Por Francisco de Santibañes
Infobae, 12 de Septiembre de
2020
Nuestro país enfrenta un
sinnúmero de desafíos, entre los cuales se encuentran una pandemia y una crisis
económica. Sería sin embargo un error dejar de lado ciertos temas que, si bien
poco visibles, resultan vitales para el bienestar de nuestra sociedad. Uno de
esos temas es la defensa nacional.
En las últimas décadas la
Argentina ha logrado subordinar a las fuerzas armadas a sus autoridades
civiles. Hoy enfrentamos un nuevo reto: modernizar a las instituciones
militares para que estas puedan cumplir con su misión. Efectivamente, nuestros
militares no están capacitados para hacerlo porque la dirigencia argentina
(política, empresarial, intelectual, etc.) ha tendido a obviar la que sin lugar
a duda es una de las funciones más importantes para cualquier Estado: defender
el territorio, la seguridad y los intereses vitales de sus habitantes.
No sólo destinamos pocos
recursos a nuestra defensa (el 0,9% del PBI, comparado con el 1,5% de Brasil,
el 1,9% de Chile y el 2,2 % del promedio mundial, de los miembros del G20 somos
el que menos gasta en defensa) sino que los invertimos de manera ineficiente.
Aproximadamente el 90% del presupuesto para la defensa se destina a gastos
corrientes y no a inversiones en sistemas de armas. Esto en parte explica por
qué la Argentina cuenta con pocos aviones, buques de guerra y submarinos en
condiciones operativas, pero también por qué nuestros militares no pueden
entrenar el mínimo de horas que resulta indispensable para mantener sus
capacidades de combate. La consecuencia natural de esto, sumado a los
reiterados accidentes, es la pérdida de motivación.
Existen varios motivos por
los cuales los países necesitan fuerzas armadas. La dirigencia política no
tiene certezas acerca de lo que puede ocurrir en el futuro. Las circunstancias
pueden en efecto cambiar y, con ellas, los amigos de hoy pueden convertirse en
los enemigos de mañana. Las sorpresas estratégicas, como el atentado del 11 de
septiembre del 2001, pueden asimismo modificar rápida y profundamente el
escenario internacional. Este nivel de incertidumbre, sumado al hecho de que
los otros Estados mantienen capacidades ofensivas, requiere que los países
cuenten con los medios necesarios para disuadir posibles rivales y enfrentar
futuros adversarios.
Dado que poseer fuerzas
armadas preparadas eleva los costos que un eventual agresor debería enfrentar
en caso de atacar al país, las instituciones militares nos permite evitar que
las disputas tengan lugar en primer lugar. Lo contrario también es cierto: la
falta o debilidad de estas instituciones estimula las agresiones externas.
Las alternativas no son
mejores. Delegar la defensa en otro país no es una estrategia recomendable
porque el otro Estado proveerá seguridad en la medida en que le sea conveniente.
Cuando las circunstancias cambien, este puede optar por no hacerlo. Tampoco
resulta recomendable dejar las inversiones para más adelante. Una vez que un
país enfrenta una amenaza a su seguridad no puede generar un sistema de defensa
de un día para el otro. Por tomar un caso, preparar y entrenar un grupo
profesional de oficiales lleva generaciones.
Dado que el ciudadano
promedio muestra poco interés por una política pública que en tiempos de paz no
afecta su vida diaria, es responsabilidad de las clases dirigentes pensar y
actuar sobre esta temática. Pero pocos políticos e intelectuales argentinos le
prestan atención al pensamiento estratégico.
No se dialoga suficiente
sobre la necesidad de fortalecer la presencia de nuestra armada en el Atlántico
Sur. Este espacio conforma un eje de suma importancia estratégica en donde
además de encontrarse las Malvinas y la Antártida todos los años perdemos
bastos recursos debido a la pesca ilegal. ¿Cómo debemos organizar a nuestras
fuerzas armadas ante una nueva generación de amenazas como son los ataques
informáticos? ¿De qué manera nos afectará el conflicto estratégico entre China
y Estados Unidos? ¿Qué modelo de industria para la defensa debemos adoptar?
¿Debe por ejemplo la Argentina comprar sistemas de armas en el exterior,
asociarse con potencias extranjeras para producir sus diseños en el país o, por
el contrario, buscar maximizar la autonomía que brinda la producción nacional?
Hasta ahora los costos que
ha tenido carecer de un sistema de defensa que esté a la altura de nuestras
necesidades no han sido catastróficos. Esto en parte se debió a que el
escenario internacional fue relativamente benévolo para un país como la
Argentina. Pero el contexto de creciente competencia estratégica entre dos
grandes potencias, que puede terminar trasladándose a nuestra región, no nos
deja margen para seguir ignorando los temas estratégicos.
El autor es secretario
general del CARI y global fellow del Wilson Center
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