por José Luis Milia
Informador Público, 16-9-20
Dos mujeres, una de 93 años,
la otra de 91. Las dos se llaman Hebe. Ambas, madres que perdieron hijos de
manera violenta cuando los demonios sueltos en la Argentina hicieron sonar
campanas de guerra. Esa es toda la similitud que las une mientras que, por sus
actitudes, a cuarenta y cinco años de aquella guerra, bien podríamos decir que
ellas representan a dos Argentina absolutamente diferentes.
Una de ellas, con el cadáver
aún caliente de su hijo, escribió una carta que la fortuita circunstancia de un
homenaje negado por cobardía ha devuelto a la actualidad; carta que empezaba:
“Me dirijo a aquellos que troncharon la vida de mi hijo, a los que sin
mostrarse a la luz pretenden destrozar los pilares indestructibles de nuestra
Patria…. No los maldigo, les doy las gracias en nombre de él y de todos los
héroes que dejaron su vida por amor a Dios, a la Patria y a la familia, porque
todavía esa es la fe del soldado, esa es su meta.”
Y terminaba diciendo: “Mi
pérdida es irreparable, pero me siento henchida de orgullo porque sé que mi
Rodolfo está en la gloria de Dios y en el corazón de todos los compañeros que
lucharon o no a su lado. Gracias".
En esta carta, un paradigma
del dolor de una madre por la pérdida de su hijo, se conjugan cosas tan
profundas como el dolor, el orgullo de sentir que éste, su hijo, había vivido-
seguramente por lo aprendido en su hogar- tal como indica la vieja máxima
castellana: “vivir se debe la vida de tal suerte, que viva quede en la muerte”;
y la idea cristiana del perdón ya que al decir: “gracias… a aquellos que
troncharon la vida de mi hijo”, les está diciendo a los asesinos, “yo los
perdono”.
Esta carta fue escrita, hace
cuarenta y cinco años, por Hebe Solari de Berdina. Pocos han escuchado de ella,
hoy tiene 93 años y es la madre del Subteniente Rodolfo Berdina caído en el
combate de Potrero Negro el 5 de setiembre de 1975. Luego de la muerte de su
hijo se recluyó en su dolor y en su familia, con la ilusión de ver que el
sacrificio de su hijo no había sido en vano; pero la Argentina es hoy, como lo
fue siempre, impiadosa con sus héroes. Los mismos que los vitoreaban y
celebraban las victorias conseguidas contra la subversión olvidaron al tiempo a
los que habían muerto por su libertad y vieron, sin mover un dedo, como una
venganza disfrazada de justicia perseguía a aquellos que como el Subteniente
Berdina fueron al combate solo por ver honrada a la Patria.
De la otra Hebe podríamos
decir que no hay argentino que no sepa de ella- transcribir sus mensajes de
odio y desprecio nauseados a lo largos de estos años nos llevaría horas- pero
también debemos señalar que ha adquirido un poder casi omnímodo, ante ella
jueces, políticos y periodistas sienten que sus carnes tiemblan si ella los
señala como enemigos. Por miedo o conveniencia, la hemos convertido en una
leyenda que a caballo de una escoba surca la vida argentina escupiendo
irreverencia, rabia y venganza; para ella no existe ni siquiera la paz de los
sepulcros porque su idea de paz es un cementerio donde enterrar a todos los que
componen sus posibles “tablas de sangre”.
Ella, nombrémosla, es Hebe
Pastor de Bonafini, y los argentinos, así como habíamos olvidado a la madre de
un héroe, seguimos enalteciendo -por miedo muchos y por política otros- a esta
Némesis maniquea. No nos preguntemos entonces por que la grieta que divide a la
Argentina es tan profunda.
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