Enrique San Valentín
Cadenaser, Madrid,
22/08/2020
Los
últimos datos hablan de 4.161 actos extremistas en los primeros seis meses de
2020, que han dejado 12.507 muertos, sobre todo civiles.
Unas cifras que suponen un incremento de casi el 30%, aunque en algunos
territorios es aún mayor. Es el caso del Sahel, un territorio situado al sur de
países como Marruecos y Argelia, en pleno corazón del desierto del Sáhara.
Con más de 3.000 kilómetros
cuadrados de extensión, el Sahel abarca países como Mali, Mauritania, Níger,
Nigeria, el Chad o Sudán. Las bandas yihadistas están presentes en la mayor
parte de ellos, pero preocupa la llamada “triple frontera”, entre Mali, Burkina
Faso y Níger. Según la experta en yihadismo Pilar Rangel, “es la zona donde se
produce el mayor número de ataques y atentados terroristas”.
Captaciones sencillas
Los países del Sahel
incluyen algunos de los más pobres del mundo. Y a la crisis económica, indica
Rangel, se añaden “el cambio climático, la existencia de gobiernos débiles y
que no controlan la mayor parte de su territorio, y que en estos países se
concentra la mayoría de bandas de crimen organizado”. Es decir, existe un
conjunto de factores que facilitan la expansión de los grupos yihadistas.
Y es que la falta de
oportunidades y la escasez de recursos que caracterizan al Sahel se traducen en
una captación más sencilla. En palabras de Rangel, “cuando llega un grupo
terrorista, lo que buscan las personas es vivir día a día”. De hecho, habla de
que hay gente que se une a estos grupos “como medio de subsistencia”. Pero,
además, los yihadistas usan la política como un arma arrojadiza.
“Cuando llegan a un pueblo y
matan al líder, están lanzando un mensaje muy claro. Y es que el estado no
puede proteger a la población”, afirma Juan Mora, coronel en reserva y analista
durante cinco años en el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE). “Es
decir, la población al final los apoya”. Y esto, según el coronel Mora, podría explicar
qué está fallando en un territorio que cuenta con más de 25.000 militares,
desplegados en operaciones internacionales.
Impulsados por el
coronavirus
Además de factores
estructurales relacionados con la situación política, social y económica del Sahel,
el COVID-19 se ha convertido en una bomba de oxígeno para los grupos
yihadistas. Porque África es el continente que menor incidencia tiene del
virus, pero también es una de las zonas del mundo con peores sistemas
sanitarios. “El estado tiene ahora otras prioridades. En este caso, frenar la
pandemia”, sostiene el coronel Mora.
Este argumento lo comparte
el investigador del Centro Africano de Estudios Estratégicos (ACSS, por sus
siglas en inglés), aunque añade que el coronavirus es solo otro de los factores
no estructurales que ayudan al yihadismo: “siempre que los gobiernos regionales
tienen que concentrar sus esfuerzos en elementos que no son las operaciones
contra el terrorismo, estos grupos salen beneficiados”.
Precisamente otro de esos
elementos es el golpe de estado en Mali del pasado martes. Un grupo de
militares decidió tomar el poder y encarceló a varios cargos del gobierno,
incluido el presidente, que dimitió esa misma tarde. La comunidad internacional
ya ha condenado el golpe, mientras los militares proclamaban su intención de
convocar unas elecciones de las que no se ha vuelto a hablar.
Pero más allá de las
circunstancias, esto puede ser otro impulso para los grupos yihadistas. Porque,
recordemos, la frontera de Mali, Burkina Faso y Níger es el epicentro del
terrorismo yihadista. “Es una nueva debilidad que van a aprovechar estas
bandas. Porque, como dijo el representante de la Unión Europea en el Sahel,
Ángel Losada, no habrá paz en el Sahel si no hay paz en Mali”.
Consecuencias a largo plazo
Si el epicentro de los
ataques es esa “triple frontera”, el foco está puesto en la población civil.
Para hacerse una idea, solo en Mozambique, uno de los países que empiezan a
verse afectados por el yihadismo, el 78% de los ataques se ha dirigido a la población
civil.
“Durante los dos últimos
años, el objetivo eran los militares. Pero sí estamos viendo un cambio de
estrategia, porque ahora los ataques están centrados en población civil”,
explica José Luengo-Cabrera, investigador del Sahel para el think tank Crisis
Group, que alerta de la vinculación de los atentados contra escuelas con la
guerra cultural.
Según Luengo-Cabrera, “al
menos el 95% de los ataques, o incluso más, contra las escuelas siempre son
atribuidos a grupos yihadistas. Es una forma de protesta contra esa educación
que se percibe occidental o, al menos, francesa”. La consecuencia más inmediata
es que 5.400 escuelas están cerradas, lo que se traduce en que unos 700.000
estudiantes no pueden ir a escuela.
Sin un acceso a la
educación, esa falta de oportunidades y recursos que caracterizan al Sahel
puede derivar en que esos niños acaben captados por grupos yihadistas. Para
solucionar la situación, como concluye Rangel, “mayor implicación de la
comunidad internacional. Pero esa respuesta tiene que ser coordinada y siempre
con el apoyo de la población”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario