Ana Velasco Vidal-Abarca
ABC, 22/06/2020
El terrorismo es una forma
de hacer política. Perversa y criminal pero, por desgracia, en demasiadas
ocasiones, eficaz. Esa es la razón de que en España el terrorismo de Eta haya
pervivido tantos años. Ha sido un instrumento con el cual los separatistas han
recogido muchos frutos que, sin los atentados perfectamente planificados y
ejecutados, nunca hubieran obtenido. Muy posiblemente, las competencias que
gestiona el País Vasco no serían la mismas e incluso la configuración política
del Estado de las Autonomías sería diferente si no hubiese existido el
terrorismo.
Eta ha ido cincelando a golpe de sangre y muerte su arcadia soñada
de seres superiores, alimentados por el racismo, el odio a los maquetos, a los
vascos traidores que se sienten españoles y por supuesto a la Nación de la que
reniegan con desprecio y rabia. Eta y sus cómplices -todos los separatistas-
han condicionado la política española desde que cometieron su primer crimen
hasta hoy. Han construido en el País Vasco una sociedad amedrentada que se ha
confundido con el paisaje para sobrevivir y que se ha rendido a la supremacía
del separatismo dominante en una comunidad en la que para vivir tranquilo había
-hay- que ser nacionalista.
Por eso, la inmensa mayoría
de los muertos que el terrorismo de Eta tiene en su haber no son nacionalistas.
Los que eran vascos de origen, eran «españolistas» y por tanto, traidores, los
policías, guardias civiles o militares eran el enemigo, a los que no pagaban el
impuesto revolucionario había que escarmentarlos para que no cundiese el
ejemplo, «los chivatos» no merecían vivir. Ninguno tenía para ellos la
categoría de ser humano, eran meros objetivos que había que abatir para
conseguir el fin que todo lo justificaba. Y así, sin piedad, los fanáticos
envenenados de odio han ido destruyendo vidas y familias y han desafiado al
Estado para destruirlo.
No lo han conseguido. España sigue existiendo, a pesar
de ellos y a pesar de los jirones que le han arrancado, a pesar de que la
presencia del Estado es casi testimonial en los territorios que controlan con
sus hermanos del PNV. Pero España tampoco los ha destruido a ellos. Esa es
nuestra vergüenza. Pudimos hacerlo, debimos hacerlo, pero no lo hicimos. Les
dimos una espita por la que escapar. Nos olvidamos de nuestros muertos, de
nuestros héroes, de los que se sacrificaron por nuestra libertad y por la
integridad de nuestra Nación, nos olvidamos de nuestra dignidad y en despachos
escondidos se acordó que merecían seguir existiendo, ahora bajo la capa de la
honorabilidad.
Y esa es la causa, solo esa
claudicación, de que hoy tengan la capacidad de poner y quitar gobiernos como
hicieron hace un año en Navarra y han hecho con el propio Gobierno de España.
Se les ha permitido formar parte del juego político como premio por dejar de matar.
Sí, es miserable y repugnante dejarse apoyar por ellos, pero también lo es que
tengan la posibilidad de hacerlo. Nunca se les debió de consentir que
estuviesen en las instituciones. Ha sido una infamia. Esa decisión traidora
sirvió para que quienes se vanaglorian de los crímenes de unos asesinos -a los
que homenajean impunemente-, sigan condicionando la política española con el
único fin de hacernos daño, riéndose de nosotros e hiriendo profundamente los
sentimientos de aquellos que no olvidan a los que cayeron, ni por qué cayeron.
Escuchar a un ministro del Interior decir que no se puede hablar de Eta «como
si siguiera viva», es un escarnio que demuestra la enorme falta de sensibilidad
hacia los muertos y sus familias, que padecerán siempre los efectos de los
crímenes terroristas. Y también hacia el sufrimiento de la sociedad en su
conjunto, como si todo el dolor y el daño se pudieran borrar de la «memoria
histórica» selectiva que nos quieren imponer.
Y mientras, quienes con
razón califican a ese partido infame como testaferro o heredero de Eta, aceptan
su existencia y no se plantean instar su ilegalización porque ya forma parte
del sistema, está asimilado.
No nos lo merecemos.
Ana Velasco Vidal-Abarca es
hija de Jesús Velasco Zuazola, asesinado por Eta en 1980 en Vitoria, y de Ana
María Vidal-Abarca, fundadora de la AVT. Es periodista y vicesecretaria de
Relaciones Institucionales de Vox.
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