miércoles, 27 de enero de 2021

INMIGRACIÓN ILEGAL

 


«Yo contrabandista, como Moisés». Historias de traficantes de personas

Brújula cotidiana, 27-01-2021

No basta con condolerse por el drama de los emigrantes; es necesario conocer los motivos y detalles, así como replantear el drama que sufren los países que se ven obligados a recibir y mantener a los migrantes.

 

Desembarcó el 25 de enero en Augusta, Sicilia, el barco Ocean Viking de la ONG Sos Mediterranée. Transportó a 373 migrantes ilegales que habían iniciado el viaje por mar en cuatro botes neumáticos. Los habían trasladado a bordo del barco mientras se encontraban frente a las costas líbicas. No se sabe qué pasó con los botes y quién los piloteó. Es probable que hayan regresado a Libia, donde organizarán nuevas salidas.

 

Cuando hablamos de inmigrantes ilegales, casi siempre descuidamos, al menos en Italia, el papel decisivo de las organizaciones criminales a las que recurre al menos el 90 por ciento de los emigrantes para realizar el viaje y llegar a su destino.

 

Muchos sólo conocen la existencia de contrabandistas que los embarcan en las costas africanas y turcas y los traen a Europa, sin darse cuenta de que los contrabandistas forman parte de complejas redes transnacionales con decenas de bases a lo largo de rutas terrestres, que se extienden por miles de kilómetros en cuatro continentes y decenas de miles de empleados con diferentes tareas: interceptar clientes potenciales, negociar con ellos el precio y los métodos de pago, organizar las distintas etapas del viaje, de país a país, de ciudad en ciudad, hasta el embarque para realizar la travesía del Mediterráneo o el Océano Atlántico y, si es necesario, el traslado al país europeo elegido como destino final.

 

La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc) explica que el tráfico de hombres sigue la misma dinámica que otros tráficos delictivo transnacional y, por lo tanto, prevé actividades de promoción, marketing real para atraer clientes, convencerlos de que emigren, dar tranquilidad sobre el viaje y su resultado, brindando seductoras descripciones de las ventajas de vivir en el país que proponen como destino. Además, los traficantes a cargo del primer contacto suelen ganar confianza con el hecho de que pertenecen a la misma etnia, a la misma comunidad que los emigrantes.

 

Son ellos, los traficantes, quienes animan a muchos jóvenes africanos y asiáticos a emigrar describiendo el Eldorado que les espera en el extranjero, persuadiendo a las familias de que el costo del viaje vale la pena, que los dólares gastados pronto se recuperarán y muchos se beneficiarán tan pronto como el miembro de la familia llegue a Europa, comenzará a enviar dinero.

 

La Unodc estima que el tráfico rinde hasta 10 mil millones de dólares al año e incluso más. Hace millonarios a los jefes de las organizaciones y asegura ingresos atractivos para todos. De hecho, los viajes cuestan miles de dólares: cifras que varían según la duración del viaje, las dificultades a superar, el número de fronteras que se deben cruzar, el medio de transporte utilizado, la cantidad de documentos (de viaje, matrimonio, trabajo, identidad…) falsos, falsificados u obtenidos de forma fraudulenta y con un riesgo más o menos alto de interceptación por parte de las fuerzas policiales de los Estados atravesados. Además, los montos varían según las características de los emigrantes, sobre todo de su situación económica. Aquellos que tienen más dinero, pueden garantizar viajes más seguros y cómodos.

 

Dado el carácter clandestino de la actividad, los datos disponibles son incompletos, queda mucho por saber. De los traficantes (quiénes son, por qué eligieron convertirse en uno, dónde y cómo viven) se sabe poco. Los pocos que acceden a ser entrevistados, obviamente con un nombre falso, se justifican, casi todos afirman “ayudar al prójimo”. Kabir, un paquistaní que durante años ha traído a sus compatriotas a Italia por unos 7.000 euros y se guarda de 3.000 a 4.500 para sí después de pagar a sus diversos colaboradores, presume: “Todos quieren ir a Italia. Ayudo a la gente, hago realidad los sueños”. Un traficante siberiano, Alexsandr, dice de sí mismo: “Moisés fue el primer contrabandista de la historia y yo soy como él, como Moisés”.

 

Omar, un sirio, incluso dice hacer dos cosas buenas a DPA Reporter: ayuda a las personas a vivir con seguridad, mientras espera que termine la guerra en Siria, y provee como es su deber de las necesidades de su familia. Tiene 31 años, está casado y tiene cuatro hijos. Solía ​​ser albañil, pero perdió su trabajo cuando estalló la guerra. Vivía en un pueblo cercano a la frontera con Turquía y por eso decidió incursionar en el negocio de la emigración ilegal: "Tengo una familia, en mi situación estás dispuesto a hacer cualquier cosa para ganar”. Sabe que está involucrado en un negocio ilegal, pero dice que, en comparación con otros traficantes, él y sus colegas son altruistas, buenas personas porque piden menos (incluso tan solo 150 dólares por persona, mientras que ciertos grupos cobran entre 500 y 800 dólares), los hijos pequeños de sus clientes no pagan y si alguien es arrestado le devuelven el dinero.

 

La suya es una pequeña “empresa”. Hay siete en total, cada uno con su propio encargo y no hay jefe. Explica que los traficantes en Siria tienen reglas no escritas: por ejemplo, “cada grupo tiene sus propias rutas. No podemos usar la de los otros”. Su tarea termina cuando los clientes cruzan la frontera y entran en Turquía, mientras que otros grupos tienen corresponsales en Turquía que se encargan de llevar emigrantes a Alemania, Suecia u otros estados europeos.

 

El afgano Elham Noor, que trae a sus compatriotas a Italia, Francia y Gran Bretaña, fue a su vez un emigrante ilegal. Le dice a la BBC que pagó 5.000 dólares para que lo llevaran a Gran Bretaña. Mientras estaba en Calais, uno de los traficantes le ofreció un trato: 100 euros por cada emigrante que pusiera en contacto con la organización. Aceptó y así comenzó su carrera como contrabandista de hombres. Ahora a cada cliente le gana hasta 3.500 dólares, restando los gastos. Está de regreso en Afganistán, donde su trabajo es encontrar clientes. Tiene una gran demanda porque tiene una alta tasa de éxito ya que trabaja en una gran organización. Admite los costos humanos, las víctimas en caso de naufragio, pero dice que los clientes saben que hay riesgos al emigrar ilegalmente y luego el tráfico realmente paga mucho: 1.000 dólares por el viaje de Afganistán a Turquía, luego 4.000 de Turquía a Serbia y de allí otros 3.500 dólares para llegar a Italia. En total, 8.500 dólares.

 

Su trabajo consiste en hacer llamadas telefónicas, organizar transferencias de dinero y pagar sobornos a las autoridades afganas. En el momento de la entrevista, realizada a finales de diciembre de 2020, se ocupaba de un centenar de clientes. “Le pido disculpas a los familiares - dice - si un pariente muere durante el viaje. Pero lo digo desde el inicio, que todo puede pasar y ellos aceptan los riesgos. Dios decidirá si me perdona o no”.

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