de nacer. El Honorable
Senado de la Nación ha ratificado la media sanción favorable de la Cámara de
Diputados por 38 votos contra 29 y una abstención. Honorable significa digno de
ser honrado y acatado. El honor es una cualidad moral que lleva al cumplimiento
de los deberes respecto de los demás y de uno mismo, de lo cual se sigue el
mérito y la capacidad de ser enaltecido. Honorables son, sin duda, los
senadores que han defendido el derecho a la vida de los niños por nacer, pero
¿la institución? Después del enorme traspié en que ha incurrido, ¿se puede llamar
Honorable al Senado argentino? Además del mal directamente inferido a la
República, ha contribuido a la difusión de una mentalidad contraria a la vida,
y así ha amenazado la vigencia de una justa y democrática convivencia social.
Sobre la presunta democracia argentina me extenderé enseguida. Lo cierto es que
nueve votos han decidido un genocidio.
El gran
responsable es el presidente de la Nación, que una vez consumado su inicuo
propósito declaró que ahora «somos un país mejor»; a su ignorancia se suma su absoluta
carencia de temor de Dios, ¡y tiene el atrevimiento de considerarse católico y
de afirmar que en este tema no está de acuerdo con la Iglesia! Señalo el
contraste con la actitud del difunto presidente uruguayo Tabaré Vázquez, hombre
de izquierda y agnóstico, que vetó la ley abortista aprobada por el parlamento,
simplemente porque era médico y hombre de honor; sabía de qué se trataba.
Seguramente, llamándose Fernández, el presidente argentino habrá sido
bautizado; es probable que también haya cumplido con el rito de la Primera
Comunión, y no hace mucho comulgó, con su actual pareja, en el Vaticano, de
manos de un arzobispo. Vienen al caso algunas citas bíblicas: «el temor de Dios
es el comienzo de la sabiduría» (Prov. 1,7; cf ib.9,10), es «escuela de sabiduría»
(Prov. 15, 33). Los dos defectos señalados del profesor Fernández están
íntimamente vinculados. También se jacta de haber cumplido un compromiso
establecido en su plataforma electoral. Supuesto que ese programa haya existido
y se haya dado a conocer masivamente, ¿lo habrán leído los numerosos ciudadanos
que lo votaron? ¿Habrá obtenido en la elección la cifra enorme de adhesiones
que alcanzó si sus votantes hubieran advertido que prometía legalizar la
liquidación de los niños por nacer? He mencionado la ignorancia del presidente,
que es inexcusable. Los avances de los estudios genéticos logrados durante el
siglo XX pueden ser conocidos por cualquier persona medianamente informada. El
célebre profesor de la Sorbona Jérôme Lejeune ha escrito: «Aceptar el hecho de
que con la fecundación comienza la vida de un nuevo ser humano no es ya materia
opinable. La condición humana de un nuevo ser desde su concepción hasta el
final de sus días no es una afirmación metafísica, es una sencilla evidencia
experimental. «No hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el
que rehúsa oír; sobre cualquier evidencia se impone su parti pris ideológico.
Como católico, me
apena reconocer que las declaraciones y actitudes de nuestros hermanos los
cristianos evangélicos han sido más claras, elocuentes y firmes –sin vueltas-
que las del Episcopado argentino. Se acepta en la Iglesia argentina como hecho
irreversible la secularización de la sociedad, contradiciendo la enseñanza del
Concilio Vaticano II. En la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen
Gentium, leemos: Así como ha de reconocerse que la ciudad terrena, justamente
entregada a las preocupaciones del siglo, se rige por principios propios, con
la misma razón se debe rechazar la funesta doctrina que pretende construir la
sociedad prescindiendo en absoluto de la religión (L.G 31). La misión eclesial
se expresa en estas consignas: Es obligación de toda la Iglesia trabajar para
que los hombres se capaciten a fin de establecer rectamente todo el orden temporal
y ordenarlo a Dios por Jesucristo (Decreto Apostolicam actuositatem, 7); en el
mismo documento: Hay que instaurar el orden temporal de tal forma que salvando
íntegramente sus propias leyes, se ajuste a los principios superiores de la
vida cristiana (ib.). Otros pasajes de la Constitución conciliar antes citada
encomiendan a los laicos, como propia vocación, tratar de obtener el Reino de
Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios (L.G. 31)
También: Es papel de los laicos en las estructuras humanas conocer la íntima
naturaleza de todas las creaturas, su valor y su ordenación a la gloria de Dios
(ib.) Por último: Tengan presente que en cualquier asunto temporal deben
guiarse por la conciencia cristiana, dado que ninguna acción humana, ni
siquiera en el orden temporal, puede sustraerse al imperio de Dios (ib).
Lo dicho,
entonces, como responsabilidad del profesor Fernández: ignorancia y ausencia,
en un seudocatólico, de temor de Dios.
Por otra parte,
nuestra tradición institucional, desde la Primera Junta de gobierno de 1810,
hasta la Constitución de 1853 y sus reformas, y las Constituciones
provinciales, ha reconocido esos principios, que siguen siendo válidos a pesar
de nuestra declinación cultural, a la que los vaivenes eclesiales no son
ajenos. La mencionada tradición debería ser objeto de una investigación
histórica imparcial y de un debate sereno y abierto a la verdad. Los católicos
deben hacerse cargo de ella y trabajar por la instauración de una patria
cristiana, en la que quede a salvo la naturaleza de la sociedad, a la que
puedan adherir los argentinos que profesan otros credos religiosos.
San Juan Pablo II,
en su encíclica Centesimus annus escribió estas esclarecedoras palabras, que
suenan como una sentencia: una democracia sin valores se convierte fácilmente
en un totalitarismo abierto o encubierto. Esta es la calamidad argentina por
excelencia: vivimos sometidos a la tiranía de una falsa democracia. Cuando hace
37 años, concluida la dictadura militar, se inauguró el actual período, se
expresó una noble aspiración: «Con la democracia se come, se cura, se educa»;
la experiencia muestra que no se cumplió, y que en este tiempo se ha registrado
un nivel de corrupción de los funcionarios de una intensidad jamás vista
anteriormente en nuestra historia, que ahora se intenta licuar buscando la
impunidad de los culpables. ¿Por qué no se podrá decir que semejante latrocinio
es un crimen de lesa humanidad? Además, el totalitarismo de los seudodemócratas
ha instrumentado una policía del pensamiento; no existe según ellos una verdad
última que ilumine y oriente la acción política, y entonces las ideas y
convicciones pueden ser instrumentalizadas para el fin de afianzarse en el
poder. Una parte notable de la opinión social y de los «mass-media» participan
del mismo designio, o por lo menos lo toleran. Una verdadera oposición no
debería entrar en ese juego, ya que en eso consiste el drama nacional; la
alternativa es reconstruir el sentido de una auténtica democracia, que logre
superar la enfermedad que afecta de una u otra forma y con diversa amplitud a
los tres poderes del Estado. Sin duda, existen hombres y mujeres capaces de
intentarlo; la sociedad debe descubrir a esas personas valiosas y abrirles
camino, zafando de la ilusión electoralista por la que se infiere al país una
calamidad tras otra, como lo he reseñado. No se podrá contar con los medios de
comunicación convencionales, que en su casi totalidad están al servicio de los
intereses empeñados en sostener el secularismo anticristiano y contrarios a la
tradición argentina que deseamos ver reverdecer. Pero en la actualidad esos
poderosos recursos han quedado en buena medida descolocados ante el avance de
las redes sociales, convertidas en una fuerza de libertad capaz de encaminarse
a la recuperación de la verdad de una auténtica participación democrática. Los
jóvenes, habilísimos usuarios de esos elementos, son capaces de comprender, con
ánimo esperanzado, que es preciso comenzar de nuevo y frustrar el ambicioso
reciclaje de los conocidos de siempre, causantes de nuestras calamidades. Se
trata entonces, de extender la inquietud en favor de un nuevo comienzo;
muchísimos hombres y mujeres de buena voluntad, desengañados, pueden plegarse a
la iniciativa. Viene al caso una constatación irrefutable de Edmund Burke,
filósofo, político y escritor británico del siglo XVIII, considerado padre del
liberalismo conservador: «Lo único que se necesita para que triunfe el mal es
que los hombres buenos no hagan nada». La tragedia del declive argentino tiene mucho
que ver con el acomodo a lo que imponen quienes alcanzan el poder, con la falta
de compromiso, la inacción de la ciudadanía. Son muchos los indiferentes, o
quienes se acobardan hasta apichonarse. Pienso en una refundación política de
la democracia, que se base en el orden natural; para lograrlo es preciso
alcanzar una recta orientación educativa, que comience en la familia y se
extienda a los grupos sociales hasta arrebatar a los ideólogos el dominio de la
escuela. Todo esto es posible, pero no fácil; son numerosos los obstáculos a
superar, como aparece claro en la advertencia bíblica: Cuando son arrebatados
los cimientos, ¿qué puede intentar el justo? (Salmo 10 -11-, 3).
La esperanza que
fundo en el comportamiento de los jóvenes no es ingenua, candorosa, y no ha de
ser generalizada. Numerosos hechos, conocidos a través de la crónica cotidiana,
muestran a una porción de la juventud, desde la adolescencia, entregada al
delito, al descontrol sexual y al uso de drogas, a la indiferencia ante la
suerte ajena y el valor de la vida humana. La Iglesia ha perdido a esta
multitud, en buena parte sin familia, normalmente constituida, ya que el
matrimonio, aún el mero matrimonio civil, que hasta 1983 era indisoluble según
la legislación argentina, ha cedido su espacio a la vida «en pareja», en
parejas que se suceden una tras otra. La actual situación sanitaria ha dejado
en descubierto la irresponsabilidad y ausencia de conciencia social de jóvenes
que convocan por Facebook, Instagram o Tinder, fiestas clandestinas multitudinarias
que desafían toda vigilancia e intervención de las autoridades. Una recta
inquietud pastoral debería enfocarse a poner remedio a estos males básicos, en
lugar de divagar sobre cuestiones secundarias que dependen de aquellos. La
misión eclesial es anunciar a Jesucristo, a predicar la conversión en su
Nombre, con los ojos puestos en el futuro, en el Reino de los Cielos.
Vuelvo, para
concluir esta reseña, a la calamidad de la ley abortista, que no debe quedar
así, ya que es indiscutible su inconstitucionalidad. La Justicia no puede, sin
negarse a sí misma, dejar pasar semejante violación del derecho y de las
instituciones de la República; debe resistirse a su colonización por el poder
político. Los eufemismos «interrupción voluntaria del embarazo» (IVE), o
«interrupción legal del embarazo» (ILE) intentan disimular el asesinato de los
más pobres, de los inocentes niños por nacer. Causa enorme dolor ver la
algazara de tantas mujeres, jóvenes muchas de ellas, que reivindican un
presunto derecho de desprenderse del fruto que han concebido; constituye un
triste espectáculo de frustración social. No advierten que por su condición
femenina merecen el nombre de Eva, Madre de los vivientes. Aludo al pasaje
bíblico de Génesis 3, 20: «el hombre dio a su mujer el nombre de Eva, por ser
ella la madre de todos los vivientes». Eva es en hebreo Jawwáh, término
relacionado con el verbo Jayáh, vivir.
Al gobierno que ha
dado ese paso de terrible atrevimiento, le queda por inferir a la Nación una
última calamidad: la ley que autorice la eutanasia, para liquidar a los
enfermos terminales y a los molestos ancianos que no se deciden a morir y
causan por ello enormes gastos y no reportan ningún beneficio. Otro eufemismo:
«muerte por piedad», «buena muerte» (del griego eu=bien, thánatos=muerte); la
«piedad» consistiría en poner fin a los sufrimientos del enfermo que sufre
gravemente o padece una disfuncionalidad dolorosa que lo menoscaba. Una cultura
atea como la propiciada por el actual gobierno, es incapaz de valorar el
sentido misterioso de la cruz de Jesucristo, que ilumina y transfigura todo
dolor humano. ¡Ya se les ocurrirá ese último disparate si el Señor no se los
impide, si no lo remedia antes! Dios es grande, y un misterio la unión en Él de
la misericordia y la justicia. De Él nadie se burla impunemente.
Héctor Aguer
Académico de Número de la Academia Nacional de
Ciencias Morales y Políticas.
Académico correspondiente de la Academia de
Ciencias y Artes de San Isidro.
Académico Honorario de la Pontificia Academia
de Santo Tomás de Aquino (Roma)
Jueves 4 de febrero de 2021.
Primer Jueves de Mes.-
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