oculto tras la emergencia epidemiológica
Por Diego Fusaro
Tradición Viva,
1-6-21
Apartir de marzo
de 2020, la emergencia como método de gobierno se convirtió en la nueva
normalidad, con la consiguiente normalización de los dispositivos de
bioseguridad activados para hacer frente a la propia emergencia. El estado de
excepción que las dictaduras del siglo XX explotaban -o creaban arteramente- a
nivel nacional para responder a un “estado de guerra” o a un “peligro de sedición”
que exigía un giro autoritario, destinado entonces a garantizar la seguridad en
peligro, se aplicaba ahora a nivel mundial mediante un régimen de verdad
médico-científica sin precedentes. Si las libertades y los derechos exigían ser
restringidos repentinamente, esto dependía de la necesidad vital de responder,
en términos de seguridad y protección, a la amenaza de un “enemigo invisible”
que ya no era, como en la Alemania de Hitler, el “peligro” comunista al que se
culpaba de quemar el Reichstag, sino un virus mortal y desconocido, invisible a
simple vista y, por tanto, siempre potencialmente presente en todas partes.
En apoyo de esta
analogía, aparte de las diferencias (entre las que destaca, en primer lugar, el
ya mencionado carácter global del nuevo golpe de Estado), está el hecho de que,
desde el principio, la contención del contagio se comparó con un nuevo “estado
de guerra” que, en consecuencia, exigía la asunción de una disciplina marcial y
el sacrificio de las condiciones normales de existencia. La remodelación
autoritaria, incluso en el caso del nuevo orden sanitario, se justificaba como
una respuesta obligatoria y sin alternativas a un ataque bélico, aunque fuera
por un virus: la opción política de los grupos dominantes y su tableau de bord quedaba
así legitimada y oculta tras la escenificación de la emergencia epidemiológica
y el discurso médico-científico de referencia.
Entre otras cosas,
la sociedad hedonista de los consumidores de masas, permisiva y centrada en la
idea de la libertad como liberalización individualista del consumo y las
costumbres, había llevado en parte a las clases dominantes a considerarse
verdaderamente libres para hacer cualquier cosa, aunque sea bajo la forma
cosificada del consumo: hasta tal punto que estas clases dominantes se habían
empujado, en los últimos cinco años (2015-2020), no sólo a desafiar
descaradamente el orden del capital globalista (mouvement des gilets jaunes en
Francia, Occupy Wall Street, etc. ), sino incluso a expresarse de forma
obstinada en contra de los deseos del bloque neoliberal oligárquico.
Así se explican,
entre otros, el Brexit (votado en 2016 y aplicado en enero de 2021) y la
victoria de Trump sobre Clinton (2016), el referéndum griego contra la
austeridad de la UE (2015) y el italiano contra la reforma constitucional
(2016), así como la experiencia heteróclita del gobierno “gialloverde” en
Italia (2018-2019), un verdadero experimentum soberanista y populista que no
gusta a todos los sectores de las clases dominantes. Básicamente, entre los
inconvenientes, quizás imprevistos, de la sociedad de consumo hedonista se
encontraba la generación, a modo de efecto secundario, de la creencia en las
clases dominadas de que podían realmente elegir incluso en materia social,
política y económica. Una reorganización autoritaria de la sociedad podría, por
tanto, parecer funcional a una desvitalización a priori tanto del espíritu
antagónico de las clases nacional-populares como de su importante capacidad
para expresar, según los procedimientos de la democracia parlamentaria,
posiciones divergentes y, a veces, opuestas a las del grupo dominante.
En particular, una
población convertida en frágil e insegura, domesticada y convenientemente
aterrorizada por el miedo a infectarse y morir en los atroces sufrimientos de
la “intubación”, habría recelado de atreverse a resistir al bloque dominante y,
por tanto, de intentar comportamientos electorales contrarios a los deseados
por el propio poder: percances como el gobierno verde-amarillo o la elección de
Trump, los chalecos amarillos galos o las formaciones populistas, no deberían
tener lugar en el futuro. La “sociedad señorial de masas”, como la calificó
Luca Ricolfi, fue rápidamente dejada de lado: sólo quedaban las cadenas en los
pies y las manos del polo dominado, muy visibles con encierros y prohibiciones
de reunión. El capitalismo neohedonista de la sociedad abierta se convirtió en
la nueva sociedad autoritaria de los cierres y las prohibiciones de reunión.
Artículo publicado
en italiano en avig.mantepsei.it y traducido por Carlos X. Blanco.
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