POR SEBASTIAN
SANCHEZ
La Prensa,
29.05.2022
A cuarenta años de
la Gesta, la progresía vernácula -de izquierda o derecha, pero siempre atenta a
mellar glorias y denostar héroes- ha redoblado esfuerzos por hallar nuevos tópicos
desmalvinizadores. Así, nos ha crecido una "perspectiva de género" de
la guerra -para la cual se usufructuó aviesamente el recuerdo de las cinco
valientes mujeres que participaron en ella- y se pretendió imponer el espectro
de nuevos monstruos, retoñados en el caletre de algún logista con pasantía ad
honorem en el Foreign Office. Entretanto, la "política" teatralizó un
mohín compungido, agradeció a los veteranos "por habernos traído la
democracia", y siguió con su entusiasta y proverbial tarea: convertir todo
lo que toca en lodo.
Sin embargo, este
significativo aniversario ha demostrado que, pese a todo, Malvinas es causa
nacional. La comunidad argentina conmemora hoy la Gesta con renovado interés,
respeto, admiración y no poco sentido de lo patrio, lo cual -tras cuatro
décadas de desmalvinización campante y rampante- no es poco. De hecho, quizás
sea el primer aniversario conmemorado con tanto empeño por los argentinos de
bien que, a Dios gracias, abundan por doquier.
Pero aún queda
mucho por conocer acerca de la guerra, no poco por investigar y por consultar a
los veteranos que caminan entre nosotros, bien dispuestos a transmitir la forma
de la guerra que libraron por la patria. Entre tantas cosas superficialmente
vistas se encuentra la participación de España en la Gesta.
Claro está, no
hablamos del Estado español, que por esos años andaba enredado en
"transiciones", destapes democráticos y borbónicos negociados. No. En
1982 el Estado de España -con Leopoldo Calvo Sotelo como cara visible- se
empeñó en no contrariar a los ingleses, declarando que la cuestión de Gibraltar
"era distinta y distante de la de Malvinas". Argumento este arduo de
sostener pues el Peñón es "territorio británico de ultramar", al
igual que las Malvinas, así consideradas desde 2010 por el Tratado de Lisboa,
que firmó Rodríguez Zapatero (y toda Europa) con el atronador silencio de la
diplomacia argentina. "Cosas veredes que no crederes, amigo
Sancho...".
Al nombrar a
España, decimos la multitud de bien nacidos que advierten que, pese a todo,
nuestras patrias continúan unidas por los lazos trascendentes de la lengua, la
fe y la cultura. Nombramos a aquellos españoles que saben, al igual que
nosotros, que el "argentino reino" (no ya la entidad político
territorial denominada Virreinato del Río de la Plata) en muchos sentidos sigue
siendo parte inescindible de la Hispanidad.
Es cierto que,
además de españoles, hubo otros extranjeros en la Gesta, que participaron como
voluntarios y en ocasiones con heroico desempeño. Entre otros, cabe recordar al
capitán Asterio Wagata, comandante del Narwal, pesquero destinado a vigilar los
movimientos de la flota británica. Este argentino naturalizado, nacido en
Paraguay e hijo de padres japoneses, marchó a la guerra en forma voluntaria, al
igual que toda su tripulación -o casi toda, pues los marinos chilenos se
retiraron por propia decisión-. Fue Wagata quien, como cuadra a un capitán,
socorrió a su contramaestre Omar Rupp, tras ser mortalmente herido por el
Harrier que los atacó la noche del 9 de mayo. En el Narwal también estaba el
uruguayo Jesús Morales Araujo, quien estuvo en el pesquero hasta el lamentable
desenlace.
UN CAPELLAN
Pero es necesario
detenerse en los españoles que combatieron al Imperio con el mismo ahínco
patriota que tantos argentinos. Vale recordar el caso del Padre Jesús Prieto
Santamarta, capellán de los Halcones de la Fuerza Aérea y puntal de aquellos
pilotos antes y después de cada salida de combate. El Comodoro Pablo Carballo
-el heroico "Capitán Cruz"- recuerda muy bien al cura:
"El nos dio
la más poderosa de las armas, con la cual no temíamos a ninguna fragata: la fe.
El, en su humildad, nos fue enseñando los peldaños que conducen a la luz (...)
¿Cuántos años dedicó este sacerdote a nuestra V Brigada Aérea viviendo a miles
de kilómetros de su país natal -España- y de su familia? Durante la guerra
murió su madre y él no pudo viajar".
Y también es
español el Padre Vicente Martínez Torrens -destacado capellán malvinero- pues,
a pesar de que ha vivido la mayor parte de su vida aquí, no olvida que nació en
Orba, en la Comunidad Valenciana. El ministerio de este sacerdote en las Islas
-como así también sus denodados esfuerzos por "malvinizar" a la
Argentina- son prueba notable de su amor a esta Patria.
Y españoles fueron
varios de los tripulantes del Isla de los Estados, el noble navío mercante
argentino. Y primero entre aquellos, don Rafael Luzardo.
Rafael nació en el
Puerto de la Luz (Las Palmas) en 1920. Muy joven combatió en la Guerra Civil,
en el Ejército nacional, y luego se enroló en la División Azul para marchar al
frente ruso a batallar contra el comunismo. Entonces, a poco de retornar a la
patria, formó familia y decidió "partir a Indias".
En 1949, los
Luzardo viajaron a bordo de un vetusto vapor y se instalaron definitivamente en
Buenos Aires. Durante un tiempo, Rafael probó suerte en distintos empleos hasta
que en 1955 ingresó al Comando de Transportes Navales, la empresa naviera
mercante creada en el seno de la Armada, con el objeto de conectar los puertos
patagónicos. Comenzó su carrera en la marinería como "ayudante de
cocina" y durante muchos años recorrió la costa argentina a bordo de
distintos navíos.
HEROISMO EN EL MAR
Para 1982, Luzardo
ya era jefe de cocina del mercante Isla de los Estados y cuando se les anunció
que el navío marcharía a Malvinas, decidió quedarse a bordo, al igual que todos
sus camaradas. El buque formó parte de la Operación Rosario, el día de la Reconquista,
y durante los primeros cuarenta días de la guerra tuvo una extraordinaria foja
de servicios cumpliendo múltiples funciones.
En efecto, al Isla
de los Estados le cupo la peligrosa tarea del minado de las aguas frente a
Puerto Argentino, como así también el esencial abastecimiento de provisiones a
las distintas unidades distribuidas en las Islas. Justamente a esto último se
dirigía el navío hacia Puerto Howard para llevar provisiones, sobre todo
alimentos, a los soldados del aislado Regimiento 5.
En el anochecer de
aquel infausto 10 de mayo, la fragata inglesa Alacrity detectó uno de los
breves encendidos de la radio del Isla de los Estados, que navegaba en plena
oscuridad, y de inmediato le descargó una andanada de cañonazos que golpearon
sobre la banda de estribor, donde estaba la carga de combustible de aviación,
convirtiendo al mercante en una gigantesca bola de fuego. En la explosión
murieron casi todos los tripulantes del noble buque: veintidós hombres, la
mayoría civiles, entre los que se encontraba el canario Néstor Sandoval,
mayordomo del buque, que se convirtió así en el primer caído español de la
guerra.
A pesar de la
enorme violencia del estallido, algunos tripulantes sobrevivieron y lograron
nadar hasta algunas balsas. Uno de ellos fue el comandante del buque, el
Capitán de Corbeta Alois Payarola, que braceó hasta el bote ocupado por dos
marineros -el propio Luzardo y otro español, Antonio Cayo-. Sin embargo, al
advertir la fragilidad de la embarcación, que no podía contenerlos a los tres,
Payarola volvió a arrojarse a las heladas aguas. Mientras la balsa se alejaba,
impulsada por las impetuosas olas, el comandante escuchó a los dos marinos
españoles, cuyas graves voces cortaban el viento austral al grito de
"¡Viva la Patria!". Luego, tal como narró Payarola, ambos se
hundieron en la oscuridad del Atlántico Sur.
Emilio Samyn Ducó
-por entonces joven subteniente destinado a Howard, donde cayó malamente
herido- fue demudado testigo de la inmensa explosión del mercante y a cuarenta
años recuerda así a sus héroes: "Poca gente puede decir "alguien dio
la vida por mí", yo tengo veintidós hombres que dieron su vida por mí, que
son los del buque Isla de los Estados, que fallecieron viniendo a traernos
provisiones".
Rafael Luzardo
-cuyo sobrino Gustavo combatió heroicamente en el monte Longdon- es reconocido
como uno de los dieciséis héroes de la Marina Mercante. La Nación lo distinguió
con la condecoración "Al Muerto en Combate", otorgada por el Congreso
y, además, un pequeño grupo de islitas del archipiélago, cercanas a la boca sur
del Estrecho de San Carlos, llevan el nombre de "Islotes Luzardo".
Raro ejemplo entre nosotros, aunque digno de imitación, ese de modificar la
toponimia con nombres propios malvineros.
MALVINIZAR LA
HISPANIDAD
Hubo españoles en
Malvinas, tanto como argentinos en la Guerra del Rif y en la
"Cruzada". Del mismo modo, en las jornadas de la Defensa y
Reconquista de Buenos Aires -y también en la Vuelta de Obligado, Quebracho y
Tonelero- argentinos y españoles combatieron juntos, por la misma causa, frente
al mismo enemigo.
Toda la razón le
asistía a Alberto Caturelli cuando enseñaba que es necesario "malvinizar a
Hispanoamérica", procurando llevar a la plenitud la unidad preexistente de
nuestras patrias. Pues bien, del mismo modo es menester "malvinizar"
a España, para que nuestra guerra justa sea piedra basal de la restauración de
la unidad tantas veces malograda.
A propósito, unos
años atrás el ilustre escritor español Juan Manuel de Prada decía bellamente
que "en América, allá donde la sangre de españolas venas se fundió con la
sangre nativa para fundar la raza más hermosa, allá donde nuestra lengua se
hizo dulce y fecunda, todavía queda dignidad. Ojalá esa dignidad vuelva algún
día -¡mediante gozosa transfusión de sangre!- a su desnaturalizada madre".
Pues bien, que esa necesaria transfusión comience por la sangre vertida por
argentinos y españoles en guerra justa contra el vil Imperio, allá en el
Atlántico Sur.
No hay comentarios:
Publicar un comentario