Y SEIS MILLONES DE
NIÑOS POBRES EN ARGENTINA
Dr. César Lerena
Publicado en El
Economista, 2 de agosto de 2023.
La salud y la
alimentación son un Derecho Constitucional en la Argentina, no una dádiva. En
1948, en la Declaración Universal de Derechos Humanos se afirmó que «toda
persona tiene derecho a la alimentación» y, en 1966, en el Pacto Internacional
de Derechos Económicos, Sociales y Culturales se sostuvo que «el derecho a la
alimentación tiene incluso el carácter derecho fundamental. Es el primer
derecho económico de la persona humana».
El alimento es una
sustancia que, ingerida, aporta al organismo la energía necesaria para el
desarrollo de sus procesos biológicos y, la alimentación, como afirmó la FAO y
la OMS, debe ser suficiente, inocua y sana. Sin embargo, poco de ello ocurre en
la Argentina. Hay pobres e indigentes y, si hay indigentes, hay hambre,
porque estos son quienes no tienen al acceso suficiente a la alimentación que,
además, en muchos casos suele ser de baja calidad.
Postergar la
alimentación de los sectores más vulnerables, hasta que algún día improbable el
presupuesto se encuentre equilibrado, es un delito deleznable que ignora los
efectos mórbidos y letales del hambre y la desnutrición. Incorporar como una
cláusula de ajuste al hambre, es indigno y ruin.
La alimentación
debiera estar accesible en el hogar de todo el grupo familiar, ya que si bien,
la alimentación que se recibe fuera de aquel, contribuye a mejorar la nutrición
de los niños y adolescentes en situación de pobreza, marginalidad e indigencia;
el alimento en el hogar, amén de satisfacer los requerimientos nutricionales,
reúne a todos los integrantes de la familia alrededor de la mesa y, promueve el
diálogo y el fortalecimiento del núcleo familiar. La comida en el hogar no se
sustituye con comedores, aunque estos sean -en muchos casos- quienes están
proveyendo la alimentación de sostén.
En el 2000, en la
“Declaración del Milenio” de la Asamblea General de la ONU se expresó, entre
otras cosas: «Nosotros, jefes de Estado y de Gobierno, no escatimaremos
esfuerzos para liberar a nuestros semejantes, hombres, mujeres y niños, de las
condiciones abyectas y deshumanizadoras de la pobreza extrema y decidimos,
asimismo, reducir a la mitad, para el año 2015, el porcentaje de habitantes del
planeta que padezcan hambre». Llegó el 2015 y los gobiernos de Argentina no
cumplieron y, por el contrario, se aumentó la pobreza. En la década del 70 la
pobreza era del 5,7% y a mayo de 2023 es del 46%.
Es falso que la
Argentina produzca alimentos para 400 millones de personas. Terminemos con esta
errónea afirmación, la mayoría de la producción nacional exportable «no se
destina al consumo humano directo, ni la soja ni el maíz, se usan para
alimentar animales» (Vilella Fernando; director de Agronegocios, Facultad de
Agronomía, UBA, 25/11/2019); no obstante, con la producción nacional, según
Cispan y Fragan «queda en la Argentina alimento suficiente para cubrir las
necesidades calóricas para alimentar alrededor de 60 millones de habitantes»
(Martín Slipczuk, 25/11/2019).
Es decir, los
gobernantes no pueden justificar 5.900.000 niños y adolescentes pobres, de los
cuales 1.300.000 son indigentes menores de hasta 14 años (Infobae, INDEC, 31/3/2023)
que representan el 34,1% de la indigencia total; además, de que las Autoridades
no administran adecuadamente otros alimentos que son del Estado Nacional o de
las Provincias del litoral marítimo, como es el caso de los recursos pesqueros.
Todo ello, pese, a que el 59,3% de los niños y adolescentes reciben alimentos
en forma gratuita del Estado, aunque, mayoritariamente harinas y no alimentos
proteicos.
Con una
información similar al INDEC, el Barómetro de la Deuda Social de la Infancia de
la UCA, indica que 6 de cada 10 niños y adolescentes menores de 17 años son
pobres, es decir que, promediando con los indigentes, el 74,7% de éstos «no
acceden total o parcialmente a la alimentación, educación y salud básica y, por
su parte, los indigentes, no alcanzan a ingerir la cantidad mínima de alimentos
para cubrir los requerimientos energéticos diarios» (Gabriel Matera, Ámbito,
15/5/2023).
La capacidad
física e intelectual de millones de menores está en grave peligro. Deberían
estar avergonzados los funcionarios de un país productor de alimentos, dando
una muestra acabada de su incapacidad para administrar la producción de
alimentos y distribuirla. Lo que suelen llamar “pobreza estructural” no es otra
cosa que falta de ideas y administración adecuada para resolver esta
indignidad, que ya superó dos generaciones de argentinos. Es una obligación
impostergable del Estado Argentino, y de sus dirigentes con mayores
posibilidades, en una acción organizada de solidaridad ejemplar, eliminar
definitivamente este flagelo que denigra, desnutre, enferma y mata a una parte
importante de su población, Gravísima cuando se trata de niños que no
alcanzarán su madurez intelectual.
¿Qué debería hacer
el Estado para terminar con la indigencia de niños y adolescentes?, además de
optimizar la producción e industrialización de alimentos; mejorar los planes y
dar a las tarjetas alimentarias una acción generadora de empleo y nutrición y,
no solo de acceso a los alimentos de baja calidad.
El Estado tiene
recursos alimentarios propios, como son los pesqueros. La pesca constituye para
la humanidad una fuente importante de proteínas, cuya calidad es solo
comparable con la leche materna. Además, es una de las actividades de mayor
ocupación de mano de obra intensiva. Una generadora de empleo en regiones
inhóspitas del país que, de otro modo, sus poblaciones emigrarían hacia los
grandes centros urbanos. Como muy pocas actividades, requiere de gran cantidad
de operarias, que realizan tareas de supervisión, fileteado, emprolijado y
empaque, donde suelen ser más eficientes que los hombres.
¿Cuántas toneladas
de pescado se necesitarían para proveerle una ración diaria de la mejor
proteína a seis millones de niños y adolescentes para terminar con la pobreza
infantil? 600 mil toneladas de pescado/año, para proveer productos empanados,
termoestabilizados, liofilizados, etc.
El Estado
argentino puede hacerse de las referidas 600 mil toneladas de pescado si
acuerda condiciones equitativas con los Estados de pabellón de los buques
españoles, chinos, coreanos y taiwaneses que explotan en alta mar nuestros
recursos migratorios originarios de la ZEE Argentina; se otorgan exenciones
impositivas al gasoil, a la captura, aduaneros y otros beneficios de
explotación a todas las empresas nacionales que pesquen en alta mar; se deja de
descartar (Art. 21 m Ley 24.922) al mar el 30% de las capturas, estableciendo
un precio sostén y, se lleva progresivamente a la Acuicultura en la Argentina a
niveles compatibles con la producción mundial. Accesoriamente a ello, se cuadruplicaría
el empleo registrado en la actividad pesquera y la acuicultura.
La soberanía
alimentaria permitirá, mediante la administración adecuada del Atlántico
Sudoccidental, recuperar la soberanía marítima y política de la Argentina,
donde en las últimas décadas entre 350 y 500 buques extranjeros pescan
ilegalmente (INDNR) en alta mar todos los años los recursos pesqueros
migratorios originarios de la ZEE Argentina y, lo hacen en forma ilegal, porque
pese a ser la pesca libre en esa zona, los Estados de pabellón a los que
pertenecen esos buques no los controlan; no hacen investigaciones para
determinar las capturas máximas sostenibles y, afectando el interés de terceros
Estados, no hacen acuerdos pesqueros con los Estados ribereños (Argentina, Brasil
y Uruguay).
No puede perderse
de vista que la administración del recurso tiene efectos laborales y sociales
que superan los daños que cualquier empresa de riesgo pueda asumir; ya que el
pesquero se trata de un recurso de propiedad del Estado, que debe cumplir un
fin social, sanitario, poblacional, industrial y estratégico, más allá de los
efectos económicos que genere. Al respecto de su administración pesquera y su
sustentabilidad, José Juste Ruiz considera que el desarrollo persigue tres
objetivos esenciales: «a) el objetivo económico que consiste en buscar la eficiencia en la
utilización de los recursos y el crecimiento cuantitativo; b) el objetivo
social y cultural que promueve la limitación de la pobreza, el mantenimiento de
los diversos sistemas sociales y culturales, y la equidad social; y c) el
objetivo ecológico ocupado de la preservación a perpetuidad de los recursos
naturales que sirven de soporte a la vida de los seres humanos».
Es necesario
entonces, un nuevo orden en materia de la administración, captura,
distribución, industrialización, protección y control de los recursos vivos
marinos, para permitir que este recurso contribuya a eliminar la indigencia de
niños y adolescentes del país y aumentar el consumo anual de 4,8 kg (Consejo
para el Cambio Estructural del Ministerio Desarrollo Productivo, marzo, 2021) a
10 Kg per cápita por año de todos los argentinos, para equiparar -al menos- el
consumo promedio anual de Latinoamérica, el Caribe y África, muy lejos aún de
los 20 Kg. que consume el mundo; proveyendo de una mejor dieta, salud y
trabajo. Somos un Estado Marítimo y, deberíamos comenzar a mirar el mar y
aprovecharnos de sus capacidades.
“Mi pescado grande
tiene que estar en alguna parte” (El Viejo y el Mar, Ernest Heminway, 1989)
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