La economía
argentina es la que más cayó en las últimas décadas, en comparación con los
países de Sudamérica
Rodrigo Lloret
Politólogo. Doctor
en Ciencias Sociales. Director de Perfil Educación.
Perfil, 9-7-22
Maurício Santoro
es un cientista social brasileño que se especializa en el estudio de las
relaciones internacionales con foco en el desarrollo. El doctor en Ciencia
Política y docente del Departamento de Relaciones Internacionales de la
Universidad Estatal de Río de Janeiro difundió esta semana en sus redes
sociales un informe que evidencia el fuerte crecimiento de Brasil y el
peligroso retroceso de Argentina en las últimas décadas.
En base a datos
proporcionados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, Santoro
elaboró un cuadro que demuestra el peso de la economía de cada país en el PBI
total de América del Sur y su comparación entre 1960 y 2022. De allí surgen
varios datos contundentes que merecen la pena ser destacados: por un lado, se
observa el ascenso brasileño y la declinación argentina, pero también se
destacan el crecimiento chileno, colombiano y peruano, a la vez que se
corrobora el colapso venezolano.
Brasil pasó de
representar el 26,4% del PBI total de América del Sur en 1960, a explicar más
de la mitad en 2022, con el 50,4%. Se trata de un formidable progreso de 24
puntos porcentuales. Mientras que Argentina pasó de significar más de un tercio
del PBI regional en 1960, con un 37,9%, a caer en 2022 a solo un 15,5%. Lo que
evidencia un retroceso exponencial de 22,2 puntos porcentuales.
La verificación
empírica parece ser contundente: en estas seis décadas, Argentina perdió, en
forma proporcional, lo mismo que ganó Brasil en el periodo estudiado. No quedan
dudas: la economía brasileña trepa la pendiente hacia el desarrollo con la
misma rapidez que se desploma la economía argentina.
La economía
argentina es la que más retrocedió en los últimos años.
Venezuela es el
otro país sudamericano que muestra un retroceso: pasó de representar el 12,1%
del PBI sudamericano en 1960, a poder dar cuenta de tan solo el 1,3% en 2022.
Pero lo curioso, y preocupante, es que tanto el caso argentino como el caso
venezolano parecen ir en contramano: el resto de los países se mantienen con la
misma intensidad o han pegado un salto positivo en su escala de la tasa
regional.
Sacando a Brasil,
los países que más crecieron en los últimos 62 años fueron Colombia (6,2% a
9,7%), Chile (6,4% a 8,7%) y Perú (4% a 6,6%). Mientras que Paraguay (0,7% a
1,1%) y Bolivia (0,6% a 1,1%) también lo hicieron, pero en menor proporción. En
tanto que Ecuador (3,2% a 3,2%) y Uruguay (1,9% a 1,8%) se mantienen en la
misma situación.
Es cierto que
Argentina venía perdiendo su lugar preponderante en la economía mundial desde
principios del siglo veinte. Pero en la década del sesenta aún mantenía una
posición de privilegio, especialmente, en su comparación continental. Por lo
que no existen muchos casos similares al argentino, que presenten una debacle
tan pronunciada y en un lapso tan acotado.
El enigma del
desarrollo argentino es algo que desvela a líderes políticos y a intelectuales
académicos por igual. Y, es precisamente, el título que eligió Marcelo Rougier
para producir la hermosa, potente y bien documentada biografía de Aldo Ferrer,
que acaba de ser publicada por Fondo de Cultura Económica.
Es que Ferrer
personifica, quizá como ningún otro hombre de Estado de este país, la obsesión
por encausar a la Argentina en la senda del desarrollo sostenido y la
industrialización permanente. Pero Ferrer fue también un adelantado a su época,
porque su vida pública comienza, curiosamente, a fines de los cincuenta y
comienzos de los sesenta: el momento en el que, como quedó demostrado más
adelante, se inicia la feroz desaceleración argentina.
El enigma del
desarrollo argentino desvela a políticos y a intelectuales por igual.
Doctor en Historia
por la Universidad de San Andrés, magíster en Historia Económica por la
Universidad de Buenos Aires, docente de la Facultad de Ciencias Económicas e
investigador del Conicet, Rougier es un autor de lujo para este retrato de
Ferrer, ya que fue discípulo y colega del economista que más bregó por el
crecimiento de Argentina.
En “El enigma del
desarrollo argentino” se comprueba la obstinación de Ferrer por establecer las
condiciones para que la economía argentina pudiera insertarse en el camino del
desarrollo a través de la consolidación de sectores que ya tenían cierto
recorrido, como las industrias pesada o metalmecánica, y también a partir del impulso
de rubros que hasta entonces no habían sido promovidos, como las industrias
química, farmacéutica o minera.
Es cierto que
Ferrer trazó un sendero zigzagueante en el plano ideológico. Inició su
formación política en el antiperonismo, con un feroz rechazo a la irrupción de
Juan Domingo Perón, y terminó sus días siendo una figura recuperada para el
justicialismo, de la mano del kirchnerismo.
Pero en lo que no
hubo metamorfosis fue en su férrea idea de dejar atrás el subdesarrollo, a
través de dos pilares: posicionar al Estado como articulador del mercado y
crear las condiciones para que la inversión privada sea el motor del
crecimiento.
Defendió ese
paradigma industrialista durante su primer cargo, siendo un joven funcionario
en los últimos años de la década del cincuenta, como ministro de Economía de la
provincia de Buenos Aires bajo la gobernación de Oscar Alende y la presidencia
de Arturo Frondizi. Y también luchó por esa pulsión desarrollista siendo un
experimentado diplomático en su última responsabilidad pública, durante los
primeros años de la segunda década del nuevo siglo, como embajador en Francia
del gobierno de Cristina Kirchner.
Ferrer personifica
la obsesión por poner a la Argentina en la senda del desarrollo.
“Para alcanzar el
desarrollo, plantearía como indispensable apuntalar una industrialización
vigorosa y autosustentada, que permitiera acelerar la innovación y el cambio
técnico aplicados localmente y saltar las limitaciones impuestas por las
restricción externa mediante un proceso virtuoso de ganancias de productividad,
siempre pensando en un marco de estabilidad macroeconómica, pleno empleo y
justicia distributiva”, sintetizó Rougier sobre el legado de Ferrer.
Un legado que se
mantuvo intacto durante toda su vida. “Desde mi primer artículo en El Trimestre
Económico 1950 hasta la actualidad, incluyendo los escritos y la acción
pública, cultivé las mismas ideas, en contextos cambiantes de Argentina –dijo
Ferrer en una entrevista con Rougier– Algunos dicen que es coherencia, yo pienso
que no se me ocurrió otra cosa y que, ahora, resulta que fue una buena
elección, ratificada por la experiencia histórica”.
La coherencia de
Ferrer refleja hoy una impronta que se mantiene siempre presente en la historia
argentina. Una herencia que es recordada ante cada reiterada y cíclica crisis
de una economía diezmada. Es entonces cuando se vislumbra el repetido error de
un país pujante pero fallido que, como Sísifo, está obligado a cargar
constantemente una pesada carga que está condenada a caer al precipicio toda
vez que llegue a la cima.
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