Por Gustavo Ramos *
Veritas liberabit vos.
San
Martín ¿‘proscripto’? Así lo llamó el
poeta, escritor, abogado y político que fue Belisario Roldán, en el célebre
discurso pronunciado al inaugurarse el monumento al héroe en Boulogne Sur Mer,
el 24 de octubre de 1909. Es que alcanzó Roldán a conocer y a vivenciar todavía
el carácter de proscripto que muchos dirigentes y supuestos próceres le
prodigaron al Padre de la Patria.
En
memorable ocasión, el entonces Presidente Nicolás Avellaneda había expresado la
señera verdad: ‘Los pueblos que olvidan
sus tradiciones pierden la conciencia de su destino, mientras que los que se
apoyan sobre tumbas gloriosas son los que mejor preparan su porvenir.’ Fue
el 5 de abril de 1877, invitando a la repatriación de los restos del General
José de San Martín.
Ahora
bien, buscar la verdad y evitar la ignorancia es uno de los principios
fundamentales del Derecho Natural Clásico, tal como leemos en Santo Tomás de
Aquino, aunque, como decían los antiguos romanos, veritas solet ese amara, la verdad suele ser amarga. Pero peor, es
olvidar o sostener una tradición viciada por apócrifa.
Como
debido y sentido homenaje al Santo de la
Espada, así lo llamó Ricardo Rojas, y no habiendo otros homenajes posible a
la vista, escribo unas pocas líneas en carácter de aproximación a un mejor
conocimiento del inmerecido destrato que recibió el Gran Capitán, extensivo que
fue al glorioso cuerpo de Granaderos a Caballo que fundara.
Limitaré
mi breve artículo a sólo unos breves sucesos ilustrativos.
El
plan sanmartiniano de liberación se articulaba en dos brazos de una pinza: el
Ejército de los Andes hacia la capital del virreinato del Perú por mar, la una;
el Ejército Auxiliar del Norte por Humahuaca, la otra. En 1919, el Director
Supremo Rondeau ordenó a los dos ejércitos abandonar la lucha de liberación y
bajar a aplastar disensos provinciales. San Martín, como es sabido,
desobedeció. Belgrano obedeció, ordenando la marcha hacia el sur de su
ejército, pero, enfermo, solicitó licencia. El 8 de enero de 1820, en Arequito,
Santa Fe, acaudillada por el Jefe del Estado Mayor, Cnel. Mayor Juan Bautista
Bustos, se produce la sublevación del Ejército del Norte contra el régimen
directorial, que hacía tiempo venía utilizando parcialmente a este ejército en
cuestiones intestinas y subalternas, comprometiendo el objetivo
independentista. San Martín, desde Lima, reclama el retorno del Ejército del
Norte, estacionado en Córdoba a su función de brazo de la pinza. Envía al Cnel.
peruano Gutiérrez de la Fuente con dos objetivos: reconocer a Bustos como Jefe,
y a sabiendas de que éste no cuenta con los recursos para mover hacia el norte
el ejército, solicitar a Buenos Aires los los medios económicos. Rivadavia,
ministro entonces de Martín Rodríguez, se los niega, pretextando planes de
educación, cuando se jugaba la independencia de medio continente! Tales planes,
por lo demás, no se cumplieron. Esto es lo que determina la pérdida del Alto
Perú, porque lo que debía hacer el Ejército del Norte, hubo de hacerlo Sucre,
el lugarteniente de Bolívar. Y determina también la abdicación de San Martín en
Guayaquil. La actitud incalificable de Rivadavia es la misma que adoptaría
respecto de la guerra con Brasil, cuando, ya Presidente, después del triunfo de
Ituzaingó, expedita la vía a la derrota total del Imperio, Alvear solicita
fondos imprescindibles para la victoria absoluta, y, sin embargo, Rivadavia se
los niega, remitiendo la cuestión al congreso de Córdoba, que es boicoteado por
los propios diputados del Presidente. Eso sí, para apoyar a los liberales
españoles, triunfantes entre 1820 y 1823, contra la nueva intervención
francesa, esta vez por parte de la Santa Alianza en favor del absolutismo,
propuso, en 1822, una convención de paz con la Madre Patria, que incluía una
ayuda nuestra de $ 20.000.000 para sostener la causa de los liberales en la
Península! Cifra que, como observa Ernesto Palacio, hubiera bastado para ‘barrer de América los últimos restos del
poder español’. Felizmente, la iniciativa abortó.
Retornado
el Gral. San Martín a Mendoza en enero de 1823, solicita autorización para ir a
Buenos Aires, encontrándose gravemente enferma su esposa. Rivadavia le niega la
autorización, haciéndole saber incluso, como amenaza, que su vida corre peligro
en Buenos Aires. Las razones de los detractores del héroe se vinculaban a su
desobediencia a la orden de Rondeau y a su mirada inclinada hacia personajes
federales. Finalmente, San Martín viaja de incógnito a Buenos Aires, pero su
esposa ya ha fallecido. Estanislao López, enterado de la desgraciada situación,
le remite una carta en la que le dice que cómo no lo anotició, porque él, con
su ejército, lo hubiera conducido en triunfo a Buenos Aires. El Libertador se
ve forzado a negociar su partida al exilio.
El
19 de febrero de 1826, arriban a Buenos Aires los últimos y gloriosos
Granaderos, 78 hombres al mando del Coronel paraguayo Bogado. Designados por
Rivadavia escolta presidencial, luego enviados a la guerra con Brasil. El
Presidente, finalmente, disuelve el regimiento insignia de la libertad
americana, creado por su heroico y proscripto jefe.
Para
Rivadavia, lo que importa es paz a toda costa, aun sin honor ni independencia,
ni grandeza nacional; importan los negocios, los intereses, la libertad para
los negocios, sobre todo a favor de Europa, y, en particular, en favor de
Inglaterra. Nada de población autóctona considerada bárbara, nada de
tradiciones o de religión tradicional. A causa de este personaje, pues,
perdimos Bolivia y perdimos, en las negociaciones, la guerra ganada al Brasil.
Así perdimos Uruguay y hasta Río Grande del Sur. En este caso, Rivadavia culpó a José Manuel
García, diciendo que se había excedido en sus facultades, pero los diputados
adictos al Presidente boicotearon en el congreso el análisis de las
instrucciones secretas que le había dado a García. Por otra parte, Rivadavia
cultivaba amistad y relación epistolar con el inglés Jeremy Bentham, fundador
de la perversa doctrina del utilitarismo, según la cual, es lícito y ético
sacrificar al inocente, si con esto se obtiene mayor placer para el mayor
número, ello sin contar con la explícita promoción de la usura y el onanismo.
Bartolomé
Mitre, por su parte, exalta a San Martín, pero sólo como militar; al final de Historia de San Martín y de las emancipación
sudamericana, sólo hace algunas referencias generales a las ideas de
libertad del Gran Capitán, contraponiéndolas con las dictatoriales de Bolívar.
Otro principio del Derecho Natural Clásico es el de dar a cada uno su derecho.
La obra de Mitre es, con todo, a pesar de los ‘nobles odios’ con que ha de escribirse la historia, según confesó
a su discípulo Adolfo Saldías, un importantísimo aporte y punto de referencia.
Así también lo es su Historia de
Belgrano. Cabe además hacerle honor
por haber sido, hasta donde conozco, el primero en rescatar el mito de Santos
Vega. Ahora bien, este ‘general litarario’, pues nunca ganó una sola batalla,
dado que Pavón fue victoria de Urquiza, quien la traicionó tras negociaciones
masónicas retirándose del campo de batalla, exalta a las nubes a Rivadavia,
pero oculta, como queda dicho, el pensamiento político de San Martín. Es más,
en acto incalificable, quemó muchas cartas del Libertador por considerarlas
intrascendentes! Qué casualidad!, el fuego también consumiría luego su archivo
sobre la guerra con el Paraguay! ¿A qué habrá obedecido el soslayo del
pensamiento político de San Martín? Ya lo veremos.
Alberdi
consideraba a Rivadavia como su precursor e inspirador. No es casual entonces
su posición respecto del Libertador, cuando el tucumano logró un destacado
lugar en el concierto político.
Resultarán ilustrativas algunas de sus referencias al héroe. Algunos
colegas me han sugerido no abundar en precisiones respecto de las citas para no
sobrecargar el discurso; creo que algo de razón les asiste, pero, dado lo
incalificable de las referencias de Alberdi al Padre de la Patria, preferiré
ser meticuloso en este caso, porque el tucumano expresa lo que muchos
contemporáneos suyos pensaron y contribuye a entender por qué San Martín fue un
proscripto. Para Alberdi hay que traer inmigración sajona, pues, al igual que
Rivadavia, nada se puede hacer con el criollaje; hay que obtener paz a toda
costa; libertad para los negocios, sobre todo, en favor de Inglaterra. No puedo
entrar aquí en detalle, pero ya en las Bases,
el tucumano advirtió que no le interesaba el régimen político, si unitario, si
federal, etc., sino sólo unos pocos principios económicos. En Sistema económico y rentístico de la
Confederación, aclara y reafirma lo dicho Bases: la Constitución le interesa, fundamentalmente, para imponer
la doctrina económica de Adam Smith.
Una
aclaración sobre el libre cambio. Para el realismo político, el problema es que
se lo proponga como un dogma y no como una cuestión estratégica prudencial, tal
como lo es el `proteccionismo. El mercado libre absoluto equivale a la
disolución del Estado en la anarquía. El estado totalitario es monstruoso.
Desde Benedetto Croce, el pensador liberal italiano más importante del siglo
XX, hasta nuestro Julio Irazusta, sostienen el carácter prudencial y no
dogmático del liberalismo económico. Lo que Rivadavia y Alberdi no veían o no
querían ver, era la gran ventaja que el mercado libre como dogma, significaba
para la Inglaterra industrializada, en contraposición a nuestra ruina. Los
E.E.U.U. se hicieron grandes gracias a la doctrina de Alexander Hamilton: 150
años de protección económica, testimonio que tantas veces se olvida o soslaya
sibilinamente.
Pero
volviendo al proyecto constitucional concreto, en las Bases, en nota al art. 84, Alberdi previene que el Presidente no
debe jurar la defensa de ‘la integridad
del territorio’!!! No resultará
extraño, entonces, que en Estudios
económicos, por ejemplo, nos diga: ‘Si
la ciencia que tiene por objeto según Smith [Adam], aumentar la riqueza y el poder de la nación, es la economía y no la
guerra, ¿a qué necesidad económica de las presentes, responde la consecuencia
que resulta de las vidas de Belgrano, San Martín y Bolívar?[1] O
que en América, diga que ‘San Martín gozó por sus victorias felices y
fáciles, en la guerra de la independencia;’ [2] Y que, en la misma obra, prodigue al
Libertador otro agravio incalificable y más grave aun, al decir que San Martín ‘solo sea libertador de su país propio, por
carambola’ y que Mariano Balcarce, el yerno del héroe, ‘Fiel discípulo y leal imitador del ejemplo de su padre San Martín, ha
probado su amor á la patria argentina por dos medios: 1º quedando a tres mil
leguas de su suelo pasa siempre; 2º enriqueciendo con lucros derivados de sus
servicios hechos á la patria, lo que vale decir sirviéndose de su patria para
enriquecer y vivir bien, lejos de ella.’[3] Y
que en la misma obra diga que ‘San Martín
hizo la guerra de ambición, no la guerra de libertad’ y que ‘El culto á San Martín, es el culto á la
guerra, es decir, al crimen, a la barbarie.’ [4] Lo que ofusca al tucumano, es la
defensa del suelo patrio, como vimos al respecto en las Bases, ut supra. Ello
porque no quiere la independencia, sino la dependencia argentina, propone como
gobierno, monarquía constitucional bajo un protectorado anglo-francés, según
confiesa ser su verdadero proyecto político, en Del Gobierno en Sud América, sobre todo en los tres últimos
capítulos, VII, VIII y IX y en la Conclusión.[5]
Pero Alberdi no se conforma con la sola sumisión política señalada; aspira a
cambiar nuestra cultura de raíz. En efecto, ya en las Bases, había dicho que el idioma inglés era el idioma de la
libertad, y, también que no había que hacer una constitución para el pueblo que
tenemos, pueblo inútil, sino hacer un pueblo para la constitución que él quería.
Por eso no resulta extraño que en la ya citada obra Sistema económico y rentístico de la Confederación, proponga que ‘Después de los cambios en la religión y en el idioma tradicional del
pueblo, ninguno más delicado que el cambio en el sistema de contribuciones.’
[6]
En síntesis, sin criollos,
indios y españoles inútiles (insultará también groseramente a los inmigrantes
italianos y a los nuevos españoles), sin idioma ni religión tradicionales, sin
integridad territorial, sin honor, sólo con intereses e inmigración sajona, sin
independencia sino con dependencia de un protectorado anglo-francés, ¿qué
quedaría de nuestra Patria?
Por
eso fustiga Alberdi al Libertador, en América,
porque el héroe entiende ‘la libertad, á
la española, la independencia del país respecto de todo gobierno extranjero.’
[7] Se
consuma así lo que Félix Luna llamó corte de manga a la patria vieja. Es que,
como advirtió Vicente Quesada, contemporáneo de la proscripción del Libertador:
‘Sé muy bien que ha habido un partido que
ha profesado la doctrina de que era preferible ser súbdito de una nación
extraña antes que someterse a los enemigos domésticos: me consta que muchos,
que aparecen en la historia como eminentes patriotas, han lamentado en el seno de la confianza que
los ingleses no nos hubieran conquistado definitivamente en 1806 y 1807;
algunos golpearon muchas puertas en busca de un rey para colocarlo en el trono
del Río de la Plata, y otros después, en las tristezas de la inmigración,
excitaron a Chile para que se apoderase del estrecho de Magallanes, que al fin
es hoy chileno! Solicitaron a la Francia y a la Gran Bretaña como aliados en
las cuestiones civiles y por último, hasta para vencer a Rosas recurrieron a
una coalición extranjera. De esta mezcla con los intereses extraños, de estos
antecedentes de un cosmopolitismo singular, ha resultado la tibieza del
espíritu patrio, enfermo como está, por una masa extranjera que sólo quiere
ganar y enriquecerse y cuya patria no está aquí sino en Europa.’ [8]
Por
todo ello el Padre de la Patria fue proscripto, su regimiento emblema disuelto
y sus restos repatriados con mucha menor prisa que los de Bernardino Rivadavia,
que llegaron en 1857, ‘prócer’ al que, insólitamente, se le tributaron los
honores de Gran Capitán. La correspondencia del Libertador, la que Mitre quiso
conservar, y algunas posteriormente descubiertas, terminan de explicar la
proscripción. A Rivadavia, por ejemplo, lo tacha de ‘innoble persona’ y adhiere a la dura descalificación que le
propina Vicente López en carta al héroe. Así también, por ejemplo, dice el
Libertador que ‘a Lavalle no lo fusilé en
Chile de lástima.’ Junto a esta relevante apreciación, hay que hacer
justicia a Lavalle sin embargo, en cuanto a haber sido un héroe de la
Independencia y un héroe de la guerra con Brasil, aunque fuese luego un
preclaro traidor a su patria, por aliarse con el extranjero. Para concluir en
este punto, cabe hacer mérito de la correspondencia del Libertador con Rosas, a más de legarle su sable. Para evitar
disputas vanas sobre este aspecto o sobre la supuesta masonería de San Martín,
o sobre otras calumnias, remito a la monumental obra en dos volúmenes del Prof.
Dr. Enrique Díaz Araujo, San Martín –
Cuestiones disputadas.[9]
Para
los detractores, antiguos y actuales del Libertador, cabría recordar aquí el
verso del Padre Castellani:
San Martín ha sido grande
Y hoy es grande su memoria
Pero no basta su gloria
Pa cubrir un hijo ruin
No es lo mismo San Martín
Que los que escriben su
historia.
Por
las razones expuestas, es que debimos esperar el comienzo efectivo del fin de
la proscripción, de la reivindicación del Libertador, hasta la presidencia de Nicolás
Avellaneda, que promueve en 1878, la repatriación de los restos, que llegaron
el 28 de mayo de 1880, reivindicación que se afirma con el segundo gobierno de
Roca y, en particular, con su ministro Tte. General Pablo Riccheri, con los
cuales vuelve también a su debido lugar el glorioso Regimiento de Granaderos a
Caballo. Y, para hacer justica, impulsa también la causa, poderosamente, el
Gral. Perón, al declarar Año del Libertador a 1950, al hacer imprimir
estampillas y billetes alusivos, y al imponer su nombre actual a la Avenida del
Libertador.
Para
concluir, vuelvo pues al discurso de Belisario Roldán con el que inicié el
presente trabajo conmemorativo, y digo con aquél: ‘Padre nuestro que estás en el bronce ….!
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· * Director
General del Instituto de Estudios Estratégicos
[1] - En “Escritos póstumos”. Buenos Aires,
Imprenta Europea, 1895. Vol I, pág. 94.
[2] - En “Escritos póstumos”. Buenos Aires, Imp. Cruz Hermanos, 1899. Vol.
VIII, pág. 419.
[3] - Ibidem, pp. 530 y
531.
[4] - Ibidem, pp. 70 y 230.
[5] - En “Obras selectas”. Prólogo de Joaquín V.
González. Buenos Aires, La Facultad, 1920. Tomo XIII,
[6] - Sistema
económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de
1853. Introducción de Martín García Mérou. Buenos Aires, Administración
General Vaccaro, 1921, pág. 190.
[7] - América,
ed.. cit., pp. 418 y 419.
[8] - Citado por PALACIO, Ernesto, en Historia de la Argentina. Octava
edición. Buenos Aires, Peña Lillo, 1975. Tomo II, pp. 186 y 187.
[9] - La Plata, Editorial UCALP, 2014.
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