antes de que sea demasiado tarde
La Nación, editorial, 29/30
de julio de 2020
La
falta de políticas públicas, firmes y sostenidas, que trasciendan las
administraciones, solo contribuye a la expansión del vil negocio
Los argentinos continuamos
evidenciando la enorme dificultad para encarar políticas públicas que
trasciendan las distintas administraciones cuando se trata de encauzar
cuestiones claves. Con cada cambio de color político en el gobierno se tiran
por la borda esfuerzos anteriores, incluso aquellos que probaron su
efectividad, lejos de sostener en el tiempo lo positivo para corregir lo que
debe mejorarse desde una mirada superadora y de largo alcance.
La actual gestión de
Seguridad del gobierno nacional denostó los avances de la gestión anterior en
la lucha contra el narcotráfico. Desconocer los récords de decomisos de
marihuana, cocaína y metanfetaminas debidamente registrados y documentados
confirma esta perniciosa dificultad de dar continuidad a lo logrado por una
gestión que, incluso para sus detractores, tuvo muchos aciertos en ese campo.
En la misma dirección, las más altas autoridades han pretendido también
minimizar el aumento de la cantidad de narcotraficantes detenidos al aducir
que, en su mayoría, fueron aprehendidos por consumo o por venta minorista.
En un afán por redoblar la
que sin duda constituye una peligrosa apuesta, la ministra de seguridad, Sabina
Frederic, se mostró a favor de legalizar el consumo de todo tipo de
estupefacientes. Preocupa seriamente que quien está al frente de una cartera
tan importante pase livianamente por alto el enorme daño individual y social
que estas sustancias provocan. Ni qué hablar de las consecuencias de promover
medidas en esta dirección, aisladas del contexto internacional.
Sus expresiones poco felices
fueron incluso más allá cuando afirmó que el gobierno federal no planea
combatir el microtráfico o narcomenudeo. Preocupa seriamente que la ministra no
comprenda que es precisamente el narcomenudeo el formato de criminalidad narco
más visible y cercano al ciudadano común, por un lado, y que es también el que
más violencia genera cuando las bandas se enfrentan por el control del
territorio.
Resulta inadmisible,
también, que un dirigente del oficialismo, como el intendente de José C. Paz,
Mario Ishii, haya hecho una vergonzosa defensa del narcotráfico en un video que
pretendió minimizar y en el que claramente decía que encubre a empleados de su
municipio que "venden falopa en las ambulancias". Semejante admisión
de un jefe comunal no habla de otra cosa que de connivencia con la
narcocriminalidad.
Si trabajar en prevención
para reducir el consumo de estupefacientes debería ser un pilar de cualquier
gestión, desactivar el punto de venta que está en el barrio o cerca de la escuela
es clave. Estos últimos eslabones del negocio criminal destruyen familias y se
cobran vidas. Trabajar para desarticular estas terminales de narcomenudeo
conduce muchas veces a desacoplar grandes bandas criminales. Cabe recordar, por
caso, cómo desde un punto de venta en un barrio humilde de la ciudad de Buenos
Aires se identificó a la mafia que operaba con cobertura política en Itatí,
Corrientes.
En la misma preocupante
dirección, la gestión de Frederic suprimió la Subsecretaría de Lucha contra el Narcotráfico
para reemplazarla por una simple dirección en una clara bajada de línea sobre
la poca importancia que el gobierno que lidera Alberto Fernández le estaría
asignando a la cuestión.
Si bien sería apresurado
sacar conclusiones a casi ocho meses de inaugurada la actual gestión, algunos
preocupantes indicadores revelan que no se están tomando buenas decisiones en
la materia. El significativo incremento de homicidios durante los últimos meses
en la ciudad de Rosario, muchos directamente asociados con el accionar narco,
refleja menores controles en una ciudad que ha sido epicentro de la
narcocriminalidad en las últimas décadas. El surgimiento de la pandemia por
Covid-19 ha desplazado estas evidencias del foco de la escena, pero no se puede
desconocer que, en el primer trimestre, la referida tendencia ya registraba
preocupantes manifestaciones en varios distritos.
Lo mismo se puede decir del
inusitado aumento de homicidios en el Barrio 31 de Retiro, originado en peleas
entre bandas narcocriminales que involucraron incluso a personal policial de la
ciudad, que perdió la vida en enfrentamientos. Sin ir más lejos, a mediados del
corriente mes, la Unidad de Casos Especiales del Ministerio Público Fiscal de
la ciudad, junto con la policía local, desbarató una importante organización
dedicada a la venta de drogas, cuyo principal búnker se hallaba en ese
asentamiento de emergencia del distrito. Entre otros elementos, se secuestraron
más de 13 kilos de marihuana, varias dosis de pasta base de cocaína, balanzas de
precisión, cintas de embalar y dos armas de fuego.
Atrás quedan así muchos
buenos resultados alcanzados con enormes esfuerzos en los últimos años a partir
del lanzamiento del Programa Barrios Seguros, una iniciativa nacional del
gobierno anterior, que derivó en la detención de los principales líderes
narcos.
Cuando el Estado deja de
ocuparse y pierde el control del territorio, el narcotráfico avanza
inexorablemente y las cifras reflejan esa rápida reversión que se traduce en
más vidas arruinadas o perdidas.
Frederic reconoció en el
Congreso que el consumo de drogas es "alarmante" y pronosticó un
aumento del contrabando tras a cuarentena
La falta de continuidad de
estas políticas de seguridad, que deberían ser indiscutidas y sostenidas
políticas de Estado, disparan perjuicios de imprevisibles consecuencias. Cabe
recordar los graves problemas que enfrentó el gobierno kirchnerista anterior en
esta materia, manchado por casos de violencia y corrupción como los de la
efedrina, que desembocó en el triple crimen de General Rodríguez, así como el
dinero ilegal de algunas de estas operaciones aparecido en el contexto de
campañas políticas. No es menor que la reducción del número de los homicidios
intencionales que se venía registrando hasta el año último tuviera en parte que
ver con una política más contundente y de colaboración internacional en esta
materia. Precisamente, es la experiencia internacional la que confirma que las
mafias buscan asegurarse su crecimiento, permanencia e impunidad mediante la
aquiescencia del funcionario de turno. Los mecanismos se repiten y las
experiencias extranjeras anticipan cuál es el final de la siniestra película por
lo que no hay tiempo que perder.
Cuando se tiran por la borda
los avances logrados por gestiones anteriores en lugar de redoblar los
esfuerzos en la buena dirección, cuando se cae en discursos facilistas que solo
proponen promover el acceso a la droga y se desarticulan organismos del Estado
destinados a combatir el narcotráfico, la sociedad queda a merced de una
violencia que pretende adueñarse de sus estructuras, tanto como de la vida de
las personas.
Los Estados deben tomar
posiciones claras y firmes para defender a los ciudadanos frente a estos graves
flagelos enquistados en tantos países que han quedado a su merced. No hay pues
lugar para medias tintas.
La injerencia de los
principales carteles narcos brasileños en la región es cada vez más notoria. La
presencia de esta nefasta actividad en Paraguay y Uruguay comenzó a
vislumbrarse en nuestro país desde el año pasado y, particularmente, en la
actual situación de pandemia. Los dos principales carteles brasileños son el
paulista Primer Comando Capital (PCC) y el Comando Vermelho, de origen carioca.
Ambos se caracterizan por sus altos niveles de violencia. Al primero,
identificado como el de mayor peso, se lo distingue precisamente por su
propensión a reclutar mano de obra violenta en las cárceles.
El PCC actualmente controla
el tráfico de cocaína a través del puerto de Santos. La ruta de la cocaína a
Europa desde allí ha crecido de manera exponencial durante los últimos seis
años. Según información de la Policía Federal de Brasil, la cantidad de cocaína
secuestrada en Santos aumentó un 95% entre 2017 y 2018. En 2015, se decomisaban
1436 kilos; fueron 10.606 en 2016 y 12.118 en 2017. En 2018 se alcanzaron los
23.832 kilos de cocaína, una cifra equivalente al 10% de la producción anual de
esa droga en Bolivia. El Puerto de Paranaguá, en el estado brasileño de Paraná,
también ha registrado un aumento sustancial en el contrabando de cocaína: en
2017 se secuestraron allí 845 kilos y en 2018 se decomisaron 4745 kilos: el
461% de crecimiento en tan solo un año.
En 2014, una investigación
liderada por la Policía Federal brasileña descubrió las rutas y los mecanismos
utilizados por el PCC para el envío de cocaína de Bolivia a Brasil, vía
Paraguay. Esta expansión explica el mayor decomiso de cocaína en las rutas 12 y
14 del noreste argentino, trayectos utilizados antes para la marihuana. Para
2016, las Naciones Unidas habían identificado a Brasil como el país de partida
más frecuente de cargamentos de cocaína que llegan a los mercados africanos,
asiáticos y europeos.
Nacido dentro de las
prisiones de San Pablo, el PCC se convirtió en la principal organización
criminal de Brasil. Precisamente, el control del puerto de Santos le permitió
expandir el comercio de cocaína transoceánica y elevar significativamente sus
beneficios al alcanzar la dominación de los flujos de cocaína, principalmente
de Bolivia, pero también de Perú y de Colombia. Celebra también algo que la
mayoría de las organizaciones criminales de tráfico de narcóticos anhelan, pero
pocas consiguen: controlar toda la cadena de valor de la cocaína, desde la
producción hasta el suministro al consumidor final o su exportación.
En Paraguay, el PCC domina
el nordeste, la zona de Pedro Juan Caballero, asiento del recordado golpe
comando de hace unos años contra el búnker del tesoro de Prosegur, con una
carga de violencia e impunidad inimaginables. Un grupo de 30 miembros del PCC,
armados con fusiles, ametralladoras, granadas y bombas, volaron la fachada del
edificio de Prosegur y, tras un robo millonario en Ciudad del Este, huyeron
dejando una secuela de muertos, heridos y destrucción.
También preocupa la
responsabilidad de este cartel en recientes decomisos de cocaína, procedentes
de Uruguay, en puertos europeos. Hacia fines de 2019, en el puerto de
Montevideo, en un golpe histórico, se decomisaron 4418 kilos casi en
simultaneidad con unos 500 kilogramos hallados en una finca en el interior
rural de Artigas. Durante el corriente mes, en Hamburgo (Alemania), se
decomisaron 4,6 toneladas de cocaína y a principios de 2019 se secuestraron 1,2
toneladas en Amberes (Bélgica), todos estos cargamentos también despachados
desde el puerto de Montevideo.
Durante este año se registró
también el asesinato mafioso, presumiblemente de origen narco, de tres jóvenes
infantes de marina que hacían guardia en la zona del Cerrito, en Montevideo,
que fueron despojados de sus armas y ejecutados.
Según diversos observadores,
el accionar narco en la otra orilla del Río de la Plata revela la impronta de
la 'Ndrangheta, la mafia italiana de origen calabrés que se ha convertido en el
mayor importador de cocaína de Europa. Se estima que ese grupo controla hasta
el 40% de la cocaína que entra en el Viejo Continente, mientras que sus
beneficios equivalen a casi el 3% del PBI de Italia. Las conexiones y trabajos
conjuntos de estos con el PCC brasileño son conocidos. Según información de
periodistas italianos y brasileños que tuvieron acceso a los expedientes de
investigación de la agencia italiana de aplicación de la ley, la Guardia di
Finanza, la 'Ndrangheta ha estado negociando las exportaciones brasileñas de
cocaína desde la década de 1980. La cara visible del tráfico de cocaína ha sido
Rocco Morabito, el capo o jefe de la rama calabresa Tiradrittu de la
'Ndrangheta. Este miembro de la organización italiana fue buscado intensamente
por la policía brasileña hasta su captura, en Uruguay, en 2017. Morabito escapó
de prisión en 2019, antes de que pudiera ser extraditado a Italia, y
actualmente su paradero es desconocido.
En la Argentina, la presencia
e incidencia de los narcos brasileños se empezaron a vislumbrar hacia el final
de la presidencia de Mauricio Macri. La policía provincial misionera frustró el
intento de copamiento por parte de miembros del PCC de la cárcel de Oberá,
Misiones, que alojaba al narco brasileño experto en explosivos Vanderlei Lopes
con el fin de liberarlo. Fue este el primer operativo concluido con la
detención de varios narcos de ese país. El segundo evento fue el decomiso de
armas más grande de la historia de nuestro país, con más de 17 detenidos y unas
2500 armas decomisadas, en junio de 2019. Estas armas, provenientes de Europa y
los Estados Unidos, estaban de paso en la Argentina y tenían como destino final
Paraguay, donde debían ser entregadas al PCC. El poder de fuego de ese
cargamento era enorme y demuestra el nivel de violencia de este grupo criminal,
capaz también de interactuar con criminales de la Argentina.
En plena pandemia, han
surgido dos hechos que encienden alarmas importantes sobre la presencia de
estos grupos en el territorio nacional. El primero ocurrió en mayo con la
detención por parte de la Gendarmería Nacional de cuatro hombres de origen
brasileño y paraguayo pertenecientes al PCC, que poseían un fusil M16, varias
armas cortas y largas, y uniformes completos de la Policía Federal. Más
recientemente, el trabajo de la Gendarmería permitió desarticular una banda de
narcos brasileños pertenecientes a un grupo socio del PCC llamado Bala na Cara,
originario de Porto Alegre, que organizaba desde el penal de Ezeiza un
operativo para asesinar a Fernando Verón, magistrado del fuero penal de
Misiones. La idea era proveer pistolas y ametralladoras a sicarios que venían
de Brasil y que iban a esperarlo al ingreso del juzgado para ejecutarlo.
Los hechos hablan por sí
solos. Como hemos dicho en nuestro editorial de ayer, cuando se tiran por la
borda los avances logrados por gestiones anteriores en lugar de redoblar los
esfuerzos y cuando se desarticulan y hasta anulan organismos oficiales especializados
en el combate narco, la sociedad queda totalmente indefensa frente a la
violencia extrema.
Es hora de unificar
esfuerzos, deponer actitudes inservibles y planificar el combate contra este
flagelo de manera coordinada, seria y sostenida, mediante una verdadera
política de Estado. Y hacerlo antes de que sea demasiado tarde.
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