cómo fueron los
combates del 2 de abril en Malvinas
“Volvería a jugarme la vida por la patria”
La
hora “H”, cuando todas las unidades atacarían en forma coordinada, se había
establecido para las 6:00.
Hugo Martin
Infobae, 2 de
Abril de 2022
El 1 de abril de
1982, exactamente a las 21:18, 84 comandos anfibios y buzos tácticos de la
Armada se zambulleron en dos kayaks y botes de goma desde el buque ARA
Santísima Trinidad, que había detenido sus motores, hacia la oscuridad de la
bahía Enriqueta. Iban camuflados y bien pertrechados: cada uno llevaba las
granadas que podía acarrear y 1500 municiones para su fusil. Iban al mando del
capitán de corbeta Guillermo Sánchez Sabarots y su segundo, el capitán de
fragata Pedro Giachino. Intentaron el desembarco en un pequeño arroyo llamado
Mullet Creek, pero los cachiyuyos -una suerte de algas- se enredaban en los
botes. Lo hicieron en la zona de Lake Point, a la que bautizaron “Playa Verde”.
El primero en pisar suelo malvinense fue el capitán de fragata Carlos
Cerqueira. Se aseguró la zona y se colocó una señal infrarroja. Entre el grupo
que arribó en los 20 botes restantes se encontraba Horacio Nuñez. Tenía 24
años, era Cabo 1°, llevaba seis dentro de la Armada y participaba del curso de
comando anfibio cuando fue convocado, sin saberlo, a la Operación Virgen del
Rosario.
Cuarenta años
después, Nuñez está en Ituzaingó, Corrientes, donde nació. Tiene, en su brazo
izquierdo, un enorme tatuaje: las islas pintadas de celeste y blanco y un ancla
cruzándolas. Este verano peleó otra guerra, esta vez contra el fuego. Pero su
paso breve y decisivo por Malvinas será eterno. La tensión, para él, llegó
desde el primer momento que bajó del bote, munido de su FAL, con cuatro
granadas de mano y dos antitanque en el arnés y munición a granel en la
mochila: “Habíamos atravesado una tormenta y yo me mareaba. Además la turba es
acolchada. Así que cuando bajé a la isla era como que iba caminando en el aire,
aunque la mochila era bastante pesada. ¡Pero no sabía si era la turba o si era
yo!”.
Nuñez habla bajo,
es sincero hasta para admitir sus propias debilidades, no hay estridencias en
él. Ni tiene falsa modestia ni vende un Rambo. A veces tensa los músculos
cuando un recuerdo fuerte lo atraviesa. Tiene los mismos ojos achinados que en
la famosa fotografía que ilustró la recuperación de las islas. Sólo una barba
candado y el pelo raleado delatan que ya son cuatro las décadas que
transcurrieron. Y su propia historia: está casado con Ana María. tiene un hijo,
Nahuel Horacio y cinco nietos: Mayte, Ian, Nahomi, Máximo y Lucille. Se retiró
de la Infantería de Marina hace 11 años y vive en Bahía Blanca.
El 28 de marzo
embarcó en el destructor Santísima Trinidad en Mar del Plata. A pesar que la
reconquista de las islas lo tomó por sorpresa, según dice, habían entrenado
duro en Sierra de los Padres poco antes, lo que luego descubrió como un
indicio. “Hicimos una semana de instrucción con navegación nocturna,
supervivencia. Para nosotros era algo normal. Pero si van al terreno, van a ver
que esa zona, cerca de Balcarce, es muy parecida a Malvinas, excepto que hay
árboles. Y el clima, por supuesto. Pero las piedras, cómo caminar de noche y
esas cosas, nos ayudaron…”, cuenta.
Ya en plena
navegación, los comandos anfibios y los buzos tácticos pensaban que iban a
Tierra del Fuego “por el despliegue, y porque en el 78 estuvimos muy cerca de
la guerra con Chile por el Beagle, pensamos que era por ahí la cosa. Nunca
imaginamos Malvinas. Pero cuando recibimos la orden que íbamos a recuperar las
islas, hubo una algarabía total en toda la tripulación”.
Cómo tomaron el
cuartel inglés de Moody Brook
El paso del tiempo
va aguando la memoria. Nuñez no recuerda la fecha exacta en que se enteró del
verdadero destino. “El 30 habrá sido… Se que se modificó el día porque los
ingleses se habían enterado del desembarco y nos estaban esperando. Digo esto
porque el coronel Seineldín tenía como objetivo la casa del gobernador, pero en
su sección la mayoría eran conscriptos. Entonces cambiaron. A él le ordenaron
que tome el aeropuerto y al capitán Giachino la casa del gobernador. Nos
dividimos en tres grupos: el otro, en el que estaba yo, tenía como objetivo a
Moody Brook”.
En efecto, el 30
de marzo la inteligencia británica alertó al gobernador de las islas, Rex Hunt,
la inminencia del ataque. Los Royals Marines, cuyo cuartel general estaba en
Moody Brook -a unos 4.5 km de Puerto Argentino-, se prepararon para defender
las islas. Ya el 1 de abril, el faro fue apagado y las radiobalizas del
aeropuerto local dejaron de funcionar. Por la noche, la oscuridad total recibió
a Nuñez y los comandos anfibios. Apenas la mortecina luz de luna dejaba
adivinas las siluetas. Eso, y los visores infrarrojos que usaban los destacados
en la vanguardia. “Ser un comando significa formar parte de las fuerzas
especiales, se necesita mucho carácter, mucha instrucción, mucho estado físico.
Nosotros, dentro de nuestras habilidades, tratamos de desarrollar el oído, el
olfato y el tacto, porque en la oscuridad nos desplazamos. Nos ayuda al tocar
algo que no vemos. A oír voces y movimientos. Y a oler. Cuando uno está en
territorio enemigo, éste puede estar oculto, pero come, y la comida se huele.
El que está acostumbrado a estar en el campo, olfatea la comida. Y entonces,
algo hay ahí…”, dice, y entrecierra los ojos.
En Lake Point se
dividieron. El capitán Giachino y sus hombres marcharon a tomar la casa del
gobernador. El capitán de corbeta Sánchez Sabarots y los suyos -entre ellos
Nuñez- partieron rumbo a Moody Brook, donde pensaban que estaría la mayor
resistencia. Empezaron a caminar cerca de las 23 hs. Lo hicieron “en sigilosa”,
como dice el veterano comando. Casi sin hablar ni hacer ruido, llegaron al
cuartel británico después de caminar unas cuatro horas. Allí, el diablo casi
mete la cola. Y el diablo pudo ser Nuñez. “Estábamos en posición para pasar al
asalto en sí, hacíamos las últimas coordinaciones, y mi reloj empezó a sonar.
Yo todos los días ponía el despertador a las 5.30 de la mañana, era automático.
Pero no sonó mucho tampoco. Pero ese pip pip que hizo, parecía que se había
escuchado… no sé. Lo oí, y menos mal que no tenía los guantes colocados, así
que lo pude apagar rápido. Si llego a tener los guantes, ¿cómo hacía?”. Ahora
sonríe Nuñez. Y cuenta que el reloj, un Casio, todavía funciona y lo tiene en
Bahía Blanca.
La hora “H”,
cuando todas las unidades atacarían en forma coordinada, se había establecido
para las 6:00. En Moody Brook, la
acción fue rápida. “Ya teníamos los distintos grupos para tomarlo y fuimos
haciendo un movimiento de pinzas, así (ilustra con las manos)... Había tres o
cuatro soldados ingleses y cuando vieron que los rodeamos, hicieron un par de
tiros como para amedrentarnos y escaparon. Se fueron porque no había forma de
detenernos, nosotros éramos muchos”. A continuación, el capitán de corbeta
Sánchez Sabarots y el suboficial mayor Guillermo Rodríguez izaron por primera
vez la bandera argentina en el cuartel de Moody Brook.
Donde sí se
combatía duro era alrededor de la casa del gobernador, en el extremo este de
Puerto Argentino. Desde Moody Brook, a 40 minutos a pie de allí, Nuñez y sus
compañeros percibían lo que sucedía a la distancia. “Escuchábamos los disparos
y veíamos la munición trazante. Veíamos cómo se estaba luchando. Cómo se defendía
la casa. Y bueno… La misión nuestra era la recuperación de Moody Brook. Y el
capitán Giachino tomar la casa… pero se le hizo pesado. No se entregaban, así
que fuimos en apoyo del capitán Giachino”, recuerda.
En el camino
tomaron tres prisioneros. Los llevaron a donde estaba el comandante de la
agrupación, que se hizo cargo. Ellos siguieron la marcha hacia el pueblo.
“Llegamos a la casa del gobernador con Batista (Jacinto Eliseo Batistal). Él
era Cabo Principal y yo Cabo 1º, así que me dijo ‘vos andá por el frente que yo
me voy por atrás’. Ahí nos dividimos. Atrás, él tomó prisionero a un grupo de
soldados ingleses, que es la famosa foto donde salen con las manos levantadas.
Yo me fui por el frente, donde encontré unos soldados ingleses”.
El combate de la
casa del Gobernador
En ese momento,
por primera vez en su vida, Horacio Nuñez vio a la muerte frente a él. En la
punta del cañón de un fusil inglés. “A nosotros nos enseñan a tener respeto y a
superar el miedo. Una vez que se logra eso, parece que uno no le teme a nada,
pero no es así. Uno tiene miedo, pero sabe dominarlo. Yo siempre respete lo que
fuera: a saltar en paracaídas, a meterse al agua. Es decir, no porque sepa
nadar me voy a mandar al agua como sea. A todo hay que respetar”, señala con
simpleza y sabiduría. Lo que vivió, define, fue “un momento tenso”. “Venía
agazapado detrás de una ligustrina, llegué a unos 30 metros, o quizás menos, a
20 metros de la casa y en el jardín vi a un soldado apuntando hacia mi derecha.
Me escondí, saqué el seguro del fusil y cuando me paré, le apunté. Cuando lo
hice, me mostró la mano así (muestra la palma). Pero él no me estaba apuntando
a mí. Me miraba, pero el fusil iba para otro lado. Le hice una seña con el
fusil para que se pare y él miró hacia el costado. Yo hice lo mismo y vi que
había dos ingleses que si me apuntaban, no recuerdo si con una ametralladora o
un fusil. Cuando los vi, me volví hacia ellos, les apunté y bueno, levantaron
las manos. Les hice señas, se pararon. De atrás de otras plantas aparecieron
otros más, y se fueron rindiendo. Los llevé a la calle frente a la casa del
gobernador y los hice tirar cuerpo a tierra por mi seguridad. Yo estaba solo,
mis compañeros no habían llegado todavía”.
Esa mañana le
deparaba un duro golpe todavía. El único muerto argentino de la Operación
Virgen del Rosario fue el Capitán Pedro Giachino. “Mi ídolo”, dice Nuñez.
También cuenta que al inicio de la batalla, cuando llegó desde Moody Brook, vio
su cuerpo tirado, sin saber que era él. “No fui a socorrerlo primero porque no
sabía quién era. Segundo, no sabía si estaba muerto, vivo… lo vi tirado,
acostado. E imaginé que si alguien estaba ahí era porque estaba custodiado bajo
el fuego de los ingleses. Seguí haciendo lo que debía, ir al frente de la casa
del gobernador. Pero sí supe cuando lo llevaron, cuando me llegó la información
que era el Capitán Giachino al que estaban levantando… Me dio una bronca,
quería patearle la cabeza a los ingleses que tenía ahí abajo, pero bueno, teníamos
orden de no tocarlos…”. Y se siente en el aire que la bronca perdura.
Junto a Giachino,
a dos metros de él, cayó herido el teniente de fragata Diego García Quiroga,
que recibió tres disparos de diferentes fusiles: uno en el brazo, otro en el
cuerpo y al tercero se incrustó en un cortaplumas suizo que colgaba de su
cinturón. Fue el primer efectivo que atendieron en el hospital de Comodoro
Rivadavia. El cabo 1º Ernesto Urbina, que como enfermero corrió a auxiliarlos,
fue el segundo herido del combate.
La muerte del
Capitán Pedro Giachino
Para Nuñez,
Giachino era “el jefe, el cabeza. Siempre estaba al frente de todo, era un
referente para nosotros. Si había que hacer algo, él no tenía problema. Él se
tenía que sacrificar, lo hacía primero. Daba una orden, él era el ejemplo. Y el
ejemplo a seguir. Por la forma, por su carácter, por la buena persona que era”.
Y se queda en silencio, mirando al vacío. O a 40 años atrás.
Después que los
Royals Marines se rindieron, vino la calma. Y ahí llegó el click, la foto, la
imagen de Nuñez sonriendo, con cuatro granadas colgando de su cuello y la cara
camuflada con pomada negra. Una imagen a la que intentó escapar: “Vi venir al
fotógrafo adonde estaba yo. Lo entré a esquivar para no salir. En un momento
dado hablo con un compañero y le digo ‘fijate, este muchacho me viene
siguiendo’. Lo tenía atrás mío. Y me dice, ‘¿quién, mostrame?’ Me dí vuelta
para señalarlo y lo vi apuntándome con la cámara, por eso mi sonrisa… Estaba
distendido, después de haber pasado esos momentos de adrenalina a full. Estaba
más relajado. Para mi fue muy importante esa foto: mi señora, que en ese
momento era mi novia, se enteró que estuve en Malvinas porque la vio. Y los
periodistas vinieron a Corrientes para hacerle una entrevista a mi mamá”.
Después de la
recuperación, los comandos anfibios regresaron al continente. Nuñez no volvió
nunca más a Malvinas. “A los ingleses les quitamos el armamento, los tomamos
prisioneros, los llevamos a un lugar descampado. Ellos podían hablar, fumar,
comer, no estaban esposados. Estaban libres, digamos. Al jefe se les preguntó
quiénes estaban en el pueblo y quiénes en Moody Brook. A estos se les autorizó
a buscar sus pertenencias, sus documentos. Cuando estuvieron todos se los
embarcó en un avión rumbo a Montevideo. Y a nosotros nos llevaron al
continente. Ya en ese momento el Ejército se había hecho cargo de la conducción
de la ciudad”.
Nuñez no tiene
encono con los ingleses que combatió. “Para mí el inglés no es un enemigo.
Ellos deben pensar, al igual que nosotros, que las islas Malvinas les
corresponden. Y como nosotros, lucharon. Las recuperamos y lamentablemente
después las perdimos. El soldado pelea por su patria. Pero nosotros, los
argentinos, nunca invadimos ningún país. Siempre nos defendimos. Desde la época
de San Martín que nos liberó. Pero al soldado inglés no le tengo bronca ni
rencor”.
Los comandos de
Infantería de Marina regresaron a Mar del Plata. Un grupo regresó más tarde a
las islas: entre ellos los del Batallón de Infantería de Marina 5, algunos de
artillería de campaña e ingenieros anfibios que colocaban minas. El resto de la
guerra, Nuñez estuvo en Río Gallegos. “Permanecí allí junto a un grupo de
comandos. Ahí nos enteramos de lo que sucedía en las islas. No fue fácil.
Sabíamos que estábamos perdiendo, sabíamos que el Ejército no podía. Dos veces
estuvimos en el aeropuerto para embarcar y volver. Primero para hacer un
contraataque. Suspendieron el vuelo porque íbamos en un Fokker y ya no se podía
aterrizar los aviones nuestros porque el espacio aéreo ya estaba dominado por
los ingleses”. El 14 de junio, día del cese de fuego, lo encontró lejos Puerto
Argentino.
Después de la
guerra tampoco volvió a las islas. Dice que “hasta que no esté flamenando la
bandera argentina, no voy a regresar. Excepto que vayamos a recuperarlas. Sin
dudas, volvería a poner en juego mi vida por la patria”.
A su regreso, dice
“tuve suerte de tener a mi familia cerca. Después de la guerra, si uno no se
apoyaba en la familia, se sabe lo que pasó. Tuve compañeros internados por
brotes psicóticos, algunos se hicieron alcohólicos, otros empezaron con la
droga… Encontraron un vacío, porque a nosotros la sociedad nos dio la espalda.
Eso se supera con la familia, la gente que está atrás de uno, que no te da
tiempo a deprimirte, que te da responsabilidades que cumplir. Eso te mantiene
vivo. Pero no se supera la guerra. Lo que podemos hacer es contarla. Si no lo
hacemos nosotros, ¿quién? Fuimos los protagonistas, los que la vivimos. A veces
me invitan a dar charlas en escuelas, o como en Merlo, a un grupo de
motoqueros. Y es una satisfacción que la gente se entere que somos soldados y
estamos para defender la patria. No tenemos otra misión”.
Lo que no puede
hacer, a veces, es evitar llorar por Malvinas. “Si, lloro, las siento. Yo creo
que algún día, de alguna forma, las Malvinas van a volver a ser argentinas.
Seguramente no a través de la guerra. La historia lo dirá: son argentinas y a
eso no hay forma de negarlo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario