POR HORACIO ROVELLI
El Cohete a la Luna, SEP 13,
2020
Sin Industria no hay Nación,
decía Carlos Pellegrini a fines del siglo XIX y en pleno apogeo del modelo agro
exportador, tenía en claro el rol generador de empleo y de innovación
tecnológica que implicaba la manufactura, único medio para integrar a todos los
sectores de la sociedad y generar mayor valor agregado a los eslabones de la
cadena productiva.
En nuestro país y siempre
según datos del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación,
a junio de 2020 (último dato disponible), se registran 9.475.600 personas
asalariadas. Esto incluye al
sector privado, con
5.781.000 personas asalariadas,
sector público nacional,
provincial y municipal (3.217.500
empleados)
trabajo en casas
particulares (477.100 trabajadores) .
A ellos se suman, 2.287.000
trabajadores independientes (monotributistas y autónomos), con un total de
11.762.600 personas ocupadas.
El primer problema es que al
ser unos 45.000.000 de habitantes y la tasa de actividad en torno al 47,2%, la
población en condiciones de trabajar es de aproximadamente 21.240.000 personas.
Esto explica por qué el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) cuenta a ese mes
con 8.750.000 beneficiarios, que perciben una ayuda de $ 10.000 por mes.
El segundo problema es que
la pandemia hace que muchos sectores productivos trabajen a media máquina o
menos, por lo que el gobierno de Alberto Fernández instrumentó la Asistencia al
Trabajo y a la Producción (ATP) que en el mes de junio de 2020 ayudó a 243.300
empresas a pagar parte de los salarios para un total de 2.687.100 de
trabajadores, por hasta dos salarios mínimos (que era de $16.875), es decir que
podían recibir hasta $ 33.750 por mes.
El 93,4% de las empresas
aprobadas en el Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción tiene hasta
25 empleados y genera 39,6% del total de empleo registrado, mientras que apenas
0,1% de las firmas que lo solicitaron poseen más de 800 trabajadores en su
plantilla y explican 12,7% del total de los trabajos registrados.
Otro problema es que, con el
gobierno de Cambiemos, la industria —que es la más dinámica creadora de bienes—
dejó de ser la mayor empleadora en el sector privado (con 1.076.900
trabajadores a junio de 2020) y en cambio, el mayor empleador pasó a ser el
comercio y reparaciones, que no generan producto, con 1.090.700 dependientes .
Finalmente el salario bruto
en blanco, con aportes previsionales y sociales promedio de todo el sector
privado argentino fue de $ 69.040 (unos U$S 700) [1] . Esto quiere decir que
neto es algo menor a los $ 60.000, cuando según el INDEC la Canasta Básica
total para una familia compuesta por matrimonio y dos hijos fue de $ 43.810,7
para el mes de junio 2020, por lo que hay una gran cantidad de trabajadores que
perciben una remuneración por debajo de la línea de pobreza. Trabajan y son
pobres.
Campo e industria
De acuerdo a los datos
estadísticos disponibles, apenas el 10% de la población económicamente activa
de la Argentina se dedica a tareas rurales. Esto significa aproximadamente 1.170.000 en tareas directas
e indirectas ligadas a la producción y
comercialización agropecuaria.
En su libro La Argentina
agropecuaria, Mempo Giardinelli y Pedro Peretti no solo demuestran que “el
campo” no es de todos, sino que pertenece a una minoría. En un país con 45
millones de habitantes, hay unas 6.000 familias que controlan el 48 por ciento
de la tierra. Eso es latifundio y oligarquía. Sumémosle la administración de
los principales puertos del país y la doble contabilidad para subfacturar y
triangular exportaciones como nos demuestra palpablemente el caso Vicentin
SAIC. Esto muestra que seguimos dependiendo del sector que es responsable del
65% de las ventas externas del país y que seguramente ese porcentaje va a ser
mayor este año por la excelente cosecha 2019/20, de 147 millones de toneladas
de granos, los buenos precios internacionales y la demanda sostenida de
alimentos de un mundo que debe mantener parte de su población en su casa por
Covid-19, por un lado, y la creciente necesidad de fiscalización y control del
sector, por otra parte.
Pero la pandemia alguna vez
cesará y, merced al profesional trabajo del equipo dirigido por el ministro
Martín Guzmán, se pagarán solamente intereses de la mayor parte de la deuda
externa argentina hasta julio de 2024, por ende el marco es propicio para
invertir en la industria, adquirir máquinas y equipos específicos para usarlos
por décadas. Se requiere simultáneamente del reclutamiento y calificación de
los recursos humanos, del desarrollo de capacidades tecnológicas, insertarse en
los mercados internacionales de forma de generar mayor escala para sustituir
importaciones, crear y fortalecer firmas proveedoras, disponer de energía,
entre otros factores, junto a una banca de desarrollo que brinde el
financiamiento a largo plazo.
Partimos de una masa crítica
importante en el sector, donde existen capacidades acumuladas significativas y
trayectorias de aprendizaje considerables como para adaptarse al nuevo mapa
global sin entrar en directa competencia con el este asiático, que combina
altas mejoras en la productividad con salarios bajos, sino, al contrario,
buscando la complementariedad de nuestra economía con ese subcontinente.
Algunos ejemplos:
La rama automotriz. Toyota y
Ford presentaron sendos programas de inversión para exportar vehículos y piezas
de precisión desde la Argentina a la región. Ford produjo 900.000 camionetas en
su planta de Pacheco, de las cuales exportó 600.000 a México, Brasil, Venezuela y demás países de
la región;
la producción de autopartes;
la industria química;
la farmacéutica;
la producción de bienes de
capital;
el software,
pueden vender en el mercado
interno y exportar. En ello juega a favor la brutal depreciación de nuestra
moneda en el gobierno de Cambiemos (el dólar pasó de valer $ 9,60 a $ 63 en
cuatro años) que hace que el costo de insumos y de la mano de obra, tasada en
dólar, sea sumamente competitivo. También el gobierno de Alberto Fernández,
presionado por la demanda de divisas de los sectores financieros y
especulativos, ha continuado depreciando nuestra moneda.
Ese mismo tipo de cambio
alto gravita y gravitará en las exportaciones agropecuarias y agro industriales
(complejo oleaginoso en granos, harinas, pellet y aceites; complejo cerealero;
carnes y cueros bovinos; lácteos, etc.), garantizando el necesario ingreso de
divisas y traccionando a la industria metalúrgica de maquinarias agrícolas.
En paralelo, se debe adoptar
una estrategia defensiva en sectores muy sensibles a la competencia extranjera
(textil-indumentaria, muebles o parte de la metalmecánica), muy generadores de
empleo, pero con enormes dificultades para competir, pese a que, repetimos, en
dólares el costo de insumos y de la mano de obra es similar al de la República
Popular China, por ejemplo.
En plena pandemia la
industria argentina al mes de julio 2020 trabaja al 56,8% de su capacidad
instalada. Según el INDEC, la cifra registró su tercera mejora mensual
consecutiva y tuvo su menor baja interanual desde que comenzó la pandemia,
aunque permaneció 1,9 puntos por debajo del nivel de julio de 2019.
La Argentina actual se encuentra
en una buena posición para despegar de la recesión, dinamizar el mercado
interno y a la par competir interna y externamente en la cadena agro industrial
y en importantes sectores de la industria manufacturera para generar puestos de
trabajo. En un principio con las remuneraciones actuales, pero a medida que se
crezca, la dinámica propia del crecimiento y de la mayor demanda de mano de
obra corregirá el salario, donde la productividad debe alcanzarse por la
dotación del capital y la innovación tecnológica. Camino realizado por Néstor
Kirchner cuando se encontró con un tipo de cambio competitivo y con una tasa de
desocupación abierta del 25% de la población económicamente activa cuando
asumió como Presidente de le República el 25 de mayo de 2003.
El previsible impedimento
Si lo descripto es alentador
tras el derrape de la economía en el gobierno de Cambiemos y por la pandemia,
no es menos cierto que existe un fuerte impedimento. Nuestra economía es
complementaria con la de la República Popular China [2], que hoy en día es
nuestro principal socio comercial y con planes de inversión en la Argentina en
energía, en minería, en producción agropecuaria, en industria y en tecnología.
Pero eso no es del agrado de los Estados Unidos, cuyo Presidente, Donald Trump,
en su discurso del 8 de septiembre de 2020 afirmó “que el dinero que Beijing
obtiene del comercio con Estados Unidos lo destina al desarrollo militar: toman
nuestro dinero y lo gastan en la construcción de aviones, barcos, cohetes y
misiles», para terminar afirmando que si él pierde las elecciones de su país,
gana China. Además de acusar a China del virus Covid-19 y de penar con mayores
aranceles a las empresas norteamericanas que producen en esa Nación.
En ese marco, los Estados
Unidos utilizarán toda su influencia para limitar los acuerdos que como nación
soberana queramos hacer con el país asiático, e incluso emplearán al FMI, que
es nuestro mayor acreedor externo, por una suma de unos 45.000 millones de
dólares, a imponernos como condición esas limitaciones.
Debemos tener en claro que
defender los intereses del país y propiciar el crecimiento sostenido para
generar trabajo y mejorar la redistribución del ingreso es el objetivo a
perseguir. De otro modo, seremos dependientes de Norteamérica y de la venta de
productos primarios, que implica una sociedad dual con una minoría enriquecida
y la mayor parte de la población sin saber a ciencia cierta de qué va a vivir,
si es que puede.
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