DE LAS ELECCIONES ESTADOUNIDENSES
Alexander Dugin
15.10.2020
La misma expresión
“la geopolítica de las elecciones estadounidenses” suena muy inusual e
inesperada. Desde los años 30 del siglo XX, el enfrentamiento entre los dos
principales partidos estadounidenses, los republicanos “rojos” (Great Old Party
– GOP) y los demócratas “azules”, se ha convertido en una competencia basada en
un acuerdo frente a los principios básicos en la política, la ideología y la
geopolítica aceptados por ambas partes. La élite política de Estados Unidos se
basó en un consenso profundo y completo, en primer lugar, en la lealtad al
capitalismo, el liberalismo y el establecimiento de Estados Unidos como la
principal potencia del mundo occidental.
Independientemente
de si estamos tratando con los “republicanos” o con los “demócratas”, uno
podría estar consciente de que su visión del orden mundial era casi idéntica:
globalista,
liberal,
unipolar
atlantista y
centrado en los
Estados Unidos.
Esta unidad tuvo
su expresión institucional en el Consejo de Relaciones Exteriores – CFR
(Council on Foreign Relations), creado durante la celebración del acuerdo de
Versalles como consecuencia de la Primera Guerra Mundial y que reunió a
representantes de ambas partes. El papel del CFR creció constantemente y
después de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en la sede principal del
creciente globalismo. En las primeras etapas de la Guerra Fría, el CFR permitió
que los sistemas convergieran con la URSS sobre la base de los valores
compartidos de la Ilustración. Pero debido al fuerte debilitamiento del campo
socialista y la traición de Gorbachov, la “convergencia” ya no era necesaria, y
la construcción de una paz global estaba en manos de un polo: el del ganador de
la Guerra Fría.
El comienzo de la
década de los 90 del siglo XX se convirtió en un minuto de gloria para los
globalistas y el propio CFR. A partir de ese momento, el consenso de las élites
estadounidenses, independientemente de la afiliación partidista, se fortaleció
aún más, y las políticas de Bill Clinton, George W. Bush o Barack Obama, al
menos en temas importantes de política exterior y lealtad a la agenda
globalista, prácticamente no fueron diferentes. Por parte de los republicanos,
el análogo “derechista” de los globalistas (representados principalmente por
los demócratas), fueron los neoconservadores, quienes expulsaron a los
paleoconservadores del partido después de los años 80, es decir, aquellos
republicanos que seguían tradiciones aislacionistas y se mantuvieron fieles a
los valores conservadores, característicos del Partido Republicano, hasta
principios del siglo XX y de los primeros tiempos de la historia de Estados
Unidos.
Sí, demócratas y
republicanos estaban en desacuerdo en política fiscal, en materia de medicina y
seguros (aquí los demócratas estaban económicamente a la izquierda y los
republicanos a la derecha), pero esta era una disputa en el marco del mismo
modelo, que de ninguna manera o casi nunca afectó a los principales vectores de
la política, por no hablar de la política extranjera. En otras palabras, las
elecciones en los Estados Unidos no tenían ningún significado geopolítico y,
por lo tanto, una combinación como “la geopolítica de las elecciones
estadounidenses” no se utilizaba debido a su falta de sentido o sin sentido.
Trump destruye el
consenso
Todo cambió en
2016, cuando el actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump, llegó
inesperadamente al poder. En la propia América, su llegada se convirtió en algo
completamente excepcional. Todo el programa de campaña de Trump se basó en las
críticas al globalismo y a las élites estadounidenses gobernantes. En otras
palabras, Trump desafió directamente el consenso bipartidista, incluido el ala
neoconservadora de su partido republicano, y … ganó. Por supuesto, 4 años de
presidencia de Trump han demostrado que es simplemente imposible reformar por
completo la política estadounidense de una manera tan inesperada, y Trump tuvo
que hacer muchos compromisos, incluido el nombramiento del neoconservador John
Bolton como su asesor de seguridad nacional. Pero a pesar de todo, trató de
seguir su línea, al menos en parte, lo que enfureció a los globalistas. Así,
Trump cambió drásticamente la estructura misma de las relaciones entre los dos
principales partidos estadounidenses. Bajo su mando, los republicanos han
regresado en parte a las posiciones del nacionalismo estadounidense
características del Partido Republicano temprano, de ahí las consignas de
America first! o Let’s make America great again! Esto provocó una
radicalización de los demócratas, quienes, a partir del enfrentamiento entre
Trump y Hillary Clinton, de hecho, declararon una guerra real a Trump y a todos
los que lo apoyaron en un nivel político, ideológico, mediático, económico,
etc.
Durante 4 años
esta guerra no se detuvo ni un instante y hoy, en vísperas de las nuevas
elecciones, alcanzó su punto culminante. Todo esto se manifestó:
en la amplia
desestabilización del sistema social,
en la rebelión de elementos extremistas en las
principales ciudades de Estados Unidos (con el apoyo casi abierto de las
fuerzas anti-Trump del Partido Demócrata),
en la demonización
directa de Trump y sus partidarios, quienes, en caso de la victoria de Biden,
se enfrentan al ostracismo real, sin importar el cargo que ocupen,
acusan a Trump y a
todos los patriotas y nacionalistas estadounidenses de ser fascistas,
a un intento de
presentar a Trump como un agente de fuerzas externas, en primer lugar, Vladimir
Putin, etc.
La feroz confrontación
interpartidaria, en la que algunos de los propios republicanos, principalmente
los neoconservadores (como Bill Kristol, además de los principales ideólogos de
los neoconservadores), se opusieron a Trump, provocó una fuerte polarización en
toda la sociedad estadounidense. Y hoy, en el otoño de 2020, en el contexto de
la constante epidemia del Covid-19 y sus consecuencias sociales y económicas
asociadas, la carrera electoral es algo completamente diferente de lo que fue
en los últimos 100 años de la historia estadounidense, comenzando con
Versalles, los 14 puntos globalistas de Woodrow Wilson y la creación del CFR.
Años 90: un minuto
de gloria para los globalistas
Por supuesto, no
fue Donald Trump quien rompió personalmente el consenso globalista de las
élites estadounidenses, poniendo a Estados Unidos al borde de una Guerra Civil
a toda regla. Trump se ha convertido en un síntoma de profundos procesos
geopolíticos desde principios de la década del 2000.
En los años 90 del
siglo XX, el globalismo alcanzó su clímax, el campo soviético estaba en ruinas,
los agentes directos de los Estados Unidos estaban en el poder siendo líderes
de Rusia y China, quienes comenzaban a copiar obedientemente el sistema
capitalista, lo que creó la ilusión del inminente “fin de la historia” (F.
Fukuyama). Al mismo tiempo, a la globalización sólo se opusieron abiertamente
las estructuras extraterritoriales del fundamentalismo islámico, a su vez
controladas por la CIA y los aliados de Estados Unidos de Arabia Saudita y otros
países del Golfo, y varios “Estados rebeldes”, como el Irán chiíta y la todavía
comunista Corea del Norte, que son grandes en sí mismos, pero no representaban
un peligro verdadero. Parecía que la dominación del globalismo era total, el
liberalismo seguía siendo la única ideología que sometía a todas las sociedades
y el capitalismo seguía siendo el único sistema económico. Antes de la
proclamación del Gobierno Mundial (y este es el objetivo de los globalistas y
en particular, la culminación de la estrategia CFR) solo quedaba un paso.
Los primeros
signos de la multipolaridad
Pero desde
principios de la década de 2000, algo salió mal. Con Putin se detuvo la
desintegración y la mayor degradación de Rusia, cuya desaparición final de la
arena mundial era una condición necesaria para el triunfo de los globalistas.
Tras emprender el camino de la restauración de la soberanía, Rusia ha recorrido
una gran distancia en los últimos 20 años, convirtiéndose en uno de los polos
más importantes de la política mundial, por supuesto, todavía muchas veces
inferior al poder de la URSS y el campo socialista, pero ya no obedeciendo
servilmente a Occidente, como lo era en los años 90 …
Paralelamente,
China, armada con la liberalización de su económica, retuvo el poder político
en manos del Partido Comunista, evitando el destino de la URSS, el colapso, el
caos, la “democratización” según los estándares liberales y gradualmente se
convirtió en la mayor potencia económica solo comparable a Estados Unidos.
En otras palabras,
existían requisitos previos para un orden mundial multipolar que, junto con el
propio Occidente (los Estados Unidos y los países de la OTAN), tenía al menos
dos polos bastante importantes y de peso: la Rusia de Putin y China. Y cuanto
más lejos, más claramente emergió esta imagen alternativa del mundo, en la que,
junto con el Occidente liberal globalista, de otro tipo de civilizaciones,
basadas en estos polos que crecían en poder: la China comunista y la Rusia
conservadora se daban a conocer cada vez más. Los elementos del capitalismo y
el liberalismo están presentes tanto allí como allá. Todavía no se trate de una
alternativa ideológica real, no es la contrahegemonía (según Gramsci), pero ya
son algo. Sin convertirse en algo multipolar en el sentido pleno, en la década
del 2000 el mundo dejó de ser inequívocamente unipolar. El globalismo comenzó a
ahogarse, a desviarse de su trayectoria prevista. Esto fue acompañado por una
división emergente entre Estados Unidos y Europa Occidental. Además, en los
países de Occidente se inició el auge del populismo de derecha e izquierda, en
el que se manifestó el creciente descontento de la sociedad con la hegemonía de
las élites liberales globalistas. El mundo islámico tampoco detuvo su lucha por
los valores islámicos que, sin embargo, dejó de identificarse estrictamente con
el fundamentalismo (controlado de una forma u otra por los globalistas) y
comenzó a adquirir formas geopolíticas más claras:
ascenso del
chiísmo en el Medio Oriente (Irán, Irak, Líbano, en parte en Siria),
crecimiento de la
independencia – hasta entrar en conflictos con los EE.UU. y la OTAN – de la
Turquía sunita de Erdogan,
fluctuaciones de
los países del Golfo entre Occidente y otros centros de poder (Rusia, China),
etc.
El momento Trump:
el gran cambio
Las elecciones
estadounidenses del 2016, que fueron ganadas por Donald Trump, se llevaron a
cabo en este contexto, en un momento de grave crisis del globalismo y, en
consecuencia, de las élites globalistas gobernantes.
Fue entonces que,
debido a la fachada del consenso liberal, surgió una nueva fuerza, esa parte de
la sociedad estadounidense que no quería identificarse con las élites
globalistas dominantes. El apoyo de Trump se ha convertido en un voto de
desconfianza a la estrategia del globalismo, no solo contra los demócratas,
sino también contra los republicanos. Así, la escisión se reveló en la propia
ciudadela del mundo unipolar, en la sede de la globalización. Aparecieron bajo
la espesura del desprecio los deplorables, la mayoría silenciosa, la mayoría
desposeída (V. Robertson). Trump se ha convertido en un símbolo del despertar
del populismo estadounidense.
Así que la
política real volvió a los Estados Unidos, de nuevo se trata de una disputa
ideológica, de la cancel culture, de los BLM, donde la destrucción de
monumentos de la historia estadounidense se convirtió en la expresión de una
profunda división en la sociedad estadounidense al interior de sus temas más
fundamentales.
El consenso
estadounidense se ha derrumbado.
De ahora en
adelante, élites y masas, globalistas y patriotas, demócratas y republicanos,
progresistas y conservadores se han convertido en polos independientes y de
pleno derecho, con sus propias estrategias, programas, puntos de vista,
evaluaciones y sistemas de valores alternativos. Trump hizo estallar a Estados
Unidos, rompió el consenso de la élite, descarriló la globalización.
Por supuesto, no
lo hizo solo. Pero él audazmente, tal vez bajo alguna influencia ideológica del
atípico conservador y antiglobalista Steve Bannon (un caso raro de un
intelectual estadounidense familiarizado con el conservadurismo europeo, e
incluso con el tradicionalismo de Guénon y Evola), fue más allá del discurso
liberal dominante, abriendo así una nueva página en la historia de la política
estadounidense. En esta página, leemos claramente la fórmula “la geopolítica de
las elecciones estadounidenses”.
Elecciones
estadounidenses 2020: todo está en juego
Dependiendo del
resultado de las elecciones de noviembre de 2020, se determinará
la arquitectura del
orden mundial (la transición al nacionalismo y la multipolaridad de facto en el
caso de Trump, la continuación de la agonía de la globalización en el caso de
Biden),
la estrategia
geopolítica global de Estados Unidos (América primero en el caso de Trump, un
impulso desesperado hacia el Gobierno Mundial en el caso de Biden),
el destino de la
OTAN (su disolución a favor de una estructura que refleje más estrictamente los
intereses nacionales de Estados Unidos, esta vez como Estado, y no como bastión
de la globalización en general en el caso de Trump, o la preservación del
bloque atlantista como instrumento de las élites liberales supranacionales en
el caso de Biden),
la ideología
dominante (conservadurismo de derecha, nacionalismo estadounidense en el caso de
Trump, globalismo liberal de izquierda, la eliminación final de la identidad
estadounidense en el caso de Biden),
la polarización de
los demócratas y los republicanos (crecimiento continuo de la influencia de los
paleoconservadores en el Partido Republicano en el caso de Trump) o un retorno
a un consenso bipartidista (en el caso de Biden, con un nuevo aumento de la
influencia de los neoconservadores en el Partido Republicano),
e incluso el
destino de la Segunda Enmienda a la Constitución (su preservación en el caso de
Trump, y su posible derogación en el caso de Biden).
Estos son momentos
tan importantes que el destino del Healthcare, el Muro de Trump e incluso las
relaciones con Rusia, China e Irán resultan ser algo de importancia secundaria.
Estados Unidos está tan profunda y fundamentalmente dividido que la pregunta
ahora es si el país sobrevivirá alguna vez a estas elecciones sin precedentes.
Esta vez, la lucha entre demócratas y republicanos, Biden y Trump, es una lucha
entre dos sociedades agresivamente opuestas entre sí, y no un espectáculo sin
sentido, de cuyos resultados nada depende fundamentalmente. Estados Unidos ha
cruzado a una línea fatal. Cualquiera sea el resultado de estas elecciones,
Estados Unidos nunca volverá a ser el mismo. Algo ha cambiado de manera
irreversible.
Por eso estamos
hablando de “la geopolítica de las elecciones estadounidenses”, y por eso
resulta tan importante. El destino de Estados Unidos es en muchos sentidos el destino
de todo el mundo moderno.
El fenómeno del
Heartland
El concepto más
importante de la geopolítica desde Mackinder, el fundador de esta disciplina,
es el “Heartland”. El cual denota el núcleo de la civilización de la
civilización de la tierra (Land Power) opuesta a la civilización del mar (Sea
Power).
Tanto el propio
Mackinder, como especialmente Carl Schmitt, quien desarrolló sus ideas y su
intuición, están hablando del enfrentamiento entre dos tipos de civilizaciones,
y no solo de la disposición estratégica de fuerzas en un contexto geográfico.
“La Civilización
del Mar” encarna la expansión, el comercio, la colonización, pero también el
“progreso”, la “tecnología”, los cambios constantes en la sociedad y sus
estructuras, reflejando el elemento líquido del océano – la sociedad líquida de
Z. Bauman.
Es una
civilización sin raíces, móvil, en movimiento, “nómada”.
La “Civilización
de la Tierra”, por el contrario, está asociada al conservadurismo, la
constancia, la identidad, la estabilidad, la meritocracia y los valores
inmutables, es una cultura con raíces, de carácter sedentario.
Así, el Heartland
adquiere también un significado civilizatorio: no es solo una zona territorial,
lo más alejada posible de las costas y los espacios marítimos, sino también una
matriz de identidad conservadora, un área de fuertes raíces, una zona de máxima
concentración de la identidad.
Al aplicar la
geopolítica a la estructura contemporánea de los Estados Unidos, obtenemos una
imagen asombrosamente clara. La peculiaridad de los Estados Unidos es que el
país está ubicado entre dos espacios oceánicos, entre el Océano Atlántico y el
Océano Pacífico. A diferencia de Rusia, Estados Unidos no tiene un cambio tan
inequívoco del centro a uno de los polos, aunque la historia de los Estados
Unidos comenzó desde la costa Este y se trasladó gradualmente hacia el Oeste, y
hoy, hasta cierto punto, ambas zonas costeras están bastante desarrolladas y
representan dos segmentos de una pronunciada “civilización del mar” …
Los Estados y la geopolítica
electoral
Y aquí es donde
comienza la diversión. Si tomamos el mapa político de los Estados de Estados
Unidos y lo coloreamos con los colores de los dos partidos principales de
acuerdo con el principio de qué gobernadores y qué partidos dominan en cada uno
de ellos, obtenemos tres franjas:
la Costa Este es
azul, aquí se concentran grandes áreas metropolitanas y, en consecuencia,
dominan los demócratas;
la parte central
de los EE. UU., que es la zona del medio, esta llena de zonas industriales y
agrícolas (incluida la “América de un piso”), es decir, el propio Heartland,
que está pintada casi en su totalidad de rojo (la zona de influencia de los
republicanos);
la Costa Oeste
vuelve a ser de mega-ciudades, centros de alta tecnología y, en consecuencia,
del color azul de los demócratas.
Bienvenidos a la
geopolítica clásica, es decir, a la primera línea de la “gran guerra de los
continentes”.
Por lo tanto, el
EE.UU. del 2020 consta no solo de muchas (varias) civilizaciones, sino
precisamente de dos zonas de civilización: el Heartland central y dos
territorios costeros, que representan más o menos el mismo sistema
sociopolítico, marcadamente diferente del Heartland. Las zonas costeras son el
área de los demócratas. Es allí donde se ubican las semillas de la protesta más
activa de BLM, LGBT +, el feminismo y el extremismo de izquierda (grupos
terroristas “antifa”), involucrados en la campaña electoral de los demócratas a
favor de Biden y contra Trump.
Antes de Trump,
parecía que los Estados Unidos eran solo zonas costeras. Trump dio voz al
Heartland estadounidense. Por lo tanto, se activó y se conscientizó el centro
rojo de EE.UU. Trump es el presidente de esta “segunda América”, que
prácticamente no está representada por las élites políticas y no tiene casi
nada que ver con la agenda de los globalistas. Esta es la América de las
pequeñas ciudades, de las comunidades y las sectas cristianas, las granjas o
incluso de grandes centros industriales, devastados y destruidos por la
deslocalización de la industria y el traslado de la industria a áreas con mano
de obra más barata. Este es el Estados Unidos abandonado, traicionado, olvidado
y humillado.
Esta es la patria
de los deplorables, es decir, de los verdaderos nativos americanos, de los
estadounidenses con raíces, no importa que sean blancos o no blancos,
protestantes o católicos. Y este Estados Unidos del Heartland está
desapareciendo rápidamente, poblado por las zonas costeras.
La ideología del
corazón de Estados Unidos: la vieja democracia
Es significativo
que los propios estadounidenses hayan descubierto recientemente esta dimensión
geopolítica de Estados Unidos. En este sentido, es característica la iniciativa
de crear todo un Instituto de Desarrollo Económico (1), enfocado en planes para
reactivar las micro-ciudades, los pequeños pueblos y los centros industriales
ubicados en el centro de Estados Unidos. ¡El nombre del instituto habla por sí solo
“Heartland forward”, “Heartland adelante!” De hecho, esta es una interpretación
geopolítica y geoeconómica del eslogan de Trump “¡Let’s make America great
again!”
En un artículo
reciente del último número de la revista conservadora American Affairs (otoño
de 2020. V IV, n. ° 3), el analista político Joel Kotkin publica The
Heartland’s Revival, una pieza programática sobre el mismo tema: el revivir del
Heartland (2). Y aunque J. Kotkin no ha llegado todavía en el sentido pleno a
la afirmación de que los “Estados rojos”, de hecho, representan una
civilización diferente a las zonas costeras, se acerca a esta conclusión, desde
su posición más pragmática y económica.
El centro de
Estados Unidos es un área muy especial con una población dominada por los paradigmas
de la “vieja América” con su “vieja democracia”, “viejo individualismo” y
“viejas” ideas sobre la libertad. Este sistema de valores no tiene nada que ver
con la xenofobia, el racismo, la segregación o cualquiera de los otros términos
peyorativos con los que los intelectuales y periodistas arrogantes de las áreas
metropolitanas y los canales nacionales suelen usar para referirse a los
estadounidenses comunes. Este es el Estados Unidos con todas sus
características distintivas, solo que es el Estados Unidos autentico,
tradicional, algo congelado en su voluntad original de libertad individual de
la época de los padres fundadores. Está más claramente representada por la
secta Amish, todavía vistiendo según el estilo del siglo XVIII, o entre los
mormones de Utah, profesando un culto grotesco, pero puramente estadounidense
que se parece de forma muy distante al “cristianismo”. En esta vieja América,
una persona puede tener cualquier creencia, decir y pensar lo que quiera. Este
es el origen del pragmatismo estadounidense: nada puede limitar ni al sujeto ni
al objeto, y todas las relaciones entre ellos se aclaran solo en el proceso de
la acción activa. Y nuevamente, tal acción tiene un criterio: funciona o no
funciona. Y eso es todo. Nadie puede imponer a un “liberalismo tan antiguo” lo
que una persona deba pensar, hablar o escribir. La corrección política no tiene
sentido aquí.
Es aconsejable
solo expresar claramente tu pensamiento, que puede ser, teóricamente, lo que
sea. Esta libertad de todo, de cualquier cosa, es la esencia del “sueño
americano”.
La Segunda
Enmienda a la Constitución: Defensa Armada de la Libertad y la Dignidad
El Heartland de
los Estados Unidos es más que solo un hecho económico y sociológico. Tiene su
propia ideología. Ésta es una ideología nativa de los Estados Unidos – además,
muy republicana – en parte anti-europea (especialmente anti-británica), que
reconoce la igualdad de derechos y la inviolabilidad de las libertades. Y este
individualismo legislativo se materializa en el libre derecho a poseer y portar
armas. La segunda enmienda a la Constitución es un resumen de toda la ideología
de tal Estados Unidos “rojo” (en el sentido del color del Partido Republicano).
“Yo no tomo lo tuyo, pero tú tampoco tocas lo mío”. En resumen, puede tratar se
de un cuchillo, una pistola, un arma, pero también de un fúsil o una
ametralladora. Esto se aplica no solo a las cosas materiales, también se aplica
a las creencias y formas de pensar, la libre elección política y la autoestima.
Pero las zonas costeras,
los territorios americanos de la “Civilización del Mar”, los Estados azules
están invadiéndolo todo. Esa “vieja democracia”, ese “individualismo”, esa
“libertad” no tienen nada que ver con las normas de la corrección política,
cada vez más intolerante y agresiva con su cultura de la cancelación, con la
demolición de los monumentos a los héroes de la Guerra Civil o con el besar los
pies de los afroamericanos, de las personas transgénero y los fanáticos del
body positive. La “Civilización del Mar” ve a la “vieja América” como un
montón de deplorables (en palabras de Hillary Clinton), como una especie de
“fascistoides” y “no humanos”. En Nueva York, Seattle, Los Ángeles y San
Francisco, ya estamos lidiando con una América diferente – con la América azul
de los liberales, los globalistas, los profesores posmodernos, los defensores
de la perversión y el ateísmo prescriptivo ofensivo que expulsa de la zona de
todo lo permisible cualquier cosa que se parezca a la religión, la familia, la
tradición.
La Gran Guerra de
los Continentes en Estados Unidos: la proximidad del fin
Estas dos
Américas, la América de la tierra y la América del mar, se han unido hoy en una
lucha irreconciliable por su presidente. Además, tanto los demócratas como los
republicanos, obviamente, no tienen la intención de reconocer a un ganador si
este proviene del campo opuesto. Biden está convencido de que Trump “ya ha
falsificado los resultados electorales”, y su “amigo” Putin “ya ha intervenido
en ellos” con la ayuda del GRU, los “novichok” [1], los trolls Olga y otros
ecosistemas multipolares de “propaganda rusa”. En consecuencia, los demócratas
no tienen la intención de reconocer la victoria de Trump. No es una victoria,
sino una farsa.
Casi que también
lo mismo lo consideran los republicanos más consistentes. Los demócratas
utilizan métodos ilegales en la campaña electoral; de hecho, se está
produciendo una “revolución de color” en los propios Estados Unidos, dirigida
contra Trump y su administración. Y detrás hay huellas completamente
transparentes de sus organizadores, de los principales globalistas y opositores
a Trump, como George Soros, Bill Gates y otros fanáticos de la “nueva
democracia”, los representantes más brillantes y consistentes de la “civilización
del mar” estadounidense. Por lo tanto, los republicanos están listos para
llegar hasta el final, especialmente porque la amargura de los demócratas en
los últimos 4 años contra Trump y sus designados es tan grande que, si Biden
termina en la Casa Blanca, la represión política contra una parte del
establecimiento estadounidense, al menos contra todos los designados por Trump,
tendrá una escala sin precedentes.
Así es como una
barra de chocolate americano se rompe ante nuestros ojos: las líneas delineadas
de una posible ruptura se convierten en los frentes de una guerra real.
Esta ya no es solo
una campaña electa, es la primera etapa de una Guerra Civil en todo su sentido.
En esta guerra,
chocan dos Américas: dos ideologías, dos democracias, dos libertades, dos
identidades, dos sistemas de valores mutuamente excluyentes, dos políticas, dos
economías y dos geopolíticas.
Si entendiéramos
lo importante que es ahora la “geopolítica de las elecciones estadounidenses”,
el mundo aguantaría la respiración y no pensaría en nada más, ni siquiera en la
pandemia de Covid-19 o las guerras, conflictos y desastres locales. El centro
de la historia mundial, el centro que determina el destino del futuro de la
humanidad, es precisamente la “geopolítica de las elecciones estadounidenses”,
el escenario estadounidense de la “gran guerra de los continentes”, la Tierra
estadounidense contra el Mar estadounidense.
Traducción de Juan
Gabriel Caro Rivera
Notas:
1. https://heartlandforward.org/
2. https://americanaffairsjournal.org/2020/08/the-heartlands-revival/
Notas del
Traductor:
1. Novichok (en
ruso новичо́к:
‘Novato’) es una familia de agentes nerviosos que se desarrollaron en la Unión Soviética en los años 1970 y 1980. Algunas fuentes
los califican como los agentes nerviosos más mortales que jamás se hayan hecho,
con algunas variantes posiblemente cinco a ocho veces más potente que el VX, aunque
esto nunca ha sido probado.