los muchos porqués de un crimen saudí
Souad Sbai
Brújula cotidiana,
03-03-2021
Desclasificando un
informe de la CIA más de dos años después, el nuevo presidente de Estados
Unidos reabre el caso Khashoggi. El periodista, asesinado en el consulado saudí
en Estambul en 2018, estaba vinculado a los Hermanos Musulmanes. Promovía su
agenda en el Washington Post.
La larga ola del
caso Khashoggi ha vuelto al centro de los turbulentos acontecimientos de
Oriente Medio. Y los puntos interrogativos, a más de dos años de distancia
después del fatídico 2 de octubre de 2018, están aumentando en lugar de
disminuir. Sin embargo, no es lo ocurrido en el consulado saudí en Estambul lo
que plantea nuevas interrogantes, ni los antecedentes que llevaron al macabro
asesinato, del que ya se ha hablado y escrito abundantemente. Más bien, es la
necesidad de comprender plenamente cuáles son las razones que llevaron al nuevo
presidente de los Estados Unidos Joe Biden a hacer público, poco después de su
toma de posesión, el famoso informe de la CIA en el que se señala al príncipe
heredero saudí Mohammed bin Salman como instigador de la matanza: ¿verdadero
sentido de justicia o detrás se esconde el deseo de reorientar en una
determinada dirección la política exterior estadounidense, condicionando al
mismo tiempo el curso de los acontecimientos en Oriente Medio y el Golfo?
Para la honestidad intelectual, reiterada la condena
más absoluta a la muerte horrible y cruel infligida a Khashoggi, uno no puede
dejar de preguntarse por cuál motivo se ignoran por completo las relaciones que
mantiene el periodista con el islamismo militante, aquel integrado por Qatar,
la Turquía de Erdogan y los Hermanos Musulmanes. El propio Washington Post admitió en un artículo del
23 de diciembre de 2018, que los editoriales de Khashoggi publicados en sus
columnas se inspiraron en la directora de la Qatar Foundation International, la
exdiplomática Maggie Mitchell Salem, revelando el contenido inequívoco de
algunos mensajes telefónicos entre los dos, que eran sólo una mínima parte de
una colección mucho mayor de conversaciones (unas 200 páginas) obtenidas por el
periódico.
Se trata de
documentación relevante, que arroja luz sobre las relaciones de Khashoggi
también con el Council on American-Islamic Relations (CAIR), el principal brazo
operativo de los Hermanos Musulmanes en Estados Unidos y con altos funcionarios
del gobierno turco. El Washington Post ha manifestado que no tiene conocimiento
de todo esto, naturalmente para descartar cualquier hipótesis de implicación. El caso es que en nombre de la libertad de
prensa (sacrosanta) el Washington Post publicó editoriales de Khashoggi en las
que se relanzaba la perspectiva de la llamada “Primavera Árabe”, es decir, el
proyecto de conquista de Oriente Medio de la Hermandad Musulmana, con el apoyo
de sus patrocinadores más ardientes - Qatar y Turquía de hecho -, bajo el
disfraz de revoluciones desatadas en nombre de la democracia y la libertad
(ver, por ejemplo, Estados Unidos se equivoca sobre la Hermandad Musulmana, del
28 de agosto de 2018).
El momento
histórico en el que se insertan los editoriales es el del contraste entre Qatar
y el Cuarteto antiterrorismo árabe, encabezado por Arabia Saudí. Donald Trump
había dado pleno apoyo a los argumentos del Cuarteto, que también incluía a los
Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Egipto, acusando a Qatar de apoyar el
terrorismo y de querer designar a los Hermanos Musulmanes como organización
terrorista. Aclarado el punto de partida, la administración Trump se dedicó
luego a promover la reconciliación, hasta la cumbre de Al Hula del 5 de enero,
que marcó el fin del embargo contra Qatar y fue inaugurada con el abrazo entre
Mohammed bin Salman y el Emir de Qatar, Tamim Al Thani.
La línea
diplomática de equidistancia (en este sentido, conviene recordar la cumbre
amistosa entre Trump y Al Thani en Washington en julio de 2019), sin embargo,
no cuestionó la posición del antecesor de Biden, profundamente opuesta a los
terremotos en el orden del Medio Oriente, que pretenden imponer dictaduras
islamistas. Para ello, había establecido que el informe de la CIA sobre
Mohammed bin Salman debía permanecer clasificado, sabiendo que al entregarlo a
los medios reavivaría las indomables ambiciones de una nueva “Primavera Árabe”
de la que Qatar y Turquía son portavoces.
Desclasificando el
informe, ¿ha sucumbido Biden a la presión de quienes pretenden explotar el caso
Khashoggi para hacer retroceder a la región en el tiempo, a la temporada de
conflicto permanente, en nombre y por cuenta de los Hermanos Musulmanes? Además, el “doble estándar” en materia de
derechos humanos es evidente. De hecho, la nueva administración estadounidense
y los medios de comunicación ignoran las innumerables víctimas y las
atrocidades que trajo consigo la “Primavera Árabe”, junto con las violaciones
de derechos humanos que ocurren a diario en Irán, donde continúan sin cesar los
ahorcamientos de disidentes, ya torturados y encarcelados en condiciones
inhumanas en las cárceles del régimen khomeinista, porque están luchando -
realmente - a favor de la democracia y la libertad.
Los muertos
asesinados por el islamismo también cuentan, mientras que la gran parte del
Medio Oriente ya ha rechazado inequívocamente la perspectiva de la Hermandad
Musulmana en el poder, buscando en cambio la paz y la seguridad, como lo
demostraron tanto los Acuerdos de Abraham como la cumbre de Al Hula. Biden
debería continuar por este camino, no para seguir la línea de Trump, sino para
marcar una discontinuidad significativa con Obama y la condescendencia de su
administración con las fuerzas islamistas. Las primeras señales no son
alentadoras.
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