DEL LLAMADO LENGUAJE INCLUSIVO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
Por Juan Carlos
Monedero (h)
Lic. en Filosofía
UNSTA
La Prensa,
03.07.2022
Con una medida que
tiene más de oportunismo que de verdadera defensa del Castellano, el gobierno
de la Ciudad de Buenos Aires ha prohibido (los más prudentes dicen
"regulado") la utilización de esa jerga ideológica que algunos
insisten en denominar "lenguaje inclusivo". La medida abarca a las
instituciones educativas de los tres niveles de aquello que se llamó enseñanza,
y habrá sanciones para quienes incumplan la norma.
Por supuesto, la
progresía bienpensante (desde la ultraizquierda trotskista hasta cierto
periodismo antikirchnerista) salió a poner el grito en el cielo ante semejante
"atropello a la libertad": ¿cómo vamos a prohibir algo? La consigna
parece ser Prohibido prohibir, como en el Mayo Francés del "68. Sin
embargo, se trata simplemente de un palabrerío vacuo con el cual pretenden
lanzar arena a los ojos.
En primer lugar,
el progresismo no tiene ningún problema en exigir cierto modo de hablar: en la
comunicación pública quieren imponer los términos interrupción del embarazo. En
los profesorados, fuerzan el vocablo construcción del conocimiento. Al hablar
de la reciente Historia Argentina, los investigadores no pueden no utilizar el
vocablo dictadura. Tampoco están en contra de las sanciones en sí: penalizan a
los médicos que se nieguen a ejecutar abortos, a los padres que protejan a sus
hijos de la ESI, a los docentes que nieguen espacio a la anticoncepción o a la
ideología de género en el aula, etc. Sus declaraciones de ayer, bien
observadas, desmienten sus palabras de hoy.
Esto es lo primero
que hay que decir. Asistimos a una polémica hipócrita, al menos de un lado, ya
que quienes se alarman porque "se va a imponer un modo de hablar" no
tienen problemas en obligar a los demás a hablar de otro modo.
También resulta
cínico que nos quieran hacer creer que "el lenguaje inclusivo" está
logrando naturalmente un consenso, en especial entre los jóvenes, cuando es lo
más forzado y artificial que pueda haber. Se pretende volver moda obligatoria.
Lo fuerzan en los trabajos prácticos de algunos profesorados. Lo deslizan a
través de sentencias judiciales, programas de televisión. Lo dicen los
políticos, hasta el presidente.
Es claro que
estamos ante una escaramuza de la guerra cultural. Por eso no debe ser tomada
en solfa. Al instalar el sonido "lenguaje inclusivo", nos están
forzando a discutir lo obvio.
En efecto, con el mismo desparpajo con que los
agentes del despotismo de género dicen "La biología no nos va a
determinar", Axel Kicillof dijo "Desde España no nos van a decir cómo
tenemos que hablar" (tratándose de él, se nota). Paradójicamente, mientras
dice esto, acepta las imposiciones de escritoras feministas lesboaborteras.
PROVOCACION
El mexicano Miguel
Angel González -magister en Filosofía- explica de forma brillante que el
llamado lenguaje inclusivo ni es lenguaje ni es inclusivo. Es una provocación,
es una declaración de guerra al buen hablar como parte de un discurso político
e ideológico. Se trata de presentar el orden gramatical, la coordinación de
tiempos y modos verbales, el correcto articulado y el uso racional de los
sustantivos como "fascismo". Se trata de una estrategia inspirada en
Cortázar, quien pedía crear numerosos Vietnam en la ciudadela del pensamiento;
es decir, una suerte de guerrilleros lingüísticos que -al escribir y pronunciar
sonidos desagradables para "los burgueses"- realicen una revolución
política desde el lenguaje:
"Seguimos
hablando de hoy y mañana con la lengua de ayer. Hay que crear la lengua de la
revolución, hay que batallar contra las formas lingüísticas y estéticas que
impiden a las nuevas generaciones captar en toda su fuerza y belleza esta
tentativa global para crear una América Latina enteramente nueva, desde las
raíces hasta la última hoja. En alguna parte he dicho que todavía nos faltan
los Che Guevara de la literatura. Sí; hay que crear cuatro, cinco, diez Vietnam
en la ciudad de la inteligencia. Hay que ser desmesuradamente revolucionarios
en la creación, y quizá pagar el precio de esa desmesura. Sé que vale la
pena".
Se trata no sólo
de hablar y escribir para fomentar una revolución sino de hablar y escribir
revolucionariamente. Cambiar el lenguaje para controlar a la gente.
En efecto, esta
jerga "inclusiva" es algo vinculado al poder. Lo dicen ellos:
"El lenguaje inclusivo es profundamente político". Es una pieza de
ajedrez, y sabemos que todas las piezas tienen para el buen jugador una
estrategia. Ciertamente no es una Torre o una Dama pero el lenguaje inclusivo
no deja de ser un Peón: introduce rápidamente esquemas de pensamiento
ideológicos que desarman al oyente. Es artillería de bajo calibre para quienes
procuran cambios culturales. Ellos conocen la sentencia de Wittgenstein:
"Los límites del lenguaje son los límites de mi mente" pero la
aplican al revés ya que quieren borrar las diferencias sexuales, pretenden
suprimir los sexos, en un auténtico atentado contra el orden creado. Lo dijo
claramente el Presidente Alberto Fernández, al defender el uso del lenguaje
inclusivo:
"¿Al estado
le importa el sexo de la gente? (...) Lo que al estado le interesa es
registrarlo (sic) a Alberto Fernández. Saber si Alberto Fernández cumple sus
compromisos impositivos. Eso es lo que le importa. ¿Por qué le importa el sexo?
(...) Esto (el "lenguaje inclusivo"), que algunos ven críticamente,
es un paso que estamos dando que espero que termine el día en que en el DNI a
nadie le pregunten si es hombre, mujer o lo que sea. (aplausos) ¡Es eso! ¡Es
eso! Es eso lo que tenemos que conseguir, es eso lo que tenemos que lograr. ¡Es
eso! ¿Qué le importa al estado? No es lo que necesita saber de sus ciudadanos.
Necesita saber que si son chicos, estudian (.), que tengan un CUIL, que tengan
un CUIT, que paguen sus impuestos. (.) Vamos poquito a poquito, haciendo
posible lo que parecía imposible. El ideal va a ser cuando todos y todas seamos
todes, y a nadie le importe el sexo de la gente".
Nos preguntamos:
¿de dónde sale esta idea?
Posiblemente de la
feminista francesa Monique Wittig que planteaba que las sociedades deberían
eliminar la categoría "hombre" y "mujer". En el retorcido y
macabro planteo de Wittig, "nuestra supervivencia exige que nos dediquemos
con todas nuestras fuerzas a destruir esa clase -las mujeres- con la cual los hombres
se apropian de las mujeres. Y esto sólo puede lograrse por medio de la
destrucción de la heterosexualidad como un sistema social basado en la opresión
de las mujeres por los hombres, un sistema que produce el cuerpo de doctrinas
de la diferencia entre los sexos para justificar esa opresión".
Para esta Wittig,
las categorías hombre-mujer son políticas y económicas pero no naturales:
"no sólo no existe el grupo natural "mujeres" (nosotras las
lesbianas somos la prueba de ello), sino que, como individuos, también
cuestionamos "la-mujer", algo que, para nosotras -como para Simone de
Beauvoir- es sólo un mito" dado que "lo que creemos que es una
percepción directa y física, no es más que una construcción sofisticada y
mítica".
Más aún, Wittig
propone una conciencia lesbiana: "Tener una conciencia lesbiana supone no
olvidar nunca hasta qué punto ser "la-mujer" era para nosotras algo
"contra natura".". Por eso, "Nos levantamos para luchar por
una sociedad sin sexos; ahora nos encontramos presas en la trampa familiar de
que "ser mujer es maravilloso"" (.) Utilizar eso de que "es
maravilloso ser mujer", supone asumir, para definir a las mujeres, los
mejores rasgos (¿mejores respecto a quién?) que la opresión nos ha asignado, y
supone no cuestionar radicalmente las categorías "hombre" y "mujer",
que son categorías políticas (y no datos naturales)". Wittig lo dice con
toda claridad: "Nuestra lucha intenta hacer desaparecer a los hombres como
clase, no con un genocidio, sino con una lucha política. Cuando la clase de los
"hombres" haya desaparecido, las mujeres como clase desaparecerán
también".
La feminista
francesa reproduce una cita de T. G. Atkinson, según la cual "Si el
feminismo quiere ser lógico, debe trabajar para obtener una sociedad sin
sexos". Y remata finalmente: "el surgimiento de sujetos individuales
exige destruir primero las categorías de sexo, eliminando su uso, y rechazando
todas las ciencias que aún las utilizan como sus fundamentos (prácticamente
todas las ciencias humanas)". Con el uso del llamado lenguaje inclusivo se
niega lo real para dar lugar a lo que no existe: supuestas identidades de
género.
Lo que se busca
con el "lenguaje inclusivo" es justamente -en el parpadeo que tarda
escuchar un sonido o leer una palabra- impulsar la ideología de género con toda
su lista interminable de seudo identidades sexuales, binarias, etc. Sin
embargo, puesto que no existen "personas no-binarias" no hay nada que
visualizar. El "lenguaje inclusivo" no tiene objeto, no remite a nada
real.
Labvrenti Beria
-formador de comunistas desenmascarado por Kenneth Goff en los años 50"-
decía claramente que los agentes del socialismo en Occidente tenían un Objetivo
Número Uno: "Producir el caos máximo en la cultura enemiga es nuestro
primer paso más importante". Al corromper las entrañas del idioma, se
rompe la comunicación con los demás y se levanta una barrera que dificulta el
acceso al patrimonio histórico y cultural. Si las sociedades ignoran su pasado,
también desconocen quiénes son. Al atentar contra el lenguaje, por tanto, se
quebranta la identidad de la población.
REVOLUCION
Estamos ante una
herramienta más dentro de la Revolución Mundial Anticristiana: así como en la
novela "1984" de Orwell, se desea imponer un nuevo vocabulario para
dominar la mente.
No es una broma.
Sus difusores lo presentan como algo necesario "para construir sociedades
más justas". Por supuesto que también es una frivolidad e incluso es una
forma de trepar en una sociedad donde se puede escalar rápidamente si uno se
muestra pro-gay, se rasga las vestiduras por los derechos humanos, emite
proclamas a favor de los mapuches, entre otras maneras de ganarse el pan. En
efecto, el progresismo juega con la cancha inclinada, los oportunistas lo saben
y se aprovechan. Pero tiene raíces más profundas.
En esta época en
que nos intentan convencer, generalmente a palos, de que la maternidad es
"una construcción cultural", de que ser esposo, amar a una mujer,
andar bien vestido y no como un desarrapado, procurar formar una familia, amar la
patria y adorar a Dios son "construcciones culturales", dejemos
estampado que lo que realmente es una construcción cultural es esta superchería
de género.
En efecto, como
dice González, citado más arriba, el llamado lenguaje inclusivo "no es
otra cosa que la alteración gráfica y fonética de la terminación de algunas
palabras de nuestro idioma español". Y sentencia: "A lo mucho se
trata de unas 20 pseudopalabras: no pueden hacer en conjunto un sistema capaz
de servir para una comunicación humana adecuada y efectiva".
A fin de volver al
sentido común y salir del pantano de las ideologías, reiteremos algo elemental
pero olvidado: sólo las personas pueden "incluir".
Los lenguajes no
incluyen. Ser inclusivo corresponde a las personas que usan lenguajes y no a
los lenguajes mismos. Por otro lado, también cabe preguntarse si todo acto de
inclusión es per se bueno. Suena bien -porque es demagógico- cubrirse con el
agua bendita de la inclusión, pero no deja de ser una palabra talismán que no
tiene ningún significado hasta que se defina concretamente qué es lo que se
quiere incluir.
Por eso, sostener
que al pronunciar "hombre" se oculta, se invisibiliza o se
descalifica la realidad "mujer" resulta totalmente absurdo. El
desprecio a la mujer tiene mucho más que ver con prácticas habituales, y hasta
rentables hoy día, como la mercantilización de su cuerpo, el alquiler de
vientres, el genocidio del aborto, el desprecio a su femineidad, el hacerla
trabajar para que no pasen tiempo con sus hijos, la sociedad de consumo que
utiliza su imagen para vender un producto, etc. Si antes la mujer tenía un
valor, hoy tiene un precio. Pero de esto no habla casi nadie.
Cabe decir,
además, que los agentes del género se escandalizan por las supuestas
invisibilizaciones de la mujer mientras hacen desaparecer (y no sólo en el
discurso) a la persona por nacer. Por eso IPPF ha recomendado no utilizar la
palabra "bebé", "niño". Tampoco "padre, madre,
hijo". Se prefiere feto, embrión, pre embrión, producto de la concepción,
bolsa de células.
Los agentes de la
ideología también invisibilizan a los defensores de la vida por nacer, a los
críticos de la "moral progre", a las personas que se ofrecen a
adoptar para evitar abortos, a los católicos que realizan obras de caridad con
los pobres, a los jueces y abogados provida, a los sacerdotes decentes, a los
obispos combativos, a los cardenales recios.
Por este tipo de
paradojas, es que González rebate: ¿cómo se puede decir que el lenguaje
"normal" invisibiliza a la mujer si justamente el lenguaje normal se
usa para visibilizar la supuesta invisibilización de la mujer? El lenguaje
inclusivo no nos ha dado la palabra "mujer" ni el neologismo
"invisibilizar".
En el colmo de la
demencia, si decir "sean todos bienvenidos" invisibiliza a la mujer,
entonces (disparate por disparate) cuando se dice "todos, todas y todes
sean bienvenidos", una persona podría decir que se siente invisibilizada
porque no se ha pronunciado su nombre personal. Introducir una "x"
donde debería ir una vocal es tan arbitrario como introducir un "?"
-o cualquier otro signo- donde debería ir una consonante. Si es posible
"nosotrxs", también sería posible "no?o%)os". Más aún, dice
González: si una consonante puede sustituir una vocal, ¿por qué una vocal no
podrá sustituir una consonante? Si puede escribirse "nosotrxs",
también sería válido "onosrtsx" o "pkrtyhsl".
Por eso, concluye
el mexicano, el llamado lenguaje inclusivo "no es realmente una propuesta
digna de tenerse en cuenta: para que un discurso sea serio ha de tener que
definir los propios términos como un prerrequisito metodológico mínimo,
mientras que estos ideólogos no dan definiciones claras y precisas de sus
propios términos".
Y no las tienen
porque justamente estos sonidos (nos resistimos a darles la entidad de
palabras) carecen de propósito semántico. Son provocaciones. No se busca decir
algo. Se busca una reacción en el oyente. De hecho, "todes" o
"todxs" no significan nada: en efecto, si significaran algo distinto
de "todos" no servirían para remplazar la palabra "todos".
Si su significado no es el mismo que el de "todos", no pueden
sustituir a "todos".
SUBVERSIVO
El lenguaje
inclusivo no es otra cosa -como bien dice González- que "la violación
deliberada y a propósito de una norma". Sencillamente, es como querer
comer tallarines con las manos "para no cumplir con la norma urbana de
comerlo con cubiertos". Luego viene la justificación para cometer la
falta.
No pensemos que se
trata de algo cómico. Es subversivo, como los hábitos del Che Guevara que
permanecía sin bañarse durante semanas -fue apodado como el chancho- para no
mantener la higiene propia de "los burgueses y capitalistas".
Del mismo modo que
destruir una pintura no es hacer arte, desfigurar una palabra no es crear un
nuevo lenguaje. No existe el lenguaje inclusivo, existe un grupo de palabras
distorsionadas y mal empleadas. Porque el inglés -para definir sus palabras-
usa del inglés; el español -para definir sus palabras- usa del español. Pero el
supuesto lenguaje inclusivo recurre al idioma español para expresar sus
seudodefiniciones contra el idioma español. Al igual que los intelectuales que,
para atacar la filosofía, tienen que filosofar.
Ahora bien, si
todo esto es tan falso, absurdo, incongruente, ridículo y hasta patético, ¿de
dónde viene su fuerza?
Creemos que su
energía le viene del poder discursivo que posee cualquiera que se autodenomine
"defensor de las minorías sexuales". Atropella porque hay muchos que
no tienen la valentía, el ánimo o el interés en discutirlo y poner un freno.
Avanza también porque esta jerga actúa como contenidos de forma subliminal,
enmascarados, de contrabando.
Según González,
"los ideólogos del género distorsionan el lenguaje normal y modifican los
significados de sus términos para sostener discursivamente lo que repugna al
buen sentido común".
Son palabras que
no existen que pretenden remitir a cosas que en realidad tampoco existen. Por
eso, no es que la sociedad, como dicen algunos, "va hacia el lenguaje
inclusivo". A la sociedad la llevan con la presión de los medios de
comunicación: se viene desatando una auténtica guerra psicológica. Han logrado
imponer el tema en la agenda pública. No es siquiera debatible: no es que
deberíamos estar en contra. Es algo de lo que no se debería siquiera hablar. Y
evidentemente, al hacerlo se tapan muchos otros asuntos.
Está demostrado
que esta jerga constituye un verdadero obstáculo para el aprendizaje, es una
traba para la lectoescritura. Los últimos resultados de lectura comprensiva
para alumnos de la Ciudad de Buenos Aires fueron desastrosos. Por otro lado, en
Francia está prohibido el uso del lenguaje inclusivo.
Entendamos que
esta forma de hablar y escribir no garantiza ningún derecho, no es ninguna
defensa de las minorías sino pura gimnasia ideológica revolucionaria.
Quizás lo más
dramático de todo esto es el insulto a la inteligencia que supone problematizar
lo obvio. A decir verdad, no necesitamos un largo análisis para darnos cuenta
de que "el lenguaje inclusivo" no merece otro calificativo que el de
escoria ideológica.
Finalmente, estas
estrategias se pueden detener si se tiene conciencia de las mismas. La primera
condición para librar una guerra es saber que se está produciendo. Por eso, en
nosotros está poner un freno. ¿De
qué modo? Ante todo, conociendo y estudiando en profundidad la riqueza de
nuestro idioma castellano. Refinemos el lenguaje utilizando vocablos que
correspondan a un registro más alto: textos litúrgicos, manuales escolares,
discursos, etc. Evitar no sólo el lenguaje soez sino también la pauperización
de las palabras. No consentir en nuestra presencia el "lenguaje
inclusivo". Difundir las denuncias porque la información que no se
reproduce, no genera impacto.
Hay que fomentar
los buenos libros, los buenos docentes, comunicadores, novelistas, artistas y
los periodistas que hablen correctamente. Recomendar las obras inmortales del
pensamiento, como Apología de Sócrates, Etica a Nicómaco, Confesiones, La
Divina Comedia, Don Quijote, Pensamientos. Los poetas como Lugones, Marechal,
Bernárdez, Pemán; escritores como Shakespeare, Donoso Cortés, Hello, Thibon,
Chesterton, el Padre Castellani, Anzoátegui; cuentos policiales de Agatha
Christie, personajes literarios como Don Camilo, el Padre Brown; músicos como
Figueroa Reyes, Chabuca Granda, conjuntos folklóricos como Los Paz, Los
puesteros, Los del Portezuelo.
Es fundamental
prepararse para resistir la tiranía del lenguaje inclusivo, organizar esta
resistencia, plantear un contraataque cultural, difundir jornadas, cursos y
eventos culturales. Fomentar los buenos colegios, escuelas, universidades e
instituciones pedagógicas. Ya hay miles de personas haciendo esto. Ahora hay
que sumarse a estas iniciativas, por el bien del país y de nuestros hijos.
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