martes, 18 de agosto de 2020

SAN MARTÍN EL PROSCRITO

 

                              

Por Gustavo Ramos *

          

                                                    Veritas liberabit vos.

 

 

            San Martín ¿‘proscripto’? Así lo llamó el poeta, escritor, abogado y político que fue Belisario Roldán, en el célebre discurso pronunciado al inaugurarse el monumento al héroe en Boulogne Sur Mer, el 24 de octubre de 1909. Es que alcanzó Roldán a conocer y a vivenciar todavía el carácter de proscripto que muchos dirigentes y supuestos próceres le prodigaron al Padre de la Patria.

            En memorable ocasión, el entonces Presidente Nicolás Avellaneda había expresado la señera verdad: ‘Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de su destino, mientras que los que se apoyan sobre tumbas gloriosas son los que mejor preparan su porvenir.’ Fue el 5 de abril de 1877, invitando a la repatriación de los restos del General José de San Martín.

Ahora bien, buscar la verdad y evitar la ignorancia es uno de los principios fundamentales del Derecho Natural Clásico, tal como leemos en Santo Tomás de Aquino, aunque, como decían los antiguos romanos, veritas solet ese amara, la verdad suele ser amarga. Pero peor, es olvidar o sostener una tradición viciada por apócrifa.

Como debido y sentido homenaje al Santo de la Espada, así lo llamó Ricardo Rojas, y no habiendo otros homenajes posible a la vista, escribo unas pocas líneas en carácter de aproximación a un mejor conocimiento del inmerecido destrato que recibió el Gran Capitán, extensivo que fue al glorioso cuerpo de Granaderos a Caballo que fundara.

Limitaré mi breve artículo a sólo unos breves sucesos ilustrativos.

El plan sanmartiniano de liberación se articulaba en dos brazos de una pinza: el Ejército de los Andes hacia la capital del virreinato del Perú por mar, la una; el Ejército Auxiliar del Norte por Humahuaca, la otra. En 1919, el Director Supremo Rondeau ordenó a los dos ejércitos abandonar la lucha de liberación y bajar a aplastar disensos provinciales. San Martín, como es sabido, desobedeció. Belgrano obedeció, ordenando la marcha hacia el sur de su ejército, pero, enfermo, solicitó licencia. El 8 de enero de 1820, en Arequito, Santa Fe, acaudillada por el Jefe del Estado Mayor, Cnel. Mayor Juan Bautista Bustos, se produce la sublevación del Ejército del Norte contra el régimen directorial, que hacía tiempo venía utilizando parcialmente a este ejército en cuestiones intestinas y subalternas, comprometiendo el objetivo independentista. San Martín, desde Lima, reclama el retorno del Ejército del Norte, estacionado en Córdoba a su función de brazo de la pinza. Envía al Cnel. peruano Gutiérrez de la Fuente con dos objetivos: reconocer a Bustos como Jefe, y a sabiendas de que éste no cuenta con los recursos para mover hacia el norte el ejército, solicitar a Buenos Aires los los medios económicos. Rivadavia, ministro entonces de Martín Rodríguez, se los niega, pretextando planes de educación, cuando se jugaba la independencia de medio continente! Tales planes, por lo demás, no se cumplieron. Esto es lo que determina la pérdida del Alto Perú, porque lo que debía hacer el Ejército del Norte, hubo de hacerlo Sucre, el lugarteniente de Bolívar. Y determina también la abdicación de San Martín en Guayaquil. La actitud incalificable de Rivadavia es la misma que adoptaría respecto de la guerra con Brasil, cuando, ya Presidente, después del triunfo de Ituzaingó, expedita la vía a la derrota total del Imperio, Alvear solicita fondos imprescindibles para la victoria absoluta, y, sin embargo, Rivadavia se los niega, remitiendo la cuestión al congreso de Córdoba, que es boicoteado por los propios diputados del Presidente. Eso sí, para apoyar a los liberales españoles, triunfantes entre 1820 y 1823, contra la nueva intervención francesa, esta vez por parte de la Santa Alianza en favor del absolutismo, propuso, en 1822, una convención de paz con la Madre Patria, que incluía una ayuda nuestra de $ 20.000.000 para sostener la causa de los liberales en la Península! Cifra que, como observa Ernesto Palacio, hubiera bastado para ‘barrer de América los últimos restos del poder español’. Felizmente, la iniciativa abortó.

Retornado el Gral. San Martín a Mendoza en enero de 1823, solicita autorización para ir a Buenos Aires, encontrándose gravemente enferma su esposa. Rivadavia le niega la autorización, haciéndole saber incluso, como amenaza, que su vida corre peligro en Buenos Aires. Las razones de los detractores del héroe se vinculaban a su desobediencia a la orden de Rondeau y a su mirada inclinada hacia personajes federales. Finalmente, San Martín viaja de incógnito a Buenos Aires, pero su esposa ya ha fallecido. Estanislao López, enterado de la desgraciada situación, le remite una carta en la que le dice que cómo no lo anotició, porque él, con su ejército, lo hubiera conducido en triunfo a Buenos Aires. El Libertador se ve forzado a negociar su partida al exilio.

El 19 de febrero de 1826, arriban a Buenos Aires los últimos y gloriosos Granaderos, 78 hombres al mando del Coronel paraguayo Bogado. Designados por Rivadavia escolta presidencial, luego enviados a la guerra con Brasil. El Presidente, finalmente, disuelve el regimiento insignia de la libertad americana, creado por su heroico y proscripto jefe.

Para Rivadavia, lo que importa es paz a toda costa, aun sin honor ni independencia, ni grandeza nacional; importan los negocios, los intereses, la libertad para los negocios, sobre todo a favor de Europa, y, en particular, en favor de Inglaterra. Nada de población autóctona considerada bárbara, nada de tradiciones o de religión tradicional. A causa de este personaje, pues, perdimos Bolivia y perdimos, en las negociaciones, la guerra ganada al Brasil. Así perdimos Uruguay y hasta Río Grande del Sur.  En este caso, Rivadavia culpó a José Manuel García, diciendo que se había excedido en sus facultades, pero los diputados adictos al Presidente boicotearon en el congreso el análisis de las instrucciones secretas que le había dado a García. Por otra parte, Rivadavia cultivaba amistad y relación epistolar con el inglés Jeremy Bentham, fundador de la perversa doctrina del utilitarismo, según la cual, es lícito y ético sacrificar al inocente, si con esto se obtiene mayor placer para el mayor número, ello sin contar con la explícita promoción de la usura y el onanismo.

Bartolomé Mitre, por su parte, exalta a San Martín, pero sólo como militar; al final de Historia de San Martín y de las emancipación sudamericana, sólo hace algunas referencias generales a las ideas de libertad del Gran Capitán, contraponiéndolas con las dictatoriales de Bolívar. Otro principio del Derecho Natural Clásico es el de dar a cada uno su derecho. La obra de Mitre es, con todo, a pesar de los ‘nobles odios’ con que ha de escribirse la historia, según confesó a su discípulo Adolfo Saldías, un importantísimo aporte y punto de referencia. Así también lo es su Historia de Belgrano.  Cabe además hacerle honor por haber sido, hasta donde conozco, el primero en rescatar el mito de Santos Vega. Ahora bien, este ‘general litarario’, pues nunca ganó una sola batalla, dado que Pavón fue victoria de Urquiza, quien la traicionó tras negociaciones masónicas retirándose del campo de batalla, exalta a las nubes a Rivadavia, pero oculta, como queda dicho, el pensamiento político de San Martín. Es más, en acto incalificable, quemó muchas cartas del Libertador por considerarlas intrascendentes! Qué casualidad!, el fuego también consumiría luego su archivo sobre la guerra con el Paraguay! ¿A qué habrá obedecido el soslayo del pensamiento político de San Martín? Ya lo veremos.

Alberdi consideraba a Rivadavia como su precursor e inspirador. No es casual entonces su posición respecto del Libertador, cuando el tucumano logró un destacado lugar en el concierto político.  Resultarán ilustrativas algunas de sus referencias al héroe. Algunos colegas me han sugerido no abundar en precisiones respecto de las citas para no sobrecargar el discurso; creo que algo de razón les asiste, pero, dado lo incalificable de las referencias de Alberdi al Padre de la Patria, preferiré ser meticuloso en este caso, porque el tucumano expresa lo que muchos contemporáneos suyos pensaron y contribuye a entender por qué San Martín fue un proscripto. Para Alberdi hay que traer inmigración sajona, pues, al igual que Rivadavia, nada se puede hacer con el criollaje; hay que obtener paz a toda costa; libertad para los negocios, sobre todo, en favor de Inglaterra. No puedo entrar aquí en detalle, pero ya en las Bases, el tucumano advirtió que no le interesaba el régimen político, si unitario, si federal, etc., sino sólo unos pocos principios económicos. En Sistema económico y rentístico de la Confederación, aclara y reafirma lo dicho Bases: la Constitución le interesa, fundamentalmente, para imponer la doctrina económica de Adam Smith.

Una aclaración sobre el libre cambio. Para el realismo político, el problema es que se lo proponga como un dogma y no como una cuestión estratégica prudencial, tal como lo es el `proteccionismo. El mercado libre absoluto equivale a la disolución del Estado en la anarquía. El estado totalitario es monstruoso. Desde Benedetto Croce, el pensador liberal italiano más importante del siglo XX, hasta nuestro Julio Irazusta, sostienen el carácter prudencial y no dogmático del liberalismo económico. Lo que Rivadavia y Alberdi no veían o no querían ver, era la gran ventaja que el mercado libre como dogma, significaba para la Inglaterra industrializada, en contraposición a nuestra ruina. Los E.E.U.U. se hicieron grandes gracias a la doctrina de Alexander Hamilton: 150 años de protección económica, testimonio que tantas veces se olvida o soslaya sibilinamente.

 

Pero volviendo al proyecto constitucional concreto, en las Bases, en nota al art. 84, Alberdi previene que el Presidente no debe jurar la defensa de ‘la integridad del territorio’!!!  No resultará extraño, entonces, que en Estudios económicos, por ejemplo, nos diga: ‘Si la ciencia que tiene por objeto según Smith [Adam], aumentar la riqueza y el poder de la nación, es la economía y no la guerra, ¿a qué necesidad económica de las presentes, responde la consecuencia que resulta de las vidas de Belgrano, San Martín y Bolívar?[1] O que en América, diga que ‘San Martín gozó por sus victorias felices y fáciles, en la guerra de la independencia;’ [2]  Y que, en la misma obra, prodigue al Libertador otro agravio incalificable y más grave aun, al decir que San Martín ‘solo sea libertador de su país propio, por carambola’ y que Mariano Balcarce, el yerno del héroe, ‘Fiel discípulo y leal imitador del ejemplo de su padre San Martín, ha probado su amor á la patria argentina por dos medios: 1º quedando a tres mil leguas de su suelo pasa siempre; 2º enriqueciendo con lucros derivados de sus servicios hechos á la patria, lo que vale decir sirviéndose de su patria para enriquecer y vivir bien, lejos de ella.’[3] Y que en la misma obra diga que ‘San Martín hizo la guerra de ambición, no la guerra de libertad’ y que ‘El culto á San Martín, es el culto á la guerra, es decir, al crimen, a la barbarie.’ [4] Lo que ofusca al tucumano, es la defensa del suelo patrio, como vimos al respecto en las Bases, ut supra. Ello porque no quiere la independencia, sino la dependencia argentina, propone como gobierno, monarquía constitucional bajo un protectorado anglo-francés, según confiesa ser su verdadero proyecto político, en Del Gobierno en Sud América, sobre todo en los tres últimos capítulos, VII, VIII y IX y en la Conclusión.[5] Pero Alberdi no se conforma con la sola sumisión política señalada; aspira a cambiar nuestra cultura de raíz. En efecto, ya en las Bases, había dicho que el idioma inglés era el idioma de la libertad, y, también que no había que hacer una constitución para el pueblo que tenemos, pueblo inútil, sino hacer un pueblo para la constitución que él quería. Por eso no resulta extraño que en la ya citada obra Sistema económico y rentístico de la Confederación,  proponga que ‘Después de los cambios en la religión y en el idioma tradicional del pueblo, ninguno más delicado que el cambio en el sistema de contribuciones.’ [6]

En síntesis, sin criollos, indios y españoles inútiles (insultará también groseramente a los inmigrantes italianos y a los nuevos españoles), sin idioma ni religión tradicionales, sin integridad territorial, sin honor, sólo con intereses e inmigración sajona, sin independencia sino con dependencia de un protectorado anglo-francés, ¿qué quedaría de nuestra Patria?

Por eso fustiga Alberdi al Libertador, en América, porque el héroe entiende ‘la libertad, á la española, la independencia del país respecto de todo gobierno extranjero.’ [7] Se consuma así lo que Félix Luna llamó corte de manga a la patria vieja. Es que, como advirtió Vicente Quesada, contemporáneo de la proscripción del Libertador: ‘Sé muy bien que ha habido un partido que ha profesado la doctrina de que era preferible ser súbdito de una nación extraña antes que someterse a los enemigos domésticos: me consta que muchos, que aparecen en la historia como eminentes patriotas,  han lamentado en el seno de la confianza que los ingleses no nos hubieran conquistado definitivamente en 1806 y 1807; algunos golpearon muchas puertas en busca de un rey para colocarlo en el trono del Río de la Plata, y otros después, en las tristezas de la inmigración, excitaron a Chile para que se apoderase del estrecho de Magallanes, que al fin es hoy chileno! Solicitaron a la Francia y a la Gran Bretaña como aliados en las cuestiones civiles y por último, hasta para vencer a Rosas recurrieron a una coalición extranjera. De esta mezcla con los intereses extraños, de estos antecedentes de un cosmopolitismo singular, ha resultado la tibieza del espíritu patrio, enfermo como está, por una masa extranjera que sólo quiere ganar y enriquecerse y cuya patria no está aquí sino en Europa.’ [8]

Por todo ello el Padre de la Patria fue proscripto, su regimiento emblema disuelto y sus restos repatriados con mucha menor prisa que los de Bernardino Rivadavia, que llegaron en 1857, ‘prócer’ al que, insólitamente, se le tributaron los honores de Gran Capitán. La correspondencia del Libertador, la que Mitre quiso conservar, y algunas posteriormente descubiertas, terminan de explicar la proscripción. A Rivadavia, por ejemplo, lo tacha de ‘innoble persona’ y adhiere a la dura descalificación que le propina Vicente López en carta al héroe. Así también, por ejemplo, dice el Libertador que ‘a Lavalle no lo fusilé en Chile de lástima.’ Junto a esta relevante apreciación, hay que hacer justicia a Lavalle sin embargo, en cuanto a haber sido un héroe de la Independencia y un héroe de la guerra con Brasil, aunque fuese luego un preclaro traidor a su patria, por aliarse con el extranjero. Para concluir en este punto, cabe hacer mérito de la correspondencia del Libertador con Rosas, a más de legarle su sable. Para evitar disputas vanas sobre este aspecto o sobre la supuesta masonería de San Martín, o sobre otras calumnias, remito a la monumental obra en dos volúmenes del Prof. Dr. Enrique Díaz Araujo, San Martín – Cuestiones disputadas.[9]

Para los detractores, antiguos y actuales del Libertador, cabría recordar aquí el verso del Padre Castellani:


San Martín ha sido grande

Y hoy es grande su memoria

Pero no basta su gloria

Pa cubrir un hijo ruin

No es lo mismo San Martín

Que los que escriben su historia.

 

Por las razones expuestas, es que debimos esperar el comienzo efectivo del fin de la proscripción, de la reivindicación del Libertador, hasta la presidencia de Nicolás Avellaneda, que promueve en 1878, la repatriación de los restos, que llegaron el 28 de mayo de 1880, reivindicación que se afirma con el segundo gobierno de Roca y, en particular, con su ministro Tte. General Pablo Riccheri, con los cuales vuelve también a su debido lugar el glorioso Regimiento de Granaderos a Caballo. Y, para hacer justica, impulsa también la causa, poderosamente, el Gral. Perón, al declarar Año del Libertador a 1950, al hacer imprimir estampillas y billetes alusivos, y al imponer su nombre actual a la Avenida del Libertador.

Para concluir, vuelvo pues al discurso de Belisario Roldán con el que inicié el presente trabajo conmemorativo, y digo con aquél: ‘Padre nuestro que estás en el bronce ….!

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·     * Director General del Instituto de Estudios Estratégicos



[1]  - En “Escritos póstumos”. Buenos Aires, Imprenta Europea, 1895. Vol I, pág. 94.

[2]  - En “Escritos póstumos”.  Buenos Aires, Imp. Cruz Hermanos, 1899. Vol. VIII, pág. 419.

[3] - Ibidem, pp. 530 y 531.

[4]  - Ibidem, pp. 70 y 230.

[5]  - En “Obras selectas”. Prólogo de Joaquín V. González. Buenos Aires, La Facultad, 1920. Tomo XIII,

[6]  - Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853. Introducción de Martín García Mérou. Buenos Aires, Administración General Vaccaro, 1921, pág. 190.

[7]  - América, ed.. cit., pp. 418 y 419.

[8]  - Citado por PALACIO, Ernesto, en Historia de la Argentina. Octava edición. Buenos Aires, Peña Lillo, 1975. Tomo II, pp. 186 y 187.

[9]  - La Plata, Editorial UCALP, 2014.

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