El primer gran golpe
montonero
Adrián Bassola
La Voz del Interior, 28 de
junio de 2020
“Compañeros. Los hombres y
mujeres que componemos Montoneros, brazo armado del movimiento peronista, hemos
asestado un golpe a la oligarquía gorila ocupando militarmente la localidad de
La Calera y recuperando armas y dinero, que serán destinados para construir una
nación libre, justa y soberana”.
Miércoles 1° de julio de
1970. La proclama, que tenía un párrafo más en el que se planteaba la “solidaridad
combativa con el pueblo peronista que ha ganado la calle”, se esparcía en mil
panfletos que volaban al viento desde las ventanillas de una caravana que
raudamente abandonaba La Calera en dirección a Villa Allende.
Eufóricos, los ocupantes de
los autos intercalaban el grito de “¡viva Perón!” con la Marcha peronista.
Acababan de copar por algo más de media hora el pueblo, a 15 kilómetros de la
capital y ante las narices del Tercer Cuerpo de Ejército, símbolo en la
provincia de la dictadura militar que gobernaba Argentina desde el
derrocamiento de Arturo Illia, en 1966.
Habían tomado el Correo, la
central telefónica, la Municipalidad, la comisaría y el Banco de la Provincia
de Córdoba, de donde robaron una cantidad de dinero difícil de precisar: las
cifras varían entre los 26 mil y el millón de dólares.
El golpe tuvo un impacto
inmediato en todo el país, por distintos motivos. El principal: les decía a los
argentinos que lo de Montoneros iba en serio, que para nada había sido una
acción aislada la acción fundacional de la guerrilla peronista: el secuestro y
asesinato del exdictador Pedro Eugenio Aramburu, ocurrido un mes antes, el 29
de mayo, primer aniversario del Cordobazo y Día del Ejército, en la denominada
“Operación Pindapoy”.
Además, la caída de la
cúpula de la célula cordobesa el mismo día de la toma de La Calera tuvo una
consecuencia aún mayor: permitió el hallazgo del cadáver de Aramburu (oculto en
la estancia de la familia Ramus cerca del pueblito de Timote, en el interior
profundo de la provincia de Buenos Aires) y la detención de decenas de
militantes de la incipiente guerrilla peronista.
Pero también esos dos hechos
actuaron como la más fabulosa propaganda para Montoneros, que en poco tiempo
sumó miles de adherentes y de combatientes, hasta conformar la columna más
numerosa entre todas las organizaciones guerrilleras que intentaron disputar el
poder en el país en la década de 1970.
Una fría mañana de julio
El Comando Eva Perón tenía
todo muy estudiado para el copamiento de La Calera. De hecho, ya había asaltado
el mismo banco en diciembre de 1969, acción en la que participó la cúpula de la
célula porteña (Mario Firmenich, Norma Arrostito, Fernando Abal Medina y Carlos
Ramus, herido leve en una mano) y que incluyó un tiroteo con tres policías, uno
de los cuales, Eugenio Argüello, recibió siete balazos. De todos modos, el
oficial se recuperó muy rápido, tanto como para volver a ser ametrallado en el
copamiento de seis meses después, y también sobrevivir.
Para el 1º de julio, el
comando montonero estaba integrado por 16 militantes distribuidos en cuatro
autos (un Torino camuflado como auto policial, un Fiat 1500, una Renoleta y una
pick up), que ingresaron a la localidad pasadas las 7 de la mañana, aún de
noche, y se dirigieron a la comisaría, a la Municipalidad y al banco, por
entonces pegado al edificio comunal. También coparon la oficina del Correo y la
central telefónica, para incomunicar a la localidad.
Lideraba el grupo Emilio
Maza, “el Gordo”, secundado por Ignacio Vélez Carrera (“Mateo”, según su alias
de guerra). Los dos, pero especialmente Maza, habían tenido participación de
importancia en el operativo de secuestro de Aramburu, tras lo cual regresaron a
Córdoba, sin tomar parte del “juicio revolucionario” y asesinato de la estancia
de Timote.
En La Calera, no les resultó
difícil controlar todos los objetivos. En la comisaría había sólo dos policías,
que rápidamente fueron reducidos, encerrados y obligados a cantar la Marcha
peronista. De allí robaron algunas armas, uniformes y sellos.
Uno por uno, los edificios
fueron cayendo, pero en el banco sucedió un enfrentamiento cuando el policía
Argüello, quien se encontraba de licencia por la balacera anterior pero
realizaba algunas tareas pasivas, se topó con los montoneros y dio la voz de
alto. Otra ráfaga dio en su humanidad.
Todavía no habían dado las 8
de la mañana y el comando ya huía a esconderse en las casas operativas de
Córdoba, no sin antes dejar sobre uno de los bancos de la vereda de la
Municipalidad una caja negra con la inscripción “Peligro: explosivo”. Cuando
pudieron “desactivar” el paquete, emergió un grabador, que, al darle play,
emitió la Marcha peronista de Hugo del Carril.
Los problemas
Pero en la retirada sucedió
el primer inconveniente: uno de los autos se detuvo (falta de nafta, indica una
versión; falla técnica, fue la de Montoneros) y debieron robar otro para
continuar.
Ya la Policía y el Ejército
comenzaban a rastrillar toda la zona. Dos oficiales que junto con un civil
habían salido a buscar el auto robado se toparon con dos personas cargando
pesados bolsos en la zona de Villa Rivera Indarte, ya en la Capital. Eran Luis
Losada y José Fierro, integrantes del comando, que habían sido dejados cerca y
caminaban hacia su refugio. Los dos fueron detenidos. Losada, con un balazo en
el abdomen.
Tras una sesión de torturas
en la comisaría de Villa Allende sobre la humanidad de Fierro, los policías
averiguaron cómo llegar a la casa principal de la célula montonera, en barrio
Los Naranjos, cerca de la avenida Fuerza Aérea. Segundo gran error: aunque no
conocía la ubicación exacta de esa vivienda, el militante podía localizar la
zona cercana.
Aramburu, un asesinato clave
En ese lugar se habían
refugiado Maza, Vélez Carreras, su esposa Cristina Liprandi y Carlos Soratti.
Pero no sólo ellos estaban allí: la obsesión del jefe del comando por los
registros lo llevó a elaborar fichas de cientos de militantes y allegados a la
organización, información que llegó a manos de la Policía, que provocó varias
detenciones y que empujó a la clandestinidad a quienes no habían caído. Tercer
grave error.
El cuarto estaba en los
bolsillos de Maza. El líder del comando cayó gravemente herido a unos metros de
la casa (había salido junto con Soratti unos momentos antes de la llegada de la
Policía) y de su ropa extrajeron un permiso para conducir un auto Renault
propiedad de Norma Arrostito.
El nexo con la célula
porteña y con la “Operación Pindapoy” no podía ser más evidente. Dos semanas
más tarde, el 16 de julio de 1970, las autoridades hallaban el cadáver de
Aramburu en la estancia de los Ramus.
En una habitación del
Hospital Militar de Córdoba Vélez Carreras, se repuso de las heridas que
también sufrió en la casa de Los Naranjos. Pero Maza sobrevivió una semana y
finalmente falleció. Fue el primer muerto de Montoneros. A su entierro
asistieron tres mil personas, y Perón, desde el exilio en España, envió una
corona de flores.
Descabezamiento
El asalto a La Calera fue el
primer gran golpe de Montoneros en Córdoba, pero también fue el último de esa
envergadura. Aunque la guerrilla realizó muchas otras acciones, la célula local
nunca pudo reorganizarse del todo, con Maza muerto, varios integrantes presos y
cientos en la clandestinidad. El comando de las acciones quedó en manos de la
conducción nacional.
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