Por Ximena Casas
Infobae, 26 de Julio de 2020
El Gobierno ya está
analizando distintas alternativas para implementar un programa de renta básica
o ingreso básico universal luego de la cuarentena. La idea es que reemplace al
Ingreso Familiar de Emergencia (IFE), el programa que ofrece un bono de $10.000
a trabajadores informales, monotributistas sociales y empleadas domésticas, y
que en agosto iniciará su tercera ronda de pago.
En las alternativas para
implementar el programa están trabajando la Jefatura de Gabinete, tres
ministerios -Economía, Desarrollo Social y Trabajo- y la Anses que por su
capilaridad será la encargada de llegar a los futuros beneficiarios. Hasta
ahora, en lo que coinciden es que el beneficio reemplazará al pago del IFE,
pero no a otras prestaciones como la Asignación Universal por Hijo (AUH) o
embarazo, que se mantendrán como hasta ahora.
Hasta ahora en lo que
coinciden los organismos que analizan el cambio es que se reemplazará al pago
del IFE, pero no abarcará a otras prestaciones como la Asignación Universal por
Hijo (AUH) o embarazo
“Se está pensando en un
beneficio para personas en mayor estado de vulnerabilidad luego de la
cuarentena. El IFE dejó un mapa claro de la situación”, comentaron fuentes
cercanas al Gobierno. En ese mapa, por ejemplo, quedó en evidencia que 4
millones de personas nunca habían tenido un trabajo en blanco o una cuenta
bancaria. Ese número sería el piso de beneficiarios a los que está pensando
llegar el Gobierno con la renta o el ingreso universal.
Una de las opciones más
avanzadas es que el programa estará también orientado hacia el empleo. Por
ejemplo, una de las posibilidades en estudio es que las personas que lo reciban
tengan además un proceso de capacitación y de inserción laboral en el sector
privado. Por ejemplo, que las empresas puedan emplear a los beneficiarios, en
una primera instancia, con fondos del Estado.
Otro
aspecto importante en el que se trabaja es que no haya intermediarios entre el
Estado y los beneficiarios. “Que el registro y el criterio de elección esté en
manos del Estado y no de organizaciones intermedias”,
destacaron los informantes.
“En el mundo ya hay un
debate sobre el ingreso universal, a la luz de la inequidad y de las
vulnerabilidades desnudadas por la pandemia. Más aún en países en desarrollo,
donde el 50% de los trabajadores son precarios con ingresos inestables que caen
a pique en las crisis. Pero no hay que confundir los términos: pocos países en
desarrollo tienen los recursos fiscales para un ingreso universal”, señaló el
economista Eduardo Levy Yeyati, decano de la Escuela de Gobierno de la
Universidad Torcuato Di Tella.
“Lo que hoy se discute son extensiones de los
programas existentes, como la AUH para menores o la PUAM para adultos mayores o
el reciente IFE. En este sentido, las propuestas apuntan a un piso de ingreso
para eliminar la pobreza extrema y el hambre, más que a una renta universal
para la que deberíamos ver primero un fuerte crecimiento del ingreso per cápita
y una recomposición de las cuentas públicas”, agregó.
Aunque aun no hay
precisiones sobre la implementación, podría considerarse como un ingreso mínimo
universal a una transferencia equivalente a la línea de indigencia, no por
hogares como el IFE, sino por persona, a los mayores de 18 años que no perciban
ingresos. En ese caso, cada beneficiario debería tener una cuenta bancaria
gratuita.
Antecedentes internacionales
y limitaciones
Sin embargo, Levy Yeyati
alertó sobre las dificultades que suelen tener los programas de inserción
laboral. “Hoy los programas sociales ya piden esa contraprestación laboral, que
suele reducirse al filtro de las organizaciones sociales, sin creación genuina
de trabajo. Es ingenuo pensar que los beneficiarios de estos programas
conseguirán un empleo en relación de dependencia: la Argentina, como muchos
países en desarrollo, no crea suficientes empleos ni siquiera para su clase
media formada, por eso los únicos trabajos que crecen son los precarios,
independientes o informales”.
“Pedir
una contraprestación laboral suena bien pero en la práctica es una invitación a
inventar trabajos ficticios y solo fortalece el rol de los intermediarios.
Tiene más sentido que el programa sea universal, es decir, no condicionado,
acompañado de un programa serio de formación y certificación laboral”,
opinó Levy Yeyati.
La financiación del
programa, en tiempos de aumento del gasto público, será una de las claves.
“Esos programas requieren aumento de gasto permanente, no de única vez. Por lo
tanto hay que saber que, a menos que reemplaces otros programas, el gasto total
aumentará. La Argentina tiene déficit crónico que no puede financiar”, advirtió
Juan Luis Bour, director de la Fundación de Investigaciones Económicas
Latinoamericanas (FIEL).
A nivel global, hubo varios
intentos en Europa de implementación programas de renta básica. En Finlandia,
entre 2017 y 2018, estuvo dirigido a desempleados a los que se les dio 560
euros, pero no fue continuado. En Barcelona, en 2018, hubo un proyecto
(B-Mincome) para familias de barrios pobres. Y en Suiza se realizó un
referéndum para ver si la población estaba de acuerdo, pero fue rechazado.
Ahora, con la crisis pospandemia, el tema se vuelve a debatir.
“En la Argentina se podría hacer un ingreso
universal reemplazando a todo el gasto asistencial que está muy superpuesto y
desordenado, con repartos de dinero del Misterio de Desarrollo Social hacia las
organizaciones sociales. Se puede llegar a pensar en unificar todo el gasto
asistencial en una renta universal, pero no sería una solución a la pobreza“,
detalló Jorge Colina, de Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa).
“Los países avanzados llegan
a pensar en un ingreso universal porque todo el mundo genera ingreso y la
mayoría altos ingresos. La Argentina es un país muy empobrecido, donde la gran
mayoría es pobre. Es muy inconsistente en la Argentina”, agregó Colina.
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