sábado, 20 de junio de 2020

HONRAR AL PRÓCER



no solo con palabras sino con grandes y positivos gestos



Por Miguel Angel De Marco *

* Biógrafo del prócer y ex presidente de la Academia Nacional de la Historia.


La Prensa, 20.06.2020

Belgrano fue un hombre íntegro, firme, fuerte, generoso y honrado.


En una época en que arreciaban las enfermedades, sobrecogían las distancias, sacudían los profundos cambios políticos en la vieja Europa y surgían profundos desafíos en suelo americano, aquel porteño por cuyas venas corría la sangre emprendedora de la Liguria y la mansa calma de una antigua familia santiagueña, se afirmaba en su propósito de convertir a los remotos pueblos del Plata en modelos de crecimiento en libertad.

Por eso desechó la toga doctoral a la que aspiraban sus padres y prefirió dedicar su tiempo en Salamanca a estudiar economía política y a vincularse con los pocos profesores que intentaban superar el vetusto perfil de una universidad que había perdido su antiguo brillo. Le alcanzó el grado de bachiller por Valladolid -no fue licenciado como sostienen algunos- con el objeto de hacer la práctica de abogado y "tomar posesión de los estrados".

En cambio, leyó cuanto podía serle útil para aplicar en su patria, se perfeccionó en el inglés y el francés -ya que el italiano lo hablaba como si fuese un nativo culto de la península- y esos saberes le fueron más tarde ventajosos en diferentes planos.

BIEN COMUN

Pudo hacer carrera como funcionario en la metrópoli madrileña pero volvió a su tierra con la decisión de alcanzar sus propósitos de bien común. No solo impulsó múltiples iniciativas en el Consulado de Comercio, abrió un instituto educativo que en Buenos Aires tuvo talla de universidad, como la Escuela de Náutica, y adoptó medidas concretas con el objeto de que la mujer, siempre ausente en las decisiones oficiales, obtuviera la dignidad que le correspondía.

Se preparó para entregar su sangre ante la Invasión Inglesa de 1807 como segundo jefe de Patricios, y cuanto estudió de táctica y manejo de armas le sirvió para convertirse, tras la Revolución de Mayo, en un general de quien dijo San Martín, cuando se le preguntó en 1816 quién era el más apto para asumir el mando del Ejército del Norte: "En el caso de nombrar quien deba reemplazar a Rondeau yo me decido por Belgrano; éste es el más metódico de los que conozco en nuestra América, lleno de integridad y talento natural. No tendrá los conocimientos de un Moreau o Bonaparte en punto a milicia, pero créame usted que es lo mejor que tenemos en la América del Sur".

Desde que aceptó la vocalía del Primer Gobierno Patrio, luego de haber sido uno de los actores más importantes en los episodios de la Semana de Mayo, no conoció un día de descanso. Tanto comandó las bisoñas fuerzas que pusieron a sus órdenes para combatir en el Paraguay, dotándolas de un nuevo espíritu, como fundó escuelas en su camino.

Luego de ser derrotado, aceptó otros cometidos militares para sostener la causa de la independencia, pues en su espíritu no hubo jamás duda de que era absurdo sostener una "máscara de la monarquía" cuando los pueblos clamaban por ser libres. Venció en Tucumán y Salta y soportó con entereza los reveses de Vilcapugio y Ayohuma.

Enfermo desde la juventud hasta su muerte a los 50 años de edad, los dolores y limitaciones que sus dolencias le imponían no le impidieron soportar el martirio de un largo viaje a Europa. Se procuraba el favor de las potencias extranjeras para un país que no atinaba a emanciparse aun cuando contaba con la bella bandera celeste y blanca que él había creado, se aprestaba a cruzar los Andes en son de libertad, y navegaba por los mares del mundo confundiendo su pabellón con los colores de distintos cielos.
Su premio estuvo en hallarse presente, ya de regreso, el día en que los congresales de Tucumán proclamaron la independencia. Y su máximo dolor lo experimentó cuando un torpe subalterno intentó ponerle una barra de grillos para enviarlo preso a Buenos Aires. Cierta o no, la exclamación que se le atribuye en sus últimos instantes,"¡Ay, patria mía!", es un reflejo de lo que sintió al verla ensangrentada y desunida aquel 20 de junio de 1820.

A Belgrano debemos rendirle homenaje -que duda cabe-, con múltiples manifestaciones de gratitud en este año que marca los doscientos cincuenta años de su nacimiento y los doscientos de su muerte, pero sobre todo debemos honrarlo con actitudes dignas, generosas y honradas por parte de gobernantes y gobernados.



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