POR JORGE MARTÍNEZ
La Prensa,
26.06.2022
La guerra de
Malvinas no terminó el 14 de junio de 1982. Como suele ocurrir con los hechos
históricos, en especial los conflictos armados, el combate por la interpretación
de lo que sucedió ha continuado desde aquel mediodía triste de hace 40 años.
Sólo que lo hizo por otras vías y con otros objetivos (¿o tal vez son los
mismos?) de hace cuatro decenios. A la derrota siguió, implacable, la
"desmalvinización" que en 1983 pedía el intelectual francés Alain
Rouquié. Es decir, transformar la casi unánime "causa nacional" del 2
de abril en una "guerra absurda" decidida por un "general
borracho".
A comprender ese
proceso destinó Rosana Guber buena parte de su vida profesional. Antropóloga
social, doctora por la Universidad Johns Hopkins, investigadora principal del
Conicet, autora de una decena de libros e incontables publicaciones
universitarias, Guber ha indagado en la llamada "paradoja de
Malvinas". Sus trabajos referidos a los conscriptos movilizados (De chicos
a veteranos, 2004), a los pilotos de caza de la Fuerza Aérea (Experiencia de
Halcón, 2016) o, más recientemente, el que coordinó sobre la Armada en
operaciones (Mar de guerra, 2022), eluden fórmulas y cuestionan ideas arraigadas
en el mundo académico sobre 1982. Se dedicó, según sus propias palabras, a
"entender aquella guerra desde el punto de vista de quienes la
atravesaron". Nada más y nada menos.
HILAR FINO
A 40 años del
conflicto, Guber respondió por correo electrónico la consulta de este diario
acerca de sus investigaciones, los principios que las guiaron y los ecos que
siguen provocando.
-Usted se ha
referido muchas veces a la resistencia o negativa del mundo académico a
estudiar la guerra de Malvinas en tanto guerra. ¿Puede decirse que esa
resistencia obedece esencialmente a un prejuicio ideológico anti-militar?
-A primera vista
así parece, pero hilando un poco más fino aparecen novedades. Salvo
excepciones, que siempre las hay, pienso que el mundo académico no investigó
Malvinas como evento bélico. Lo que me permito revisar es que esto pueda
atribuirse a un prejuicio anti-militar. ¿Cuándo habría comenzado ese prejuicio?
¿Incluiría a los dos primeros gobiernos de Juan D. Perón, un oficial del
Ejército Argentino? ¿Incluiría a los movimientos armados de la segunda mitad de
los "60 y primera de los "70, con sus estructuras y sus operaciones
de orden netamente castrense? Aparentemente, el objeto de prejuicio
anti-militar en los ambientes universitarios serían las Fuerzas Armadas del
"82. Entonces, el problema no sería ser militar sino otra cosa. ¿La
ideología? ¿La posición política? Aquí surge claramente el desafío que nos
presenta Malvinas, porque esas mismas Fuerzas Armadas, las de 1976, fueron las
que decidieron recuperar las Islas Malvinas. Y lo consiguieron por dos meses y
medio, contando con el apoyo del pueblo argentino, los presos políticos, los
exiliados. Estos hechos plantean una paradoja que, como toda paradoja, es
difícil de desentrañar desde posiciones simplistas. No veo que el mundo
académico haya podido ni decidido hacerlo.
-Cuando usted
empezó con sus propios estudios sobre Malvinas, ¿sentía esos mismos prejuicios?
Si fue así, ¿cómo los superó?
-El problema con
la palabra "prejuicio" es que siempre son los demás los prejuiciosos.
Uno sólo tiene "juicios", una posición algo arrogante que no nos
ayuda a comprender el fenómeno. Por mi parte, decidí investigar la guerra de
Malvinas en 1986, y tuve mis primeros encuentros en julio de 1989. Sabía que
emprendía un camino diferente, porque no sabía adónde me llevaba. Mi única
garantía era mi propia disciplina, la antropología, cuya premisa principal
según la entiendo es que no es posible definir los hechos sociales y los
históricos sin comprender cómo los entienden y los viven sus protagonistas. Así
nace la antropología y así la practico y concibo. Por eso me dediqué a entender
aquella guerra desde el punto de vista de quienes la atravesaron. Mi límite no
era el conocimiento de las teorías, sino mi absoluta ignorancia de la materia
militar. En estos años traté de aprender de y con ellos, no opinar ni evaluar.
-¿Cómo es su
relación actual con sus colegas en ciencias sociales o humanidades a partir de
sus críticas a la manera en que abordaron la guerra? ¿Se siente marginada,
respetada, ignorada, valorada?
-Supongo que
muchos colegas, sobre todo mis contemporáneos, no simpatizan con mis trabajos
sobre la guerra, pero asumo que los evalúan con cierto respeto. Como dije, mis
trabajos no evalúan lo hecho en Malvinas; tratan de entender y de analizar. Si
hubiera sido ignorada o marginada, no hubiera podido hacer mi carrera académica
en una institución donde nos evaluamos entre pares. En verdad, nunca pedí que
estuvieran "de acuerdo", sino que evaluaran mi antropología, que en
este caso se aplicó al único hecho bélico que atravesó la Argentina como
principal contendiente en un escenario internacional.
-Ha dicho que la
guerra de Malvinas presenta una paradoja para los investigadores actuales.
¿Cómo definiría en pocas palabras esa paradoja?
-Desde mi punto de
vista, y retomando lo que dije antes, la paradoja de Malvinas es un régimen
(ya) impopular y fuertemente represivo (además de aliado a la OTAN), encarando
una recuperación territorial largamente sostenida por el Estado, por la
sociedad y por la política argentinas. Algunos sectores, aunque no todos,
identifican la causa antiimperialista con una causa nacional y popular. No veo
que ésta fuera la línea adoptada por el régimen iniciado en 1976. Las plazas
llenas y el General Galtieri desde el histórico balcón de la sede del Poder
Ejecutivo Nacional evocaron escenas demasiado familiares en aquel entonces.
Pero la plaza no decía lo mismo que el General, sino que lo empujó a la defensa
militar de las Islas. Es sorprendente que eso es lo que terminó haciendo el
gobierno político-militar, o eso intentó hacer. La paradoja fue experimentada
como una contradicción después del 14 de junio, no durante el mes y medio en
que la concordia predominó en todos los órdenes. Un caso verdaderamente
asombroso de iniciativa política. ¿O no?
LOS SOLDADOS
-Usted ha señalado
varias veces la abundancia de material que podría surgir del estudio del papel
de los conscriptos que combatieron en Malvinas, esos que por décadas quedaron
reducidos a "chicos de la guerra". ¿A qué se refiere exactamente?
-Precisamente, una
de las novedades argentinas de Malvinas fue que por primera y única vez
conscriptos argentinos pelearon en un escenario bélico internacional junto a
sus FFAA. Si se recuerda a los soldados sólo como menores y, además, como
torturados (lo que evoca la figura del "estaqueo"), esa novedad no se
advierte ni analiza. Cuando recién empecé, allá por el 1989, mis interlocutores
me agradecían por ser la primera que no les preguntaba
MATASTE-TUVISTE-HAMBRE-TUVISTE-FRIO. Yo diría que ese tipo de preguntas les
mostró a los mismos soldados que la sociedad no había entendido ni sabía cómo
hablar. Eso dura hasta hoy, cuando un ex soldado de 60 años de edad empieza a
contar sus vivencias y se lo mira con ojos de lástima. La sociedad que había
pedido defender las islas con sus propios hijos, después del 14 de junio sólo
atinó a disimular su activísima participación. Los intelectuales argentinos no
hemos sabido entender ese proceso ni cómo ni por qué construimos nuestras ideas
sobre aquella guerra y sus protagonistas. No hay lugar para siquiera imaginar a
los soldados con la misma edad que algunos de sus jefes inmediatos, tanto
suboficiales como oficiales; no hay lugar para ver su iniciativa para
sostenerse en el combate, ni tampoco para seguir a sus mandos si éstos de
verdad conducían. ¿Por qué hoy se siguen encontrando y abrazando para recordar
y llorar juntos?
-Varias veces ha
señalado que detrás de la renuencia académica a tratar Malvinas se oculta el
designio de "no producir nacionalistas". Me gustaría que ampliara esa
idea.
-Lo digo a partir
de algunas intervenciones de importantes intelectuales argentinos que, tanto en
el pasado como en el presente, han preferido pronunciarse moralmente sobre la
guerra en vez de alentar a su estudio. Pongamos que lo que sucedió en 1982 fue
un brote psicótico nacionalista. ¿Y? ¿No hay que analizarlo? ¿Qué clase de
pensadores somos si moralizamos nuestra historia? Dicho esto sin considerar las
implicancias de nuestras afirmaciones desde la esfera de la política
internacional, sobre un territorio reclamado por la Argentina desde hace poco
menos que dos siglos.
-En los últimos
años se ha intentado abordar Malvinas con "perspectiva de género". Usted
también ha sido crítica con ese enfoque. En cambio ha sugerido investigar a las
esposas o viudas de los militares que combatieron. ¿Qué preguntas se haría si
encarara un trabajo semejante?
-No soy crítica de
la perspectiva de género por sí misma. Se pueden hacer muchas cosas con ella.
El problema es cuando se traslada la agenda masculina a la femenina. ¿Hubo
mujeres en la guerra? Sí. ¿Hacían lo mismo que los hombres? Generalmente no.
¿Las mujeres en la guerra estaban encuadradas en las FFAA? Sí y no. Las mujeres
no somos interesantes porque hacemos lo mismo que los hombres, sino porque
siempre estamos y porque proveemos una perspectiva original. La experiencia
argentina debe ser la única que, salvo alguna excepción, no atiende a las
esposas de los militares. Quizás se asume, gracias a algunas películas, que
ellas vivían a través de las carreras de sus maridos, que eran tilingas ricas y
poderosas y que llevaban una vida fácil. Pero la realidad es muy otra. Tan
jóvenes, en los barrios militares, de pronto sin sus maridos, y en muchos casos
reemplazando la relativa contención institucional con sus amigas, vecinas,
comadres, en relaciones solidarias, fuertes, apoyándose en las cadenas de rezo,
averiguando una por las demás, pasándose información, cuidando a los hijos de
las demás. Ellas esperaban y hacían. Las había profesionales, docentes, amas de
casa. Tampoco ellas querían la lástima. Algunas perdieron al amor de sus vidas
y al amado padre de sus hijos. Algunas se reencontraron con la misma persona
pero diferente. Y no sólo las esposas. También las hermanas, las madres, las
novias, las amigas y las hijas. ¿Qué sabemos de todas ellas? Poco y nada. Esto
me hace pensar que lo que suele llamarse "perspectiva de género", al
menos en la Argentina, suele tener el efecto contrario al que busca, porque no
reconoce a las mujeres de entonces por propio mérito, sino por haber cumplido
en labores militares, que ciertamente las hubo. La perspectiva de género no
parece aplicarse a mujeres cuidando a sus hijos, la casa o el departamento, y
esperando la conexión telefónica de la operadora o el comunicado de radio. Así
postulada, la perspectiva de género no puede reconocer la originalidad y
pluralidad de las mujeres de entonces. Una mirada bastante poco feminista.
LUGARES COMUNES
-¿Cómo evalúa el
tratamiento periodístico, académico o político del 40ø aniversario de la
guerra?
-Evaluar es un
término un poco fuerte, pero lo que pude ver en la TV (¡toda la TV!) y buena
parte de la prensa escrita fue un tratamiento efectista que transcurre en lo
conocido. Seguir machacando en que la guerra fue una improvisación, que los
chicos se murieron de hambre, que el general borracho dio un manotazo de
ahogado y que lo único relevante de los soldados eran los malos tratos de los
superiores, significa caracterizar una guerra internacional como un conflicto
interno. Me animaría a decir que (casi) todos los medios fueron a dar a los
lugares comunes, asumiendo la remanida crítica (corrupción, abuso de autoridad,
improvisación, arrogancia y simple estupidez) porque no saben cómo hablar del
tema desde otros ángulos. Quizás temen ser tildados de pro-militares. Pero, y
acá volvemos al principio, ese temor los ha hecho ignorantes, cómodamente
empantanados en lo políticamente aceptable. Cuando hablamos de Malvinas,
pareciera que a los argentinos se nos activa el chip de la crítica fácil sobre
una materia que es, quizás, la más ardua de entender del alma humana: la
guerra, un hecho exclusivamente humano y socio-cultural. En 1982 los argentinos
tuvimos nuestra guerra internacional. Esto no es ni bueno ni malo. Depende qué
estemos dispuestos a hacer, y lo que hagamos dependerá de cuánto hayamos
decidido aprender. Tal como viene el mundo, quizás los próximos años nos lleven
a pensar en Malvinas de otra manera. Sólo hace falta ver las noticias y la
destrucción en lo que fue la casa de muchos de nuestros abuelos.
-Ha dedicado un
libro a la Fuerza Aérea, acaba de salir otro sobre la Armada coordinado por
usted y ha expresado su interés por investigar algún aspecto del Ejército en el
conflicto. ¿Qué tipo de investigación imagina en ese sentido?
-Imagino la
reconstrucción de combates terrestres. La guerra en las islas fue algo muy
distinto a la guerra en el mar y en el espacio aéreo. Para mí es la más
compleja, no sólo porque da pie a muchas de las cosas que se dicen de Malvinas,
sino porque pone en cuestión la relación entre militares y civiles conscriptos.
¿Veremos a los soldados combatiendo al lado de sus superiores? De ser así,
¿estaremos dispuestos a revisar nuestras creencias? ¿Estamos los argentinos
reflejados en cómo hicimos aquella guerra? ¿El Estado argentino ha cambiado
tanto en estos 40 años? ¿En qué se parecen un cabo o un subteniente resistiendo
a los "ingleses" en Monte Longdon, y un médico y sus enfermeros en la
terapia intensiva del Hospital Posadas en junio de 2020? Malvinas nos muestra
en carne viva, cómo fuimos entonces y probablemente cómo somos ahora. Nos guste
o no nos guste, Malvinas es un espejo del que podemos aprender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario